miércoles, 19 de diciembre de 2012

Sujeto femenino (nudo de cuatro)

Cuando a la lógica del Uno se le opone sin más la de lo Múltiple, como al orden el caos, o al fundamento lo anárquico, es que no se ha entendido nada de nada acerca de cómo se constituye un sujeto y de cuál es su necesidad actual ante tanta desorientación posmoderna y regresión fundamentalista. Ya lo he dicho por ahí, para mí el sujeto es esencialmente femenino. Pero además hay que dar razón de su estructura epocal compleja, la cual no puede ser calificada simplemente de irracional, dispersiva o caótica.

Como bien dice Badiou en Condiciones, el amor, desde la posición femenina, anuda los cuatro procedimientos genéricos de verdad: arte, política, ciencia y él mismo. Allí hay un modo novedoso de pensar el Dos que se sustrae radicalmente a los dos Unos (cualificados y contables), como también a la simple disyunción (heterogeneidad o ausencia de relación): tiene que ver -asumo de mi parte- con lo que introduce el nudo de cuatro -el sinthome- en Lacan. Sostengo, en consecuencia, que la composibilidad filosófica, como modo de producción singular, pensada en términos de anudamiento borromeo sinthomático habilita pensar la disyunción de manera compleja: no sólo esa duplicatio acontecimental que señala la presentación en la presentación, y sus consecuencias singulares en cada procedimiento, sino el que haya a su vez múltiples presentaciones que se presentan a sí mismas. Al menos cuatro. Sólo esta doble heterogeneidad, captada en simultaneidad, asegura que no haya suturas. Aunque, lamentablemente, pocos la captan.

Les voy a contar una muy breve historia filosófica que permite situar, diacrónicamente, lo anterior. Primero fue la presencia plena, la cosa en sí o la sustancia a la que se podía acceder directamente en tanto ya -y desde siempre- se participaba de algún modo de ella; luego vino la representación, la mediación o el concepto, que se interponían entre el sujeto y el objeto haciendo tramitable su relación en cierta temporalidad definida; y ahí nomás advino su dislocación temporal (out of joint): el juego de presencia-ausencia o del velamiento-develamiento. Por último, hace poquito que estamos jugando en torno a la presentación de la presentación de una temporalidad singular-plural que, por lo menos a varios, les cuesta distinguir de los movimientos anteriores. A mí, en particular, me interesa proponer que esa estructura acontecimental que se desestructura recurrentemente, al presentar lo impresentable, se despliega en una macroestructura cuaternaria -de tiempo único- para hacer un nudo de cuatro, e impedir así cualquier fanatismo ligado a la omnipotencia de la verdad suturada a una sola praxis.

Captar -en sobrecogimiento- una estructura solidaria de cuatro términos suplementarios, anudados, es lo que permite circular -al sujeto- por el ámbito extrafamiliar, sin caer en la reductio ad unum o la mera dispersión relativista. Lo Uno no es lo único, del mismo modo que el Dos no es el cuatro. Esta serie de distinciones es lo que trama una Idea.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Foucault y el nudo (im)propio

El maestro Foucault decía en El coraje de la verdad que según cómo se articulen/desarticulen el ethos, la politeia y la aletheia, en la historia del pensamiento occidental, encontramos distintas posiciones filosóficas.

1) La sabiduría filosófica quiere hacer de estas tres dimensiones una sola, fundada en un mítico origen (o fundamento). 
2) La profecía filosófica quiere también hacer de ellas una, pero vinculada
más bien al porvenir (de una ilusión). 
3) La técnica filosófica en cambio las quiere separadas entre sí, heterogéneas y cada una por su lado. 
4) La parrhesía filosófica, por último, las anuda sosteniendo en una interrogación incesante su mutua irreductibilidad. Este es el coraje de la verdad.

Claro que luego Foucault desbarranca, a mi modo de ver, por querer hacer de ese nudo la encarnación de uno propio, es decir, uno que reúna esas tensiones en el propio cuerpo del filósofo: el cínico, por excelencia. 

Para mí, el nudo entre politeiaethosaletheia no puede ser un nudo propio (nudo trébol, que Lacan atribuía a la paranoia), sino impropio, es decir, tejido de diversos hilos discursivos que el mismo filósofo no puede encarnar en sí mismo, sólo transitar y composibilitar a partir de múltiples operadores conceptuales y corpus textuales.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Coyuntura


El goce o lo peor. Lo quiero decir de manera lisa y llana: conozco mucha gente honesta y trabajadora a la que, con el actual gobierno kirchnerista, le ha ido más que bien; no gratuitamente, por supuesto. Sus ingentes esfuerzos, digamos, se han visto recompensados con creces. Es gente simple, aunque no tonta o nula. Y sin embargo se queja, reacciona, sin argumentar de manera convincente el porqué de su malestar. No es sólo por deporte nacional que lo hace.

A lo mejor teme perder lo que ha logrado, según cree, a fuerza de su mera individualidad. A lo sumo también de su familia y amigos. Pero no entiende o no recuerda -o no quiere entender o recordar- que antes sus esfuerzos requerían además de un suplemento perverso que hacía de la ley y el Estado un mal chiste, ese tan caro al espíritu neoliberal que hoy insiste con volver.

Es cierto, por otra parte, que semejante estrechez de miras puede ser atribuida a la mala educación y a la manipulada información que brindan los medios. Pero, además, no hay que descontar el goce idiota, ese que retorna siempre al mismo lugar y que socialmente conduce a lo peor. Quiero decir que la gente simple pero no tonta, políticamente hablando puede ser idiota, y el peligro es que la idiotez, en términos colectivos, conduce a lo peor: el fascismo.

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Entramados de poder. Los argentinos históricamente nos hemos dividido en dos bandos. Así pues, la teoría schmittiana que concibe lo político como el trazado de una frontera entre amigos y enemigos parece hecha a nuestra medida.

Y sin embargo, hay muchas otras teorías actuales que ya no piensan en términos dicotómicos y destructivos; sea porque plantean el agonismo como lucha entre adversarios; sea porque plantean la posibilidad de existencia de no-amigos; sea porque conciben la política en términos de sustracción, inoperancia, etc. Cualquiera de estas teorías vale la pena de ser estudiada, en vistas a lo que acontece y no como mera erudición de saber.

De todas formas tampoco creo que haya que temer a la dicotomización del campo, a las tensiones inherentes y a las destrucciones correlativas. Creo, al contrario, que hay que entenderlas para darles su justo lugar a otras lógicas políticas más complejas. Que haya amigos y enemigos es quizá inevitable, pues es parte del registro imaginario del otro, pero hay que estar dispuesto también a concebir otras posiciones en el campo; eso hace a lo simbólico (significantes vacíos, siempre para otros -significantes-) y lo real en juego (imposibilidad de unidad sin fisuras o malestar irreductible).

Asimismo, la destrucción no tiene por qué apuntar a individuos, bandos o cualquier otro ente, sino a los privilegios, jerarquías, exclusiones y todo tipo de distribuciones rígidas del poder. Pensar en entramados solidarios de poder es un proceso sin fin que configura distintas lógicas, registros y posiciones subjetivas.

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Causa de deseo (potencia). Más acá de las taras que cada uno tiene, taras de índole ideológica, psicológica, familiar, profesional, ética, etcétera, hay una dimensión de interpelación directa que las anuda y sobredetermina, excediéndolas; dimensión suplementaria a la cual no estoy tan seguro de denominar, como hacía en otra época el gran Althusser, ideológica. Y no estoy tan seguro porque la doble nominación de una instancia clave, ya lo hemos visto, sutura y conduce a lo peor en la práctica teórica. Por eso el sujeto simplemente se juega; y resulta indiscernible a priori. En mi caso se juega puntualmente en esto: cada vez que CFK toma la palabra, le creo, me entusiasma, no para militar en un partido, volverme un soldado de la presidenta u ocupar un cargo determinado, sino para tratar de ser mejor en lo que hago, más riguroso, más libre, más honesto. Siento fuerza, siento potencia (de ser y de no ser), siento entusiasmo. ¿Raro, no? Como dice Badiou, el sujeto es raro.

Puede que en otros momentos históricos haya habido gente que le pasaba lo mismo con Menem (o con otros presidentes): ser más vivo, más rápido, más gozador; todas esas modalidades de ser que yo no soportaba en los 90s, ni soporto. Quizás estoy siendo injusto y el riojano sí alentaba alguna virtud y en cambio CFK alienta defectos que no veo. No lo sé, porque no tengo una mirada neutral metahistórica sobre lo que pasa, es decir, estoy atravesado por eso que me afecta y al mismo tiempo hace pensar, y eso me basta: asumo la radical historicidad hasta las últimas consecuencias. 

Esa dimensión inasible, pienso, no tiene que ver tanto con la persona, ni con la simple racionalidad (de planes de gobierno, modelos o proyectos); tiene que ver con ese "en ti más que tú" -objeto a, causa de deseo- que suele tomar Zizek del psicoanálisis para decir lo suyo.

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El sentido o lo real. Quiero advertir sobre algo: para confrontarnos a lo real del deseo, esa potencia terrible y a la vez magnífica (de ser o no ser) que nos en-causa, hay que dejar caer la realidad; esa que se afanan en construir cotidianamente los medios hegemónicos y los contra-hegemónicos se esfuerzan en develar. Dejar caer la realidad implica dejar de luchar por el sentido y circunscribir lo real del síntoma que excluye cualquier sentido. Quizás se abra así una orientación compleja, anudada, que hay que soportar entre todos, sin sentido hegemónico. Un sentido vector.

Y si no lean Lógica del sentido, de Deleuze: el sentido no es algo que se construye o negocia, es un acontecimiento que afecta y moviliza los cuerpos. Por eso no se logra con campañas de concientización o por la persuasión de buenos comunicadores; cuando acontece, el sentido, produce un entramado solidario, alternado, entre los cuerpos. ¿Pero puede haber acontecimiento a nivel de lo que se dice un estado-nación? No lo sé, lo estamos indagando.

miércoles, 31 de octubre de 2012

De lo singular y lo cualquiera

En cada vez menos ocasiones me resulta provechosa el habla, o bien porque me suena demasiado monótona o bien porque siempre hay alguna voz dominante, y el sobreentendendido que suele redundar en las charlas es aplastante. Sucede que la escritura -no importa si aquí o allá, donde sea, cualsea- tiene la ventaja de hacer resonar infinitas voces, dispares, y sus múltiples declinaciones: mudas o altisonantes, bajas o agudas, reflexivas o extravagantes. En todo caso, se puede leer o no. En cambio la palabra oral tiene eso de obligar a escuchar, eso de que los oídos no tienen párpados. Quizás de ahí provenga también aquel dispositivo que quiere hacer de la voz una letra.

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El análisis requiere de un Otro que por no creerse tal, no obstante sostener su semblante, habilite una escucha -o lectura- del revés de los dichos que, de parte de quien habla, son lanzados como si remitieran a un sentido final. Lectura transversal o anagramática, se podría decir, por dar una imagen anticipada. Suspender aquél sentido, un tiempo lógico, para que se lancen de veras los dados del pensamiento sin-sentido -final- llamado inconsciente; allí donde se juega la materialidad de otro sentido, imprevisto.

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Ya lo he escrito por aquí, para mí hay que leer a cualquiera, en tanto indague justamente eso que hace a la cualquieridad en cuestión. No me gustan las idolatrías ni los privilegios, pero estoy al tanto de que hay un tiempo para cada cosa -y caso-; de ahí que haya que empezar por alguna singularidad, o una serie de ellas. No obstante, creo que hay que disputar el espacio de 'naturalización' de sentido que toda práctica genera casi espontáneamente. Algo que puede suceder con la práctica artística, psicoanalítica, científica, filosófica, política o cualquier otra. Pues, así como el goce que promueve el arte es único, inapropiable, lo mismo puede decirse de la investigación científica inventiva o de la producción de conceptos. No toda práctica necesariamente se ampara en la ideología de la totalización de sentido, del principio y del fin de lo humano.

En fin, abogo por el carácter único y singular del goce y de las verdades que horadan los saberes establecidos, pero por la misma razón advierto de los peligros de la unicidad del sentido de prácticas privilegiadas. Hay aliados contra la estupidez homogeneizante en todos los ámbitos de invención humana (incluidas, por extraño que parezca a espíritus más románticos, la ciencia y la filosofía).

martes, 30 de octubre de 2012

De lecturas, críticas y todo

1. En cuanto a la información.

Hay un mandato irreflexivo que dice que para estar informado hay que leerlo todo; se cree así que la variedad de la información hace directamente a la calidad de la formación de un punto de vista propio. Es justo. Sin embargo, se queda corto: si uno no selecciona antes la calidad de lo que lee, tampoco puede asegurarse luego que el resultado sea la formación de calidad; el pensamiento empieza antes, siempre antes. Hay que estar atento.


Sucede lo mismo que en el caso de la comida: uno no come todo, no come cualquier cosa, pues hay que ser selectivo para tener una dieta equilibrada que sostenga nuestra salud. Es cierto que se debe comer bien y variado, que se pueden frecuentar incluso distintos tipos de cocina, pero lo que debe primar sobre todo es la calidad (que no tiene que ver con costos sino con la elaboración).

Entonces, cuando un diario o cualquier otro medio de información ya no producen discursos de distinta 'cocina ideológica' sino que directamente producen artículos de mala calidad, ¿por qué uno debería persistir en la intoxicación? La variedad y la calidad hay que saber encontrarlas también, no son algo simplemente dado por la libre oferta del mercado. Darse una buena formación, elaborar un pensamiento propio, no es cuestión de consumo desaforado.

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2. En cuanto a la formación.

Ahora, en caso de tener que lanzar algún mandato de lectura apremiante, no diría lean a Platón, o a Spinoza, o a Marx, o a Foucault, o a Badiou, o a Borges, o a Beckett que sé yo; diría sólo lean, lean a cualquiera, a locos o infames si quieren, poco importa, pero lean bien, lean a la letra y escriban junto a eso que se da a leer en cualquiera, incluso -y sobre todo- a pesar de sus intenciones. Nadie tiene la posta de nada, ni la clave de inteligibilidad de una época, pero sólo una ética rigurosa de lecto-escritura puede socavar las pre-tensiones de regular el sentido y sus fines.

Quizás esto último pueda parecer contradictorio con lo anterior, y sin embargo la función selectiva que opera en la formación -distinta a la información- es el deseo, que sigue la letra en su cualquieridad -o genericidad- pero cuya calidad no es cualquiera, pues es singular. Y lo que ambas apuestas -información y formación- comparten, es una lectura orientada por lo real del notodo, exención de sentido cuya calidad de goce queda suspendida al hallazgo contingente de otros textos (obras, gestos, pensamientos).

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3. En cuanto a la crítica.

Asimismo, si mucha gente se autosatisface con el juicio sumario, sea como protagonista activo o pasivo espectador, hay que decirlo: el tipo de crítica precoz que en ello encuentra su goce es claramente masturbatoria. Quizás el nivel más bajo de esta modalidad de descarga inmediata aparezca en los comentarios agresivos de los diarios digitales, pero en un nivel apenas más sofisticado también aparece en muchos de sus artículos. El pensamiento que por definición es crítico sólo existe en tanto potencia, genera o multiplica otras voces, pensamientos, gestos u obras, y su goce es exponencial aunque nunca garantizado de ante-mano, debido a que depende de que esas multiplicidades continúen su proliferación en otros cuerpos.

El trabajo intelectual requiere asumir rigurosamente ciertas responsabilidades: no estar por encima de otros ni tampoco imitarlos; es a lo que me refiero con el 'junto a' (proximidad topológica que no se mide geométricamente: el lugar, su mismidad, no es empírica ni trascendental, se da en el proceso de producción). Multiplicar -o potenciar- es la tarea, sin desconocer los procesos de elaboración y los duelos, pero además atacando las críticas o formulaciones reductivistas que no cesan de aparecer.

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4. En cuanto al todo.

“Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada” (Macedonio). Pasa que el todo es así, pretencioso y totalitario por definición, pero ignora -tanto él como sus secuaces obsecuentes- que en partes no todo se ha dicho, no todo se ha escrito, no todo se ha hecho; pues las partes exceden al todo.

Nos han enseñado gestálticamente que el todo es más que la suma de las partes, queriendo contar así las relaciones, y eso está bien; pero además, analíticamente, las partes son más que el todo porque no todo es: hay partes suplementarias que ex-sisten, son reales y fuerzan su pertenencia al ser significativo que pretende abarcarlo todo. Muy evidentemente su valor es inestimable, por eso el reconocimiento si llega, llega tarde, desde otras partes (sin todo).

martes, 23 de octubre de 2012

El pase filosófico

“De modo que de acuerdo con la Ley (la ilusión) la Constitución es; pero de acuerdo con la realidad (la verdad) la Constitución se hace. Por su carácter es inmutable; pero de hecho cambia aunque inconscientemente, sin la forma del cambio. La apariencia contradice a la esencia. La apariencia es la ley consciente de la Constitución, como la esencia es su ley inconsciente en contradicción con la primera. La ley no tiene por contenido la naturaleza de la cosa, sino lo contrario”. (Karl Marx, "Crítica de la filosofía del Estado de Hegel", Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, p. 131, trad. y notas José María Ripalda).


Suelo disponer de varios espacios de escritura que por momentos se atraviesan, yuxtaponen y cruzan parcialmente. En ellos experimento cosas, sobre mí y los otros; sobre lecturas y escrituras; sobre lo que hace cuerpo y descentra; y también sobre lo que no. Me he dado cuenta hace relativamente poco que hay una creencia muy consolidada, entre varios, respecto de que habría medios que ofrecen cierta impunidad (y no me refiero sólo a los poderosos). Me llama la atención ese sometimiento voluntario que no se hace responsable por la escritura, por el decir, por el acto. Pues para mí el decir, en cualquier forma y lugar, hace ley, y no el dicho. El decir se expone sin miramientos, mientras que el dicho busca justificarse, y así, reglarse. El decir se escribe para pensar en acto. Dos tentaciones a resistir y elaborar aquí (en esto sigo a mi maestro Foucault): i) que los espacios de escritura sean unificables bajo un sentido último o primero; ii) que los espacios de escritura sean distinguibles claramente y valorables por separado. Ni una cosa ni la otra: hay que sostener con coraje -de verdad- y soportar cierta incomodidad -de no dominio- respecto de las mutuas irreductibilidades entre ellos, al tiempo que su mutua imbricación, sin despreciar ni valorar unos más que otros. Ello define una praxis: la filosófica.

I.
Podría decir que el cogito de la filosofía actual, que se sostiene sin certezas últimas o primeras, se formula no obstante por medio de una mínima que se diluye en el acto mismo de su impropia formulación: cualquiera piensa, luego existo. La cualquieridad en cuestión no permite distinguir así rasgos particulares, ni tampoco formular un principio universal clasificatorio; se trama más bien en el medio, en la multiplicidad cualquiera, en la heterogeneidad de pensamientos encontrados al azar de las indagaciones. Captar -afectar y dejarse afectar por- dicha cualquieridad, exige atravesar y circular por distintos saberes (en falta) y prácticas (en exceso). A dicha (dis)posición filosófica se la suele designar académicamente como posfundacional o postestructural aunque ella, ajena a semejantes preocupaciones escolásticas de etiquetamiento y clasificación, responde más bien a las cuestiones vitales que nos afectan e interpelan en tanto seres de lenguaje. Somos herederos, es cierto, de múltiples tradiciones subterráneas, encontradas por azar, lo cual no quiere decir que hagamos culto a los muertos o juguemos a la lotería. El rigor pasa por la alternancia de los cruces hallados entre diversos procedimientos.
En dicho sentido resulta curioso, por ejemplo, cómo a veces el entusiasmo por los muertos puede trocar rápidamente en desaliento por los vivos. Es cierto que estamos ambos, vivos y muertos -así como jóvenes y viejos-, conectados funcionalmente, y hay un umbral de indistinción relativa donde no todo se distribuye según los rasgos característicos; de este modo, podemos encontrar tanto juventud en los viejos como vida en los muertos, y viceversa. Igual, no deja de sorprenderme que esta operación no se especifique, en nombre de no sé qué tipo de idealizaciones. Y cuando esta operación no se especifica, es decir, no se asume singularmente, se producen dos posiciones típicas antagónicas: i) la de los cultores melancólicos de lo sagrado (lugares, nombres, procedimientos rituales) y ii) la de los cultores maníacos de lo profano (actualidad, renovación, improvisación); también podría decirse: memoria versus olvido, pasado versus futuro, idolatría versus iconoclastía. El pensamiento filosófico vivo, en cambio, activa lo uno en lo otro generando a partir de su indistinción relativa un espacio-tiempo nuevo y múltiple a la vez. Dicha operación define, para mí, lo que llamaré -antes que post- el ser hiperfundamentalista. Y la concepción de la cultura que conlleva se asume, así, más del cultivo en el detritus que del culto en lo impoluto.
¿Qué es ser hiperfundamentalista entonces? Pues bien, es asumir la falta de fundamentos últimos o primeros hasta sus consecuencias más extremas, al punto de exceder los mismos extremos y volverse indiscernible para las valoraciones típicas, tanto de extremistas como de normalizadores; en tanto no se cae en el relativismo antifundacional que o bien reniega demasiado ostensiblemente del fundamento, aunque afirmando de hecho el equivalente universal (lógica del valor o del capital), o bien convoca con nostalgia el retorno -de los dioses- de otros tiempos y las ontologías negativas; como tampoco se cae en la banalidad  de esgrimir los fundamentos racionales típicos de los especialistas. El hiperfundamentalista radicaliza la crisis del fundamento hasta el punto de volverla inoperante, encontrando fundamentos por doquier, en cualquier lugar o nombre, en tanto se escinda del todo y se afirme como parte suplementaria; precisamente de eso va la cualquieridad -en cuestión- de lo hallado en forma contingente. La rigurosidad o la necesidad, en cambio, es lo que de allí se sigue y trama; no estaba antes, ni nada ni nadie garantiza que se (re)encuentre luego.
Ahora bien, si hablamos de un sujeto en cuestión(amiento), hay que problematizar su estatuto, explicitarlo. Pues si hay formas muy evidentes de hablar de uno mismo, por ejemplo cuando se dice ‘porque yo tal cosa’, ‘a mí me pasó x’, ‘yo pienso, luego existo’, etc., también hay otras formas más sutiles en las que quien habla puede llegar al extremo de preguntar-se ‘¿quién habla?’ o ‘¿qué importa quién habla?’, y responder-se ‘hay un se [on en francés] impersonal’, ‘habla el ser, o el lenguaje, o el ser del lenguaje’, ‘habla el inconsciente, las estructuras, el goce’. Bueno, hay formas tan extremas de hablar, de decir, de preguntar (i.e., ‘la historia de la metafísica’) que uno bien podría preguntarse: ¿pero esto tiene que ver con uno mismo o es ya otra cosa? Hay cuestiones que son irreversibles, no puedo saber si en algún momento histórico -quizás en mi infancia, o en la Grecia antigua, o en la gran caverna- el que hablaba se diluía en el relato al punto de que no importara en absoluto, pero de un tiempo a esta parte no puedo dejar de pensar que, por más sofisticado o cautivante que sea ese relato, el que habla es un ser mortal, histórico, falible y sexuado, por ende con aciertos y desaciertos, y que cuenta tanto como lo que cuenta (sobre todo el modo en que allí se des-cuenta). Eso es lo más interesante del asunto, de escuchar, o de leer.
Es cierto, también, que hay una parte infantil en quienes pretendiendo haber superado su infancia, y su creencia absoluta en el relato, se dedican a escudriñar sólo las faltas e inconsistencias del mismo (del Otro), como esperando que advenga allí, de una vez por todas -anhelando en secreto-, el cuento definitivo (el Otro del Otro). Mientras que quienes no nos lo creemos en absoluto jugamos, en cierta forma, sobre las posibilidades que abren esas inconsistencias relativas (el Otro tachado). Quizás la verdadera adultez resida en asumir la propia infancia en lo que ésta tiene de juego irreductible, al inventar sobre las fallas y aperturas del Otro. Este juego de lecto-escritura puede devenir así lo que se llama filosofía; que re-comienza, cada vez, con un acto o un pase.
Por eso, si el pase de Badiou es el de un ‘platonismo de lo múltiple’, como él mismo dice, cuya figura oximorónica aparece desplegada minuciosamente en sus principales libros (El ser y el acontecimiento, Breve tratado de ontología transitoria, Lógicas de los mundos, etc.), el mío sea quizás un pase forzado, escrito parcialmente, entre esta filosofía sistemática y el estilo antifilosófico de Lacan (Seminarios y Escritos): un anudamiento alternado y solidario de condiciones y discursos, en sus impasses locales y resoluciones composibilitantes, cuya naturaleza puede decirse “transpolítica”. (La escritura de mi tesis de filosofía, debo decir, no ha versado tanto sobre Badiou y Lacan, ni ha intentado siquiera demostrar -encadenar- o amplificar -comprender- nada, sino mostrar el nudo impropio en que un sujeto se constituye al de-suponerlo de todo saber. Y si acaso fundara una escuela filosófica, en consecuencia, sería un poco más exigente que Platón, pues pondría un cartel que diga ‘que no entre aquí quien no sepa contar -inmanentemente- hasta cuatro’.) Dicha escritura se juega -he allí su máximo riesgo, según Benjamin- al conectar entre sí heterogeneidades irreductibles.

II.
Es posible analizar así el desnivel, la dislocación o el décalage entre dos tópicos heterogéneos (en el sentido que, según remarca Milner, acontece en el matema lacaniano: cross-cap y fórmulas de la sexuación), por ejemplo entre el plano óntico y ontológico (Heidegger), fenoménico y nouménico (Kant), determinante y dominante (Althusser), ser y acontecimiento (Badiou), a partir de la brecha de paralaje, tal como lo hace Zizek; pero enfatizando más bien la idea de sutura parcial o conexión translegal de los planos discursivos que nos permiten leer ciertas figuras topológicas no orientables: banda de Möebius o botella de Klein. Si pensamos la estructura en que nos encontramos (llamémosle caverna, lenguaje, ideología, realidad o mundo) como una banda de Möebius, por ejemplo, apreciaremos inmediatamente que hay dos sentidos contrapuestos: uno que da la vuelta completa y muestra la continuidad; otro, más corto, que da la ilusión de que cruzando el borde de la banda hay justamente otro lado. Así podemos entender cómo es posible que haya dos lados que en verdad son uno, pero que a veces nos parezca ‘a todas luces evidente’ (efecto ideológico por excelencia) que son dos. Se ponen en conexión dos lados (banda de Moebius), o un adentro y un afuera (botella de Klein), y se sostiene la torsión, el pliegue o el quiasma entre ellos, es decir, no se homogenizan ni se mezclan. La clave está en el corte. La operación de corte y sutura de estas superficies topológicas, tal como la expone Lacan en L’étourdit, nos permite verificar la ambigüedad de la estructura. A raíz de esto se puede formular la siguiente pregunta: ¿Pueden ser los conceptos filosóficos también operaciones topológicas de corte efectuadas sobre superficies discursivas? Pues el concepto, afirmo, se forma justamente en esa conexión inédita entre dos superficies heterogéneas, posibilitada por un corte singular. En tanto se sostienen la heterogeneidad e irreductibilidad de ambos planos, sin reducirlos o mezclarlos indistintamente, la conexión da cuenta del pasaje inédito entre uno y otro: doble inversión (i.e. finito/infinito, consciente/inconsciente).
El concepto en filosofía es real y material porque se produce en el cruce efectivo de distintos modos históricos de pensamiento (‘procedimientos genéricos de verdad’, les llama Badiou). Se evita así tanto el idealismo subjetivista del sabio filósofo que crea a capricho un lenguaje propio, como también la postulación de una estructura de estructuras impersonal (metalenguaje) que explica toda producción reduciéndola a una lógica o término clave (científico, político, estético, etc.). En un caso y en otro el concepto de sujeto, afirmado o rechazado, es el mismo: el sujeto voluntario y consciente. En el primer caso se trata del sujeto constituyente que decide cuándo y cómo intervenir sobre una realidad previamente constituida. En el segundo caso el sujeto es definido en cambio como una mera posición impersonal, en un campo estructural que se despliega por sí mismo y lo determina. El concepto de sujeto que pensamos junto a Badiou y Lacan decide pero lo hace sobre y desde lo indecidible, implicado allí mismo aunque no determinado, en relación a lo indiscernible de un lenguaje o saber; es decir, al borde histórico de lo infundado, en sitios donde se produce un impasse o una aporía, una hiancia o una falla. En este sentido la decisión es histórica, pero ésta no es considerada un devenir autónomo, sino en múltiples temporalidades que pueden encontrarse o no. La intervención filosófica apunta a disponer posibles encuentros y a facilitar cruces de conceptos y modos de intervención o producción; para ello debe incidir sobre repliegues o subordinaciones; escindir círculos o tautologías; señalar aporías y tomar decisiones de pensamiento, tesis o formulaciones.
El ejemplo clásico más próximo quizás lo sea la lectura sintomal que aplica Althusser a la obra de Marx: señala dos espacios vacíos en la frase formulada por la economía política clásica presentada como completa (“El valor de…trabajo es igual al valor de los medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento y la reproducción de…trabajo”), así introduce el concepto que escinde la circularidad sintomática: fuerza de trabajo. Lo más importante en dicho proceder es formar una malla entretejida de conceptos cuya materialidad consista en puntos de cruce efectivos y no en una sustancia inmanente o en punto de referencia exterior. Y sobre todo, donde se impida el predominio o subordinación absoluta o jerárquica de un modo de producción por sobre otro(s). A partir de esta lectura marxista althusseriana es posible pensar (quizás por sus múltiples metáforas al respecto) el materialismo dialéctico en términos topográficos, casi como si se tratara de los mismos desplazamientos de las placas tectónicas terrestres; donde cada praxis, en lugar de situarse como momento o parte de un saber absoluto, deviene más bien, por solapamientos y superposiciones parciales, suplementación de otra a la que el forzamiento marxista permite articular nuevos conceptos, invisibles desde la permanencia en un sólo campo o lugar. Por ejemplo, los mutuos atravesamientos de las miradas económico-políticas, filosófico-ideológicas y político-sociales. Ni socialismo utópico, ni economía clásica o filosofía idealista burguesa, Marx logra ver las fisuras de unas y otras a partir de suplementaciones y cambios de terrenos.
Afirmo que, con Badiou, la filosofía en tanto materialismo nodal no hace más que multiplicar estos movimientos, desplazamientos y suplementaciones. A diferencia de una suma ecléctica, hay que disponer de cierta sensibilidad para encontrar puntos de corte y atravesamientos productivos (‘volver lo sensible en una relación no sensible consigo mismo, eso es lo inteligible’). No es simplemente enriquecer, por acumulación, la mirada económica con la sensibilidad social, o la rigurosidad matemática con la sensibilidad artística, pues el mismo atravesamiento y contaminación entre distintos planos discursivos descompone el campo instituido (al menos en su constitución normal) y permite hacer visible lo invisibilizado en ese campo, los puntos de falla e inconsistencias obliteradas. En fin, se visibilizan los hilos de la trama discursiva que sostiene la precaria realidad en que vivimos.
En el caso de Badiou, el espacio topológico de composibilidad se da “entre” procedimientos, y el sujeto filosófico –afirmo a riesgo propio- es la operación por la cual y en la cual éste, a su vez, se constituye. El sujeto filosófico no constituye así una suerte de innombrable o impensado propio de Badiou; se halla implícito en su Obra pero no al modo de un contenido latente sino en el trabajo mismo de producción conceptual. Se esclarece este proceder a partir de la lectura que hace Zizek de Freud y Marx al comienzo de El sublime objeto de la ideología: lo que importa no es distinguir lo manifiesto de lo latente sino por medio de qué mecanismos (i.e. condensación, desplazamiento, etc.) uno deviene otro. También se entiende cómo Althusser concebía que la filosofía marxista se hallaba “en estado práctico” en El Capital (aunque más que “estado” habría que decir en “proceso” de producción teórica). Al “entre” en Badiou lo podemos hacer emerger a partir de la confrontación, por un lado, con aquellas lecturas reductivas que aplanan y homogenizan el complejo espacio discursivo filosófico, y por otro lado con aquellas lecturas que, al contrario, lo amplifican y así hacen visibles, en convergencias impensadas, otras aristas y otros pliegues.
Así, al menos, es como concibo por mi parte el trabajo filosófico; que comenzó en una tesis sobre el concepto de sujeto en dos autores principales: Badiou y Lacan, y ahora prosigue con otros autores y nudos conceptuales.


Roque Farrán

jueves, 18 de octubre de 2012

Saber, pensar, inmanencia

I. Saber.

Sé que hay muchos que se contentan con saber algo, incluso hasta mucho de ése algo -profundizan, como se dice- o un poquito de cada cosa -un salteadito, para parecer culto. No está mal. A mí, como a cualquier filósofo que se precie, sólo me interesa -quiero decir: me afecta- el saber ab-soluto, o incluso el saber di-soluto. No se confundan, no es el saber total; al menos que se sepa bien qué quiere decir un 'todo' (son cuestiones que aclara bastante Milner).

El saber disoluto es el que disuelve en su nombre -que es nada- todo saber. Es el saber que practicaba Sócrates, por ejemplo, al saber que nada sabía y, por ende, al que todo saber que no fuera ése quedaba suspendido (en su pre-tensión sabelotódica). Así, hay quienes pretenden saberlo todo de determinado autor, período histórico o tema, e incluso de tipos como Sócrates o Lacan, que justamente trabajaban en contra de esas pretensiones totalizantes, dominantes en sus respectivas épocas. ¡Vaya paradoja! A no ser que se trate en verdad de aquellos que, cual pedófilos-pedagogos del saber, se hacen expertos en lo que detestan para así manosearlo-neutralizarlo mejor (según creen, los pobres infelices).

La historia se repite tanto para los idiotas como para los sabios, pues lo que introduce la mínima diferencia, en la repetición, elude tanto la aprehensión mediático-masiva como los intrincados laberintos del saber. Resignificar los términos en juego depende de esa sutil captación de un instante fugaz, de un instante de peligro; pero, por supuesto, no todos nos disponemos a ello.

II. Pensar.

Aprehender a pensar, como respirar o caminar es simple, lo hacemos automáticamente; el asunto es hallar el modo singular de hacerlo y darle, así, un giro propio. Encontrar el material adecuado y disponerlo espacialmente, eso lleva un tiempo -lógico, claro-. La composición de un espacio-tiempo singular se despliega en anticipaciones, escanciones y resignificaciones. No todo es significado, no todo es corte, no todo es resto precipitado. El pensamiento se anuda entre esas operaciones que sitúan un cuerpo material concreto. La idea no es idealista ni sensible, se da en el medio mismo, entre varios; no todos la captan pero es accesible a cualquiera, no hace falta ascender ni lo contrario, hace falta anudar.

Se puede pensar con frases comunes, incluso obvias; se puede pensar con números, teoremas o figuras geométricas; se puede pensar con imágenes o sonidos; se puede pensar con movimientos y puestas en escena; se puede pensar incluso con frases de grandes filósofos, o poetas, o locos, o infames. Pero entonces ¿qué es pensar? Cualquier acto -inoperoso por esencia- que muestre una combinación inesperada de esos elementos contingentes, los desnaturalice y abra, así, a nuevas posibilidades, junto a ellos. Volver sensible el grado mínimo de inteligibilidad, ése a partir del cual ya no se entiende nada. Pensar el afecto con rigor y responsabilidad; que es afectar, al mismo tiempo, el pensamiento de un real que lo disloca inmanentemente, lo cual nada tiene que ver con emocionalismos. El pensamiento no es algo que se consume, es algo que se consuma (o no).

III. Inmanencia.

En ese sentido, creo que todo filósofo materialista deviene tarde o temprano spinocista, incluso más acá de que se apele a su terminología estricta, o de que se lo haya leído exhaustivamente. En un encuentro alguien decía 'ustedes creen que Spinoza lo dijo todo', por supuesto se equivocaba: no era cuestión simplemente del dicho sino del modo o de los modos de decir y pensar, asumidos en inmanencia. Uno no dice lo que dijo Spinoza, así sin más; si es sensible a la mínima inteligibilidad de su época deviene irreductible y suplementariamente spinociano, en el mejor de los casos. Esa libertad rigurosa de pensamiento encuentra sus sobredeterminaciones y empieza a contaminarlo todo (por ende, a descompletarlo). Así, si Hegel era acusado de panlogicista, bien podría decir que Spinoza y sus ignotos discípulos somos más bien panpoliticistas. Pues, en definitiva, el axioma de Nancy que postula que no-todo es político, debe ser trabajado en inmanencia: descompletando esos pequeños todos que no lo son pero no obstante lo pretenden.

De mi parte, he intentado brindar una respuesta lacaniana al 'sin objeto' de la filosofía materialista y al descentramiento correlativo del sujeto que ella requiere, en el juego de fuerzas y afectos: el nudo borromeo de sus condiciones dispares. Es mi modo de asumir la inmanencia y el no-todo que ella implica.

martes, 16 de octubre de 2012

Infancia clandestina

El materialismo que requiere nuestra época ha de ser muy sutil: exige renunciar a toda forma de saber omniexplicativa e idealista sin caer en la lisa y llana ignorancia o el escepticismo. Para eso tiene que trabajar en torno a las fallas epistémicas y extraer de allí mismo las hilachas que le permitan tramar el paño de lo real.

Lo que sigue a continuación es más bien una crítica a la crítica, o un despeje de segundo orden para que las palabras sueltas en torno a una obra se potencien y resuenen con lo mejor de ella, haciendo notar así su materialidad; para que lo dicho no obture el decir.

A la hora de analizar una obra cualquiera, no comparto mucho esa división típica que suele hacerse entre forma y contenido, así como tampoco las intenciones atribuidas a los realizadores que sin duda suelen operar en cada caso. No lo comparto porque dichas separaciones conducen a esquemas idealistas que presuponen una relación exterior entre el sujeto y el objeto. Pues creo que uno sólo alcanza a pensar junto a otros y no sobre otros -en resonancia- cuando logra captar algo de la singularidad de lo que ha sido producido, de lo abierto por una intervención tal, y no cuando emite juicios críticos desde un tribunal externo (sea éste académico, cultural, mercadotécnico o cualquier otro).

Luego de ver Infancia clandestina (Ávila, 2012), he pensado bastante qué singularidad puede haberse puesto en juego en ella; y no lo he hecho sin cierta dificultad y reticencia, debido a que siempre resulta difícil desprenderse de los prejuicios -positivos o negativos- y apreciar lo singular; lleva un tiempo. No obstante, luego de leer algunas críticas un tanto reductivas, ello precipitó de manera intempestiva. Me refiero a lo novedoso que ha aportado esta película al extraño cruce histórico, recientemente reactivado, entre política y arte, que nos atañe como sociedad en constante tensión y re-composición. Lo trataré de hacer notar desde la perspectiva materialista que me motiva a pensar. No es algo que cierre sino justamente todo lo contrario: algo que abre y potencia aunque, sin dudas, se puede abrir más y mejor, y no faltará alguna otra ocasión para evocar estas resonancias.

Cuando se habla de los recursos estéticos por una parte (demasiado hollywoodenses, se ha dicho por ahí) y de los contenidos políticos por otra (si se comprenden o no, si se comparten o no), se pasa por alto la mirada que intenta captar la película -en el entrecruzamiento de ambos tópicos- y que sólo secundariamente, me parece, podría ser calificada como la mirada subjetiva de un niño. Es la mirada singularmente intensa de una generación, de una época, de un modo de vida y de hacer política -no como mero contenido- lo que se halla en juego, de manera condensada y también precipitada. El peronismo de izquierda, tan distinto en sus modos de organización y afectividad -incluso en sus divisiones internas- al peronismo sin más (conservador) o a la izquierda sin más (ascética).

Quizás se podría definir semejante figura oximorónica de la política -a partir de ciertos indicios que brinda la película- por una suerte de materialismo de los cuerpos que enlaza de manera inmanente, entre otros tópicos: sexualidad, familia y política. Tópicos tan próximos entre sí, tan jugados ahí mismo, que inevitablemente producen cortocircuitos e interrupciones. Así, por ejemplo: el contacto físico constante, las muestras de afecto y cariño (incluso en las diferencias y choques familiares), la rígida disciplina militar, el juego, la disposición amontonada de las camas, los escotes exhibidos, el trabajo compartido, las combinaciones de sabores, y, sobre todo, el flechazo y la declaración directa de Juan (Ernesto) a su compañerita de la escuela mientras los demás se autosatisfacían en la grupalidad masturbatoria característica de esa etapa (como también su posterior y fallida huida juntos). Hay algo del orden del acto, de la entrega sin medidas, hasta del tiempo mesiánico, se podría decir, que entra en juego en esa cotidianeidad familiar atípica, y la disloca. Insisto: los contenidos y las formas son inescindibles, por ende hay que captarlos en su entramado singular si en verdad se desea captar su materialidad.

En fin, creo que lo que aporta esta película al pensamiento de la época se puede apreciar mejor en el despliegue de esas intensidades, sensualidades y afectos co-presentes pero irreductibles, dispuestos topológicamente, en proximidad, en diversidad de planos, entrelazados y yuxtapuestos (lo político, lo familiar, lo sexual), en cortos-circuitos de diversa índole. Y todo eso en un doble sentido, inminente e inmanente, y no sólo por nuestra comprensión histórica a posteriori de lo que pasaría luego con ellos, de lo que creemos saber ahora, sino por presentar un modo de vivir la historia en inmanencia -no meramente subjetivista- que nos resulta, desde nuestra actualidad distante, prácticamente inconcebible. Y sin embargo, algo de eso nos llega.





viernes, 12 de octubre de 2012

Un espacio de pensamiento material(ista)

Hace unos días, explicaba una colega (con las mejores intenciones, por supuesto, -¡qué son las más terribles!-) que las teorías eran una especie de lentes que uno se sacaba y ponía a gusto y piacere para ver exactamente el mismísimo fenómeno, que ahí se quedaba tranquilito nomás -¿vio?- esperando el cambio de adminículo. Eso era ser pragmático, decía ella, y no creerse para nada esa cosa de la verdad con mayúsculas; lo decía, además, con un tonito tan pedagógico que hacía creer le estaba hablando a nenes de cuatro años. En fin, creo que urge revisar cómo estamos formando a nuestros colegas -a nuestros iguales- respecto a los modos de conocer, de transmitir y de posicionarse frente a otros sujetos que no son meros objetos-dados-a-la-vista de esas burdas anteojeras ideológicas que se pretenden tan sueltas de(l) cuerpo.

Pues, en cuanto nos descuidamos un poquito, volvemos a reintroducir subrepticiamente el esquema de representación dual sujeto-objeto (¡nos ponemos los lentes para ver la realidad previamente constituida!); por más progres que nos imaginemos, sea cual sea la temática indagada y su diversidad (culturas aborígenes, violaciones de ddhh, trata, géneros, etc.), repetimos así la violencia del que habla 'sobre' otros desde la superioridad -por más pinche que sea- de un saber que los reduce a meros objetos (de cita, anécdota, curiosidad, compasión, etc). Por eso hay que tener cuidado -de sí y de los otros- y trabajar en la composibilidad de los múltiples saberes y verdades que constituyen (a) los sujetos, entrelazando lenguajes heterogéneos, impidiendo dominancias absolutas, habilitando pasajes alternados: por arriba, por debajo. La materialidad de los conceptos no la brinda la referencia sino la inter(re)ferencia.

Para evitar estos exabruptos, considero nos hace falta una cátedra que se llame Pensamiento Materialista, así como en su momento se formó esa de Historia  le los Sistemas de Pensamiento, en la que enseñaba Foucault; sólo que ahora, acorde a los tiempos que corren y lo que hemos aprendido del saber-poder-cuidado de sí, estaría bueno que sea colectiva (no acaparada bajo ningún nombre propio). Una cátedra en la cual se enseñe no cómo abordar ciertos autores o tradiciones, distinguirlos o clasificarlos, sino a pensar materialmente en acto, junto a ellos; sean los que sean, sin a priori ni precondiciones. Un espacio de pensamiento donde se enseñe a nadar ya dentro del agua y no haciendo ejercicios vanos al costado de la pileta. La espacialidad del pensamiento material e histórico, puesto bajo condición de lo que realmente ocurre: procesos genéricos de verdad, no puede confundirse sin embargo con ninguna de las demás dimensiones de la experiencia que tienen lugar singularmente, por ejemplo en la calle, en el barrio, en la biblioteca, en un box o en un despacho. Darle su lugar, su medio y sus herramientas propias permitiría evitar tanto el aplanamiento empirista como el abstractivo divagar del especialista ¡Ni que hablar de las fuertes corrientes anti-intelectualistas que circulan, incluso, entre cientistas sociales!

En la cátedra de pensamiento materialista aprenderíamos a situarnos en el espacio social, esa urdimbre compleja que requiere anudar al menos tres dimensiones, heterogéneas e irreductibles (¡anudar no es sintetizar!). Los conceptos de sobredeterminación, pliegue, mónada, montaje y otros tantos que habría que inventar no sólo nos servirían para ello -para ubicarnos- sino que nos constituirían como pensadores actuales y no meros repetidores, glosadores y/o aplicadores de segunda mano. La desubordinación de los subalternos empieza, también, por desapropiar esos recursos intelectuales universales que algunos se empeñan en atribuirlos a la arbitrariedad de ciertas zonas geográficas.

martes, 2 de octubre de 2012

Del imposible reconocimiento de la prostitución como trabajo

¿Es la prostitución un trabajo? Y, antes aún, ¿no hay acaso en todo trabajo algo de prostitución? Radicalicemos a Marx, con una economía del goce más descarnada -o encarnada- si se quiere, pues hay algo en el antiquísimo trabajo que devela las paradojas de la sexualidad y la imposibilidad de relación social. No hay cosa más material que estas paradojas, difíciles de captar porque se nos pegan como el chicle a la suela del zapato, por no comprometer otras partes más impúdicas en el relato.

Quiero decir, hay algo sintomático en la dificultad de reconocer a la prostitución como un trabajo legal, pues ello conectaría peligrosamente con la verdadera naturaleza -que siempre es un artificio- del trabajo ¿Qué se juega ahí? Un poquito más acá de los tópicos bien conocidos de la enajenación y la moral está lo que, en términos lacaniano-marxistas, podemos denominar goce; el cual se presenta en este caso como ese curioso pliegue de la legalidad laboral que no puede ser reconocido sin afectar profundamente la concepción -pretendidamente ingenua- del trabajo entendido como intercambio regulado y pactado de algo cuantificable.

Hay fenómenos sociales que no podemos ver, y no porque sean invisibles -como se suele decir a menudo- sino porque están delante nuestro, en nuestras narices, demasiado expuestos en su materialidad concreta, reflejando esa parte de la sociedad que somos sin que opere la típica inversión ideológica. (Son como esos objetos topológicos no orientables cuya imagen en el espejo no resulta invertida: banda de Moebius, botella de Klein, etc.). No nos reconocemos allí, nos desorientamos, pues el espejo nos devuelve la imagen tal cual es, y nosotros, por hábito, acostumbramos orientarnos a través de la inversión especular ideológica: nos definimos por simple oposición, o sea, por lo que en verdad no somos. El ser humano no sabe qué mierda es, por su constitución significante sólo conoce diferencias. Pero cada tanto aparece un sintoma que muestra el efecto de inversión del espejo, en su inanidad, y eso espanta, angustia o moviliza. La prostitución es uno de esos fenómenos. Es imposible reconocerla como trabajo pero es necesario hacerlo: allí donde eso era, un sujeto político debe -o más bien puede- advenir.

Y si el trabajo revela el punto sintomático de inversión de esta ideología idiota, que hace de todo mercancía, entonces el trabajo sexual no hace más que agravarlo y duplicarlo: es el punto ciego que condensa todos los prejuicios -de derecha y de izquierda- sobre la verdadera naturaleza del trabajo y, por ende, del goce. Así, la hilacha se ve en las fallas de una trama legal que, de reconocer esa falla-hilacha, no puede más que comenzar por deshacerse; de ahí las resistencias al reconocimiento legal. La prostitución como trabajo, el trabajo como prostitución, en sus mutuas inversiones e imposibilidades de reconocimiento, muestran la punta de una verdad sobre la que se teje todo este sistema de valores en el que nos sostenemos -precaria pero violentamente- regulando los goces a través de múltiples dispositivos de saber-poder-cuidado, y la mar en coche.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Izquierda, derecha, izquierda



Solemos, con mis amigos, enredarnos bastante queriendo distinguir la derecha de la izquierda; desde la izquierda, por supuesto. No obstante, yo pienso que una posición de izquierda materialista no se pierde en semejantes abstracciones epistemológicas. Llegado el caso se encuentra, más bien, localizada como esos objetos topológicos concretos pero raros -para la boba intuición- que carecen de imagen especular, es decir, que son no-orientables (banda de Moebius, cross-cap, botella de Klein). Digamos que ser de izquierda, en dicho sentido, es encontrar puntos concretos de indiscernibilidad y trabajar en torno a ellos. Las distinciones a priori son para los esquemáticos de la derecha o bien para los izquierdistas especulativos. Nosotros, para ser consecuentes, debemos orientarnos en cambio a través de topologías conceptuales más complejas (no más complicadas, mis simples espíritus).

Por eso, no hay nada que me moleste más que el aplanamiento discursivo; tal como sucede, por ejemplo, cuando se dice que todo es igual, el kirchnerismo o el menemismo, la izquierda o la derecha, si no se encuentra un término clave que marque la diferencia inexorablemente. Para mí no lo hay; se apuesta y se juega en inmanencia; fijar criterios de discernibilidad a priori es como querer aprender a nadar antes de largarse al agua. El problema quizás resida en que, cuando se habla, es como si se estuviera en el aire, predomina el elemento semántico y su volatilidad, todo se confunde: las palabras y las cosas, los afectos, las miradas. De allí que sea necesario el acto que corta y entrelaza, sin mezcla pero además sin subordinaciones, acto de escritura, de pensamiento, de escansión y precipitación. En fin, el tiempo lógico.
Digamos que siempre tenemos que lidiar con nosotros mismos, con nuestros amigos, con las repeticiones y contradicciones, con distinguir e indistinguir, señalar y refutar, decir y desdecir, y bueno, todo esto es parte también de nuestra posición de izquierda, se entiende, pues la derecha no le da tantas vueltas al asunto, a la cosa política, sabe de antemano que hay que garantizar privilegios y operar exclusiones, y punto.


miércoles, 26 de septiembre de 2012

Del errar humano

Hay dos cuestiones fundamentales contra las cuales lucho todo el tiempo, en cada lugar donde las encuentre operando: 1) las jerarquías rígidas de poder-saber y todas sus subordinaciones, 2) los fines determinados de logros-objetivos y todas sus graduaciones. Ante ellas, pensar la autonomía igualitaria y la sobredeterminación de los medios que nos constituyen: una responsabilidad inaudita por lo que cada uno puede junto a otros.

La vida es aquello que es capaz de error, decía Foucault antes de morir. También se dice, en un sentido más bien autocomplaciente, errar es humano, sin percatarse que eso define propiamente a la humanidad: hemos nacido por error, la vida misma se propaga por error, y además, si aún vivimos, lo hacemos porque erramos (no esperemos hasta el final para decir cosas sabias). Si el humano, desde que es tal, ha dado cada tanto algunos saltitos evolutivos (obras, gestos, pensamientos), es porque ha podido aprehender el error, el errar sin medida que lo constituye. No es aprender del error para suprimirlo, es hacer del error la medida misma de todo aprendizaje; pues en ello nos va la vida. Por eso, cada vez que alguien se obsesiona hasta el hartazgo y repite como una máquina descompuesta: ¡error! ¡error!, ¡error!, es como si hablara la muerte o, lo que es lo mismo, la imbecilidad de lo que no evoluciona (llamarle 'animal' o 'máquina' quizás sea parte de la misma obstinación, lo importante es no llamarles y, sobre todo, no acudir a su llamado.

Así, un maestro no sólo es aquel que desarrolla un estilo propio, sea cual sea su materia o disciplina, sino que es aquel que debe habilitar a otros para que alcancen el suyo, en su errar; si no no es maestro, a los sumo será un patético funcionario o una simple pieza de esta gran maquinaria.

Pues, en principio, pareciera que hay quienes creen que las cosas se logran por el esfuerzo puro y quienes creen que se logran por la buena fortuna de dios (o lo que haga sus veces). Ya una frase atribuida a Einstein -pero podría pertenecer a cualquiera con dos dedos de frente- decía que la inspiración, para que dé sus frutos, te tiene que encontrar trabajando. Pero, aun antes, esa inspiración, trabajo, buena fortuna o esfuerzo deben ir acompañados de ciertas condiciones materiales básicas de subsistencia: alimento, hogar, herramientas, afectos. Bueno, ustedes se preguntarán por qué explico estas obviedades, pasa que a veces la vanagloria de los 'esforzados' o los 'afortunados' me agobia y necesito decirlo, pues no entender la complejidad elemental por la que cualquier ser humano se constituye, por error, no requiere el estudio de grandes tratados marxistas ni tampoco disponer de gran sensibilidad social, sólo, apenas, extender minimamente la amplitud de esa frente tan mezquina.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Cuestiones subjetivas

Discurso. De repente, el tiempo apremia y todo se arremolina: la institución, el deseo, la historia, los conceptos, las palabras, yo, el tornado, la flor, el jardín primitivo. Sostener un discurso que a su vez se sostenga de otros discursos, es más, que se sostengan todos entre sí, yo mismo, como sujeto del enunciado y de la enunciación, no siempre coincidentes, entre ellos circulando, diagonalizando, descentrando-me y los. Componer un discurso que sea como una melodía de múltiples acordes, incluso algunos disonantes, no todo afinado, sólo por momentos, acentuando una nota por aquí y haciendo sonar varias a la vez por allá, entre medio una pausa, un silencio, y así.

***

Historia. Deseo historizar (e histerizar-me). Hay filósofos que piensan desde lo Uno y su infinita modulación proliferante, en tanto efectos de una causalidad ausente que convoca, una y otra vez, la apuesta por el concepto. Hay filósofos que piensan desde lo Múltiple y su infinita composición actual de dispositivos y reglas de producción hallando, una y otra vez, modalidades de imbricación e irreductibilidades entre ellos. Hay filósofos finalmente que, entre lo uno y lo múltiple, encontramos ese lugar anómalo, imposible de habitar, donde se produce incesantemente el nudo impropio de esto, aquéllo y lo otro; ni a priori, ni condición de posibilidad, ni regla, ni sentido último o primero; lugar medial y material de rigurosa articulación, por la alternancia de sus pases y cruces más que por cualquier efecto de exhaustividad, dominio o totalización.



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Neurona. Un neurólogo divisó el procesamiento de la proteína en la neurona que respondía al proceso mismo de observación de tal procesamiento, o sea, ¿a sí misma?. El neurólogo alcanzó un éxtasis místico-científico cuando se diluyó su identidad entre la síntesis protéica, el recorrido neuronal y la minuciosa observación de lo que observaba, o sea ¿que lo observaba? (y como él ya no era él, digamos, no lo paranoizaba). Ahora dicen que está buscando trazar el recorrido neuronal que interviene en la experiencia mística que experimentó antes pues, aparentemente, no sería el mismo -ni tampoco él mismo- ¿o sí?.

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Respuesta. En torno al sujeto, precipitóse este resto a-reflexivo: lo irreductible, lo irredimible, lo incurable o lo inasumible, lo real y su afecto concomitante, eso por lo cual hay que responder a como dé lugar, aunque sea groseramente, pero jamás consentir (ni con el silencio): deconstrucción, psicoanálisis, chiste o lo que sea, cualquier acto que restituya la igualdad y la pura posibilidad de ser (en) común pese a la maldad de las condiciones actuales (la perpetuación de los campos por otros medios).

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Sujeto. El sujeto no está sujetado. Por ende tampoco necesita librarse o ser librado de nada. Sólo tiene que desprenderse de aquellas ilusiones proyectivas, binarias, propias de la necesidad de significación y de los significantes ordenadores, correlativa al saber, que le impide captar la trama solidaria en que se constituye. No ha de liberarse de nada. No ha de subordinarse a nadie, ni tampoco ha de subordinar a nadie. No ha de ascender hacia la iluminación, ni descender hacia los abismos y profundidades. Ya no. El juego se juega aquí y ahora, en el medio mismo. Sólo debe llegar a esa tenue superficie donde su propia textura lo hace y deshace continuamente. La iluminación profana es montaje o tejido sutil que se produce entre múltiples materiales, incluidas las palabras, y no exige más conocimiento que su composición en acto.

viernes, 24 de agosto de 2012

Reflexiones extemporáneas

Sin dirigirme a nadie en particular -a buen entendedor- suelo, no obstante, tomar en serio el decir o escribir. No lo hago como reacción pretendidamente autojustificada, ni como mero capricho acomodaticio a las circunstancias. Cuando digo, cuando escribo, lo hago así, mayormente movido por un cruce imprevisto de circunstancias que me exceden en un sentido complejo, vale decir: sobredeterminado. E intento elaborar algo al respecto. Cuando era adolescente me costaba entender por qué mis compañeros, que padecían actos de violencia de los mayores, al crecer los repetían sintomáticamente contra los nuevos menores. ¿Por qué no se cambiaba de raíz lo que se había padecido? Creo que es algo muy grave, y no sólo anecdótico, cómo se teje ese nudo propio de servidumbre imaginaria. Pues, en estos tiempos, lo veo repetirse a nivel de la política parlamentaria, por ejemplo, cuando todos aquellos partidos políticos anteriormente violentados y extorsionados por los grandes medios hegemónicos de comunicación, hoy, que es posible cambiar esa posición de poder, se vuelven cómplices de las peores prácticas de difamación. Componer un nudo complejo, impropio, de lo político que articule múltiples heterogeneidades requiere, antes que nada, escindir el círculo de la servidumbre imaginaria.

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La violencia que se esconde, muchas veces expresada en juicios sumarios, es la misma que se recibe desde lugares impensados. He visto amigos caer abatidos por el boomerang que habían lanzado al aire, sin saber, creyéndose a resguardo del retorno imprevisto. Por eso sólo la violencia expuesta, sin miramientos ni juicios -violencia pura, decía Benjamin-, puede disipar al sujeto en el acto mismo de lanzamiento, arrojado allí con el objeto, sea cual sea la curvatura que tome su trayecto.

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¿Qué es ser humano? Lejos de cualquier esencialismo o antihumanismo (teórico o práctico) dicha pregunta encuentra una elaboración compleja en Badiou. Ser humano es soportar, al menos, un procedimiento genérico de verdad (artístico, científico, político, amoroso). Soportar en el doble sentido de devenir sujeto de tal proceder y de aguantar la incertidumbre de no-saber, el tiempo necesario, esa forma rigurosa que adquiere una verdad tejida de puro azar, sin discriminadores ni clasificadores de ningún tipo o factor. O, en todo caso, la versión del antihumanismo que más me convence sería: yo no soy un hombre, ni una batalla, soy apenas un nudo impropio. Es que, seré sincero, yo soy apenas una pequeña parte de mí mismo.

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Cuando se lee a Badiou, Agamben, Lacan, Foucault, Negri, Deleuze, interrogado por lo que acontece y no por meras preocupaciones académicas, uno se pregunta inevitablemente, ¿pero cómo, entonces qué hay que estudiar? ¿matemáticas, teología, psicoanálisis, archivos, economía-política, biología? Todo, muchachos, todo y cualquier cosa, agréguenle poesía, cine, charlas de supermercado, blogs, diarios, etc., son todos laboratorios únicos donde se puede experimetar con el pensamiento y elaborar tejidos singulares apuntando a posicionarse ante lo real que desborda por todas partes. Cada quien tendrá sus preferencias y limitaciones, pero nadie tiene la posta cuando se trata de inventar y pensar a riesgo propio. Y la rigurosidad aquí es como la verdad, no pueden decirse a priori ni totalmente, se dicen y practican a medias y verifican en retroactividad, en tanto se prosiga bordeando lo real (pues no hay garantías, muchachos).

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Alguien piensa. Escribe. Luego, eso ha de ser suficiente. ¿Para qué? No se sabe bien. Eso es lo justo: no saber, ni bien ni mal. Pensar. Y de allí, quizás, un mundo. Tejido sutil de infinitas posibilidades, de pensamientos, sin saber que se saben o que se piensan, pero que así y todo se trenzan, se composibilitan y eso, quizás, sea otro modo de pensar. No lo sé; lo afirmo.

jueves, 23 de agosto de 2012

Escena secuencial del poder


Hay cuatro escenas. Yo agregaría una previa y dos o tres más al final, para dar así una idea compleja del poder, que no remita a la simple repetición. Podemos imaginar la escena antecedente -mítica- donde todos eran iguales pero, quizás, hacía falta uno que se los marque, vía el látigo o la palabra, poco importa; eso mismo no podía producir más que una diferenciación exclusiva y una excepcionalidad (trascendente). Luego viene lo consabido y graficado: todos menos uno se inclinan ante el Amo, entonces éste finalmente encuentra alguien que traza la diferencia en la diferencia (inmanente) y hace que se postre. Pero, para que éste último no se convierta en un nuevo Amo, igual o peor que el Otro, es necesario pensar nuevas escenas suplementarias. Ahora los agachados, viendo que el Amo primitivo también se agacha ante uno de ellos, se levantan, y es ese mismo que había permanecido de pie -resistente- el que, en esta ocasión, se inclina. ¿Por qué lo haría, se preguntarán, si ya ho hay razón de temer y, por ende, de reverenciar? Se ha producido un cambio de razón, un giro discursivo en el poder, es el enigma de la democracia: el inclinarse ante los otros, ante cada uno de ellos, es un gesto formal y material que remite a la alternacia de las diferencias singulares y del poder entendido como esa misma producción.

lunes, 20 de agosto de 2012

De la (des)educación

El problema de la educación, cualquiera que haya dado o recibido algo alguna vez lo sabe, no es sólo una cuestión de recursos o contenidos: materiales, ideológicos, epistemológicos, etc. El problema de la educación y, por ende, de la transmisión se juega esencialmente en el deseo, o sea, en la apertura; en cómo alguien puede llegar a abrirse a lo que no sabe y dejar que pase algo (en ambos sentidos). No cualquiera puede alcanzar, en cualquier lugar o tiempo, ese grado de exposición, pero sí está al alcance de cualquiera que se anime a suspender prejuicios y saberes; y basta apenas un instante para que se produzca esa huella imborrable que habilitará la incorporación a un proceso de verdad (político, artístico, científico, amoroso, filosófico).

El sujeto no está sujetado. Por ende tampoco necesita librarse o ser librado de nada. Sólo tiene que desprenderse de aquellas ilusiones proyectivas, binarias, propias de la necesidad de significación -y de los significantes ordenadores-, correlativa al saber, que le impide captar la trama solidaria en que se constituye. No ha de liberarse de nada. No ha de subordinarse a nadie, ni tampoco ha de subordinar a nadie. No ha de ascender hacia la iluminación, ni descender hacia los abismos y profundidades. Ya no. El juego se juega aquí y ahora, en el medio mismo. Sólo debe llegar a esa tenue superficie donde su propia textura lo hace y deshace continuamente. La iluminación profana es montaje o tejido sutil que se produce entre múltiples materiales -incluidas las palabras-, y no exige más conocimiento que su composición en acto.

martes, 14 de agosto de 2012

Del amor

Voy a empezar a marcar mis diferencias con el maestro.

El amor es un pensamiento que empieza entre los cuerpos y prosigue, quizás, no en una simple declaración acontecimental, sino en la exposición infinita de los detalles que tejen una vida al presente, abierta al porvenir y a la resignificación de su pasado, y que comparece ante otra inextricablemente, porque sí; es allí donde habrá sido -o no- el encuentro. (Cada palabra tiene aquí su peso, calibrado delicadamente entre ellas: pensamiento y no sentimiento, cuerpos y no abstracciones, quizás y no certezas, exposición y no declaración, etcétera).

Y así, pues.

Nos contamos la vida, las huellas, los lunares, las heridas, lo micro y lo macro, lo último y lo pretérito, lo íntimo y lo éxtimo. Nos atravesamos en miradas infinitas, recortadas en un instante cómplice, sin parpadear, aumentando y disminuyendo el tamaño de las pupilas. Nos amamos sin descanso y con descansos, con premura y ternura, entre gritos y silencios. Nos contamos historias que condensan siglos, la eternidad, un instante.

Y nada más, por ahora.

lunes, 13 de agosto de 2012

Lógicas del poder

El abuso sexual en los juegos olímpicos (para ver la nota hacer clic aquí): cuando la entrega total, propia de la imbecilidad -y, en estos casos, también de la perversión- masculina, se confunde con la adhesión sin reservas a la práctica de un deporte (o un arte o una disciplina, lo mismo da). El 'practicar sin reservas' -la entrega absoluta- no implica necesariamente ninguna totalidad o incondicionalidad, menos aún subordinadas al imbécil o perverso de turno; implica, más bien, el exceso de un rigor sin parámetros ni disciplinadores; ejercicio, a su vez, extremadamente singular que exige el cuidado de sí y de los otros.

Por ello, resulta imperioso mostrar que existen prácticas y disciplinas con gran nivel de exigencia que no le deben nada a la lógica de la totalización, la subordinación, la jerarquía o la competencia. Que lo contrario del orden no es el caos; que lo contrario de la totalización no es la dispersión; que lo contrario del esfuerzo no es el desgano. O sí, que lo son, y que los imbéciles se queden con sus contrarios y su modo limitado de orientación especular; pero demos entrada al fin a otros modos, mucho más rigurosos y exigentes, de ordenamiento y disciplina, de reunión y participación, de incorporación y potenciación; modos complejos donde la alternancia de posiciones, la multiplicidad de tiempos y espacios, y sus mutuos anudamientos solidarios muestren la potencia del ser (en) común: puro exceso, descentramiento y expropiación de los medios, sin principio ni fin.

domingo, 29 de julio de 2012

Ley y suplemento (acerca de los padres)

En una interesante crítica a Matrix, Carlos Schilling escribe que "en una sociedad sin ley el superhéroe es su suplemento fallido". Ahora bien, yo quisiera efectuar un desplazamiento sobre esta idea: de algún modo, la ley siempre tiene un punto de falla suplementario, una excepcionalidad inmanente o una inconsistencia constitutiva sobre las cuales se funda, que devela así su incompletud o su falta de límites; sobre esas fallas o inconsistencias hay que apoyarse (diría Celan), pues esas son las marcas de los padres que han cumplido su función (al borrarse o barrarse). Quizás el problema de nuestra época sea la dificultad de entender que el llamado a los padres no es a restaurar su autoridad perdida: pues antes no debieron borrarse imaginariamente, como tampoco ahora deben encarnar ninguna presencia; se trata -como siempre- de esa borradura/barradura simbólica que se asume en su incompletitud o inconsistencia (diría Lacan). En fin, no se trata de restaurar la ley frente al suplemento heroico fallido, sino de asumir la falla inherente a la ley que, aunque no la veamos, siempre está; y ese es el verdadero acto heroico.

sábado, 28 de julio de 2012

Sujeto femenino

He llegado a una conclusión sobre la lectura de Lacan que emprendí hace ya varios años: el sujeto del que habla y escribe, a lo largo de toda su enseñanza, es esencialmente femenino. Pues para él el sujeto es siempre una suposición, esa misma que lo lleva a fracasar una y otra vez, cada vez mejor, cada vez más cerca, más próximo, sin nunca cerrar el concepto. Que el sujeto supuesto por Lacan sea esencialmente femenino no quiere decir que tenga una esencia. Justamente esa imposibilidad de totalización del concepto, esa falla lógica y sexual irreductible, es lo que lleva a Lacan a multiplicar sus recursos de escritura: numéricos, topológicos y demás. Quizás esto explique también esa extraña alusión de Cortázar respecto a que Lacan ponía al lector en posición de hembra. No por la imbecilidad que le adjudica a la posición femenina la pasividad, sino porque aquel lugar estrecho por el que se entra a los escritos lacanianos requiere, ineludiblemente, participar de la suposición del sujeto femenino. Ese que objeta el universal de manera discordancial, ese que si lo hubiera no haría falta que fuera ése.

lunes, 23 de julio de 2012

Uno fallido que des-cuenta

I

Alguien comentaba la otra vez que todo lo que se escribe en los 'estados' del facebook es autorreferencial. Lo cual es absolutamente lógico, si se tiene en cuenta que la pregunta que interpela desde el vamos es '¿qué estás pensando?'; y aunque uno pueda pensar en muchas cosas distintas es evidente que siempre lo hace desde uno, y por ende, de alguna forma u otra, luego de su breve excursión retorna al Uno. Ahora bien, excediendo ese mínimo 'estado', normal por antonomasia, ¿es posible escindir efectivamente la lógica del Uno, y el monólogo concomitante que la acompaña, incluso cuando cree referirse a lo múltiple y diverso? ¿Y si fuera al revés? ¿Si asumir la autorreferencia fallida (en el sentido de que no puede nunca coincidir consigo misma y por eso vuelve, una y otra vez, a referir), el Uno-en-falta, en lugar de creer a priori en la apertura, el diálogo y la multiplicidad de perspectivas que uno como buen demócrata siempre contempla, fuera lo que abre verdaderamente al común, ese sin rostros ni nombres preferenciales, es decir: a la política más allá del amor y del goce narcisista? Para luego sí, quizás, en una retroactividad imprevista encontrar el amor con alguien que porta un rostro singular y con quien se indaga una diferencia absoluta (el Dos), diferencia a explorar en la multiplicidad infinita que ofrece un mundo escindido.

II

Hay unas palabras muy atinadas, atribuidas a Germán García ('¿acaso importa quién habla, dice alguien que importa quien habla?'), sobre la táctica del analista: "¿Cuál es la táctica del analista? -se pregunta García- Es la interpretación. La interpretación es táctica porque es un saber que vale para la ocasión y desaparece con la ocasión. Sabemos que en los análisis nadie dice genialidades, sino que dice, con suerte, algo en el momento preciso". Lo que me llevó a preguntarme, esta vez a mí, por la táctica del analizante y lo que se abre más allá de un análisis: ¿Cuál sería esa táctica, entonces, si la hay? ¿Acaso el amor de transferencia, que vale para la ocasión y desaparece con la ocasión? Pues sabemos, también, que en los análisis nadie produce el Dos, sino, con suerte, ese Uno fallido que monologa creyendo que se dirige a un Otro (cuando no lo hay) y lo asume.

III

En el libro las mil y una noches hay un cuento que cuenta acerca de ese mismo libro, de 'monstruoso modo', decía Borges, porque ya no se trata de uno (en) más que se desliza en la lectura metonímica, sino del bucle recursivo que, al volver sobre el conjunto, lo destituye como totalidad virtual de sentido para actualizarlo en un punto paradójico imposible. Ese cuento no es extensivo, es decir, no puede contar parte por parte el libro que lo contiene (no es una reduplicatio), tampoco una síntesis del mismo (no es un resumen): cuenta al contador, devela la textura de la trama, des-cuenta; y eso, lejos de tranquilizarnos, nos resulta ominoso, porque entonces, nosotros lectores, creyéndonos inmunes a la escritura también podemos ser meros personajes de un relato que nos excede -sugiere Borges. Encontrarse de repente con ese punto paradójico donde se cuenta lo que cuenta, donde se destituye al contador virtual en beneficio del acto concreto de escritura, en su materialidad y exceso, no restituye para mí ningún metarrelato, si no, al contrario, la liberación del acto de escribir sin garantías, ni suposiciones absolutas ni mandatos determinados. Y esa operación es lo que llamo sujeto (o también, por qué no, una forma-de-vida).

martes, 17 de julio de 2012

Filósofo materialista

Antes que todo, como diría Magritte, esto no es una definición.

Un filósofo materialista no se esfuerza en juzgar, en discernir, en clasificar, ni siquiera en comprender o interpretar, lo que pasa o lo que hay. Un filósofo materialista compone y apuesta, en cambio, por las posibilidades indeterminadas de lo que encuentra, por aquí y por allá, al paso. Compone materialidades discursivas que son como tejidos, como trenzas, como nudos, y que llama conceptos. Los conceptos materialistas no son meras definiciones, ideales u operacionales, son más bien montajes concretos efectuados entre procesos indiscernibles o genéricos, sin fin, ni finalidad ni lucro. Por eso constituyen una pura apuesta, a que hay apuestas, y que vale la pena perderse tanto como encontrarse, entre ellos y ellas, componiendo una materialidad sin objeto. Un filósofo materialista no tiene consideración para con las buenas o malas conciencias, más o menos idealistas, las atraviesa como un rayo para dirigirse directamente a los cuerpos, esos que se hayan adormilados pero que, cada tanto, acusan recibo y responden.

viernes, 6 de julio de 2012

Momentos de una cura en proceso

Tres momentos que hacen al proceso de una cura: pensamientos, inteligibilidad, soledad (en) común.

Pensamientos. Al principio no quería pensar más, los pensamientos me hastiaban, eran bastante repetitivos y negativos; así que busqué orientación por el lado oriental, para aprender a dejarlos pasar -tal como mandan las buenas prácticas meditativas- cual si se trataran de vagones de tren que uno decide no tomar y sólo ve alejarse cada vez más rápido, hasta que se vuelven un continuum indiscernible. Funcionó un tiempo. El problema es que las formas de vida oriental, transplantadas a occidente al menos, son en general bastante aburridas. Y además, las prácticas aisladas se degradan de a poco. Así que volví al ruedo, el de las tensiones occipitales que nos caracterizan: ya no se trataba de pensar en contenidos negativos, o prescindir directamente de pensamientos, sino de asumir hasta el hueso la radical negatividad que los y nos constituye, atravesando las sucesivas capas de sentido hasta la insensatez misma, y su reverso. Empezaron a aparecer pliegues, nudos, quiasmos y toda una serie de infraestructuras tan extrañas como impuras. Ahora, he tomado el tren en marcha -como quería el viejo Althusser- y cada tanto salto de uno a otro, entre andenes.

Inteligibilidad. ¿Por qué a veces conocer la causa del síntoma, del padecimiento, no alcanza para curarse? Este problema ya era patente en Freud, quien por eso formuló la idea de un 'más allá del principio del placer' -al que Lacan traducirá luego por 'goce'-. Sin embargo, pienso que la respuesta se encuentra en otro lado. La verdadera inteligibilidad -la que conmociona, afecta y transforma- no depende de haber establecido la cadena causal, o sus múltiples concatenaciones, ni siquiera de remontarse hacia el prejuicio original, el principio trascendente o el trauma descen(ca)den(an)te; la verdadera inteligibilidad emerge en el medio mismo y se expone, en una simultaneidad que hace nudo, con interrupciones y enlaces parciales; tan rigurosos éstos como solidarios en sus modos de cruce alternados (es la ambigüedad del término 'sobredeterminación' la que está en juego). Por eso afecta, no hay más escape o deslizamiento; hay arrinconamiento y desenlace.

Soledad (en) común. Creo que en parte todos nos sentimos un poco solos en algún momento, y por ende buscamos el lugar, el grupo y la circunstancia donde por fin aboliríamos definitivamente una soledad que es constitutiva (incurable). A veces la búsqueda se intensifica, cuando el lugar nos empieza a quedar chico y el deseo de salir, las ganas de explorar y de crecer, aunque de un modo indefinido y difícilmente especificable, pujan. Lo que se intensifica es cierta angustia, cierta incomprensión, cierta sensación de ser 'sapo de otro pozo'. Hay tantos amigos y amigas que quisiera sepan pueden contar conmigo en esos momentos, y a quienes quisiera decirles que no existe EL lugar, EL grupo o LA circunstancia, sólo las ganas de encontrarse, quizás, de cruzarse un momento y luego seguir hacia donde dicte el deseo. Hay que animarse. ¡Y no escuchen a resentidos y oportunistas! [Hablo de soledad (en) común porque pienso que para entrar en cualquier colectivo humano cada quien debería, primero, curarse de esa idea sintomática relativa a que su pertenencia, y por ende la de todos, se debe a un rasgo o predicado característico que precisamente totaliza y hace al conjunto en su multiplicidad; entonces, así, de acuerdo al grado de locura de cada quien se tratará de purificar, unificar, homogeneizar en función de ese rasgo. Asumir en cambio la soledad de una singularidad irreductible (sin rasgo: a-especular) para, ipso facto, entrar al común, exige aceptar que no hay tal totalidad -o que las mismas son ficticias- y que, no obstante, esa tendencia unificante es un sinthoma -nudo- que puede devenir un saber-hacer con lo real de la pura dispersión, antes de precipitarse en ella, sin creérselo en absoluto; es decir, sin permanecer en un imaginario que totalice, según la lógica del para-todo, dicho saber; lo cual exige, por otra parte, que cada quien encuentre el modo de forzar su pertenencia al común en un gesto singular e intempestivo].

miércoles, 4 de julio de 2012

varia(dos)

Para mí, en cambio, lo único que importa absolutamente no es siquiera la interrogación del ser, del no-ser, de la materia o del espíritu; lo único que importa es esa operación sustractiva que se especifica siempre desde un borde singular con el nombre de 'sujeto'. Esa operación que me obsesiona e histeriza al mismo tiempo, que demando, necesito y deseo en todo tiempo y lugar, que funda el tiempo-acontecimiento bajo cualquier circunstancia; ese modo de hacer, esa praxis que sólo se da entre letras o instituciones, entre saberes y verdades, siempre anónima, translegal, inclasificable, es lo único que me genera verdadero respeto. Todo lo demás me puede provocar risa, simpatía o espanto, mas no (en)causar ese extraño pensamiento que define una praxis. ¿Pero cuál era? Como la bomba, un minuto más y estallaba...

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A lo mejor no se trata de ver o no ver a Tinelli, de estar o no estar en el facebook, o en todo aquello que sea pasible de ser deglutido por esta gran máquina de reproducción que llamamos consumismo-capitalismo, a lo mejor es más disruptivo darle otro uso que el que quieren los que la producen y reproducen incesantemente, con sus circuitos asegurados de información y consumo, a lo mejor la nueva disciplina que necesitamos para socavar este sistema es la de una inconsistencia sistemática, que abra permanentemente brechas e interrupciones en las lógicas sapientes que pretenden regularlo todo, en su ficción de libre mercado. Sí, pienso que necesitamos darles otros usos, inconsistentes y sistemáticos, que contaminen la purificación lógica que domina mediante su variante interminable de objetos de consumo.

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No es que esté lleno de contradicciones, como si yo mismo fuera una especie de recipiente a ser ocupado por ellas o sus contrarias: las coherencias; más bien soy esas mismas contradicciones, me juego en ellas y esa es la única coherencia posible.

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A veces, unas ganas de gritar inmensas que desbordan todo cuerpo pensable. A veces un golpe seco basta para aplacar la humedad del silencio. Cuerdas contra cuerdas, letras a través de letras, sólo se trata de escuchar lo que resuena, a veces: solo. Puedo adivinar ese sutil hilo que nos recorre el cuerpo en un escalofrío, como una daga infinitamente filosa que corta en todas partes, a la vez y sin cesar. ¿Duele? No. Que proliferaran las palabras así, insensatas pero urdidas en tramas infinitas que hicieran vacilar toda pretensión definitiva.

domingo, 24 de junio de 2012

El brillo opaco de la filosofía

Escribir que nunca había habido nada que valiera la pena escribir y que eso solo justificaba el hacerlo después de haber cambiado la modalidad del acto por el cual se lo emprendía, sin más, sin fin.

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El paradigma de toda praxis es la lectura: se leen la realidad, la naturaleza o la cultura, como se leen libros. La dificultad reside en entender que leer libros no es simple cuestión de poner los ojos sobre las páginas y pasarlas una por una, ni siquiera lo es esa forma atenta de lectura que puede consistir en un ejercicio de traducción, o incluso esas otras formas dispares como lo son el brindar una clase, un seminario, hacer una reseña o una crítica. Leer implica ante todo resultar modificado, afectado, trastocado y ponerse a hacer algo con eso, algo que puede no resultar notorio pero que a su vez se da(rá) a leer. Claro, estoy hablando de modos de lectura-praxis que nada tienen que ver con los medios de comunicación, el marketing o la alharaca. Estoy hablando de modos de lectura-praxis que se transmiten silenciosamente.

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Hubo un tiempo que fue hermoso y fue libre de verdad, también para la filosofía, pues se trataba de mostrar los engaños que se proyectaban como sombras en las cavernas o, más tarde, detrás de los telones, de las falsas conciencias ideológicas, de los medios de masas, etc. Los filósofos, o sus sustitutos iluminadores, se contentaban entonces con mostrar el detrás de escena, la verdad profunda o alta, o incluso la banalidad del mal. Hace tiempo que todo eso ha caducado, es irreversible, pues la verdad de los relatos se da en el medio mismo -medialidad sin fines-, en topologías tan complejas como superficiales, y el disfrute anónimo de tales lecturas sigue quedando a cuenta de ensayos anónimos, singulares, e inapropiables por el sentido liso y llano. ¡Ya nadie nos iluminará ni oscurecerá jamás, amigos míos, vivimos y morimos en un juego de luces y sombras! ¡Vamos a brillar, vamos a brillar mi amor!