miércoles, 26 de septiembre de 2012

Del errar humano

Hay dos cuestiones fundamentales contra las cuales lucho todo el tiempo, en cada lugar donde las encuentre operando: 1) las jerarquías rígidas de poder-saber y todas sus subordinaciones, 2) los fines determinados de logros-objetivos y todas sus graduaciones. Ante ellas, pensar la autonomía igualitaria y la sobredeterminación de los medios que nos constituyen: una responsabilidad inaudita por lo que cada uno puede junto a otros.

La vida es aquello que es capaz de error, decía Foucault antes de morir. También se dice, en un sentido más bien autocomplaciente, errar es humano, sin percatarse que eso define propiamente a la humanidad: hemos nacido por error, la vida misma se propaga por error, y además, si aún vivimos, lo hacemos porque erramos (no esperemos hasta el final para decir cosas sabias). Si el humano, desde que es tal, ha dado cada tanto algunos saltitos evolutivos (obras, gestos, pensamientos), es porque ha podido aprehender el error, el errar sin medida que lo constituye. No es aprender del error para suprimirlo, es hacer del error la medida misma de todo aprendizaje; pues en ello nos va la vida. Por eso, cada vez que alguien se obsesiona hasta el hartazgo y repite como una máquina descompuesta: ¡error! ¡error!, ¡error!, es como si hablara la muerte o, lo que es lo mismo, la imbecilidad de lo que no evoluciona (llamarle 'animal' o 'máquina' quizás sea parte de la misma obstinación, lo importante es no llamarles y, sobre todo, no acudir a su llamado.

Así, un maestro no sólo es aquel que desarrolla un estilo propio, sea cual sea su materia o disciplina, sino que es aquel que debe habilitar a otros para que alcancen el suyo, en su errar; si no no es maestro, a los sumo será un patético funcionario o una simple pieza de esta gran maquinaria.

Pues, en principio, pareciera que hay quienes creen que las cosas se logran por el esfuerzo puro y quienes creen que se logran por la buena fortuna de dios (o lo que haga sus veces). Ya una frase atribuida a Einstein -pero podría pertenecer a cualquiera con dos dedos de frente- decía que la inspiración, para que dé sus frutos, te tiene que encontrar trabajando. Pero, aun antes, esa inspiración, trabajo, buena fortuna o esfuerzo deben ir acompañados de ciertas condiciones materiales básicas de subsistencia: alimento, hogar, herramientas, afectos. Bueno, ustedes se preguntarán por qué explico estas obviedades, pasa que a veces la vanagloria de los 'esforzados' o los 'afortunados' me agobia y necesito decirlo, pues no entender la complejidad elemental por la que cualquier ser humano se constituye, por error, no requiere el estudio de grandes tratados marxistas ni tampoco disponer de gran sensibilidad social, sólo, apenas, extender minimamente la amplitud de esa frente tan mezquina.

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