miércoles, 31 de octubre de 2012

De lo singular y lo cualquiera

En cada vez menos ocasiones me resulta provechosa el habla, o bien porque me suena demasiado monótona o bien porque siempre hay alguna voz dominante, y el sobreentendendido que suele redundar en las charlas es aplastante. Sucede que la escritura -no importa si aquí o allá, donde sea, cualsea- tiene la ventaja de hacer resonar infinitas voces, dispares, y sus múltiples declinaciones: mudas o altisonantes, bajas o agudas, reflexivas o extravagantes. En todo caso, se puede leer o no. En cambio la palabra oral tiene eso de obligar a escuchar, eso de que los oídos no tienen párpados. Quizás de ahí provenga también aquel dispositivo que quiere hacer de la voz una letra.

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El análisis requiere de un Otro que por no creerse tal, no obstante sostener su semblante, habilite una escucha -o lectura- del revés de los dichos que, de parte de quien habla, son lanzados como si remitieran a un sentido final. Lectura transversal o anagramática, se podría decir, por dar una imagen anticipada. Suspender aquél sentido, un tiempo lógico, para que se lancen de veras los dados del pensamiento sin-sentido -final- llamado inconsciente; allí donde se juega la materialidad de otro sentido, imprevisto.

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Ya lo he escrito por aquí, para mí hay que leer a cualquiera, en tanto indague justamente eso que hace a la cualquieridad en cuestión. No me gustan las idolatrías ni los privilegios, pero estoy al tanto de que hay un tiempo para cada cosa -y caso-; de ahí que haya que empezar por alguna singularidad, o una serie de ellas. No obstante, creo que hay que disputar el espacio de 'naturalización' de sentido que toda práctica genera casi espontáneamente. Algo que puede suceder con la práctica artística, psicoanalítica, científica, filosófica, política o cualquier otra. Pues, así como el goce que promueve el arte es único, inapropiable, lo mismo puede decirse de la investigación científica inventiva o de la producción de conceptos. No toda práctica necesariamente se ampara en la ideología de la totalización de sentido, del principio y del fin de lo humano.

En fin, abogo por el carácter único y singular del goce y de las verdades que horadan los saberes establecidos, pero por la misma razón advierto de los peligros de la unicidad del sentido de prácticas privilegiadas. Hay aliados contra la estupidez homogeneizante en todos los ámbitos de invención humana (incluidas, por extraño que parezca a espíritus más románticos, la ciencia y la filosofía).

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