viernes, 12 de octubre de 2012

Un espacio de pensamiento material(ista)

Hace unos días, explicaba una colega (con las mejores intenciones, por supuesto, -¡qué son las más terribles!-) que las teorías eran una especie de lentes que uno se sacaba y ponía a gusto y piacere para ver exactamente el mismísimo fenómeno, que ahí se quedaba tranquilito nomás -¿vio?- esperando el cambio de adminículo. Eso era ser pragmático, decía ella, y no creerse para nada esa cosa de la verdad con mayúsculas; lo decía, además, con un tonito tan pedagógico que hacía creer le estaba hablando a nenes de cuatro años. En fin, creo que urge revisar cómo estamos formando a nuestros colegas -a nuestros iguales- respecto a los modos de conocer, de transmitir y de posicionarse frente a otros sujetos que no son meros objetos-dados-a-la-vista de esas burdas anteojeras ideológicas que se pretenden tan sueltas de(l) cuerpo.

Pues, en cuanto nos descuidamos un poquito, volvemos a reintroducir subrepticiamente el esquema de representación dual sujeto-objeto (¡nos ponemos los lentes para ver la realidad previamente constituida!); por más progres que nos imaginemos, sea cual sea la temática indagada y su diversidad (culturas aborígenes, violaciones de ddhh, trata, géneros, etc.), repetimos así la violencia del que habla 'sobre' otros desde la superioridad -por más pinche que sea- de un saber que los reduce a meros objetos (de cita, anécdota, curiosidad, compasión, etc). Por eso hay que tener cuidado -de sí y de los otros- y trabajar en la composibilidad de los múltiples saberes y verdades que constituyen (a) los sujetos, entrelazando lenguajes heterogéneos, impidiendo dominancias absolutas, habilitando pasajes alternados: por arriba, por debajo. La materialidad de los conceptos no la brinda la referencia sino la inter(re)ferencia.

Para evitar estos exabruptos, considero nos hace falta una cátedra que se llame Pensamiento Materialista, así como en su momento se formó esa de Historia  le los Sistemas de Pensamiento, en la que enseñaba Foucault; sólo que ahora, acorde a los tiempos que corren y lo que hemos aprendido del saber-poder-cuidado de sí, estaría bueno que sea colectiva (no acaparada bajo ningún nombre propio). Una cátedra en la cual se enseñe no cómo abordar ciertos autores o tradiciones, distinguirlos o clasificarlos, sino a pensar materialmente en acto, junto a ellos; sean los que sean, sin a priori ni precondiciones. Un espacio de pensamiento donde se enseñe a nadar ya dentro del agua y no haciendo ejercicios vanos al costado de la pileta. La espacialidad del pensamiento material e histórico, puesto bajo condición de lo que realmente ocurre: procesos genéricos de verdad, no puede confundirse sin embargo con ninguna de las demás dimensiones de la experiencia que tienen lugar singularmente, por ejemplo en la calle, en el barrio, en la biblioteca, en un box o en un despacho. Darle su lugar, su medio y sus herramientas propias permitiría evitar tanto el aplanamiento empirista como el abstractivo divagar del especialista ¡Ni que hablar de las fuertes corrientes anti-intelectualistas que circulan, incluso, entre cientistas sociales!

En la cátedra de pensamiento materialista aprenderíamos a situarnos en el espacio social, esa urdimbre compleja que requiere anudar al menos tres dimensiones, heterogéneas e irreductibles (¡anudar no es sintetizar!). Los conceptos de sobredeterminación, pliegue, mónada, montaje y otros tantos que habría que inventar no sólo nos servirían para ello -para ubicarnos- sino que nos constituirían como pensadores actuales y no meros repetidores, glosadores y/o aplicadores de segunda mano. La desubordinación de los subalternos empieza, también, por desapropiar esos recursos intelectuales universales que algunos se empeñan en atribuirlos a la arbitrariedad de ciertas zonas geográficas.

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