viernes, 18 de febrero de 2011

Geometría del afecto (en lugar de mito y crítica)

Me gustaría, si tuviera tiempo o fuera otro Spinoza, escribir una geometría elástica de las pasiones: una topología del afecto. Así podría mostrar, directamente, todo lo que digo por fragmentos bajo los términos que, caprichosamente, se han dado en llamar etiquetas. (Los niveles discursivos, ¡esa increíble fixion!) De todas formas hago como si existieran niveles y etiquetas para que todo no se confunda inmediatamente y haya ciertos pasajes (como quería Benjamin). Escribir el orden geométrico del mismo modo en que se arma una trenza, ¡eso sería verdaderamente dejar de boludear con la parejita del mito y la crítica! Pero no hay tiempo: apremia.

martes, 8 de febrero de 2011

El concepto: una forma de vida

"Que el hombre viva en un medio conceptualmente construido no prueba que se haya desviado de la vida por algún olvido o que un drama histórico lo haya separado de ella, sino solamente que vive de una manera determinada, que no tiene un punto de vista fijo sobre su medio, que se mueve sobre un territorio indefinido o ampliamente definido, que se desplaza para recoger información, que mueve unas cosas en relación con otras para volverlas útiles. Formar conceptos es una manera de vivir y no de matar la vida; un modo de vivir en una relativa movilidad y no un intento de inmovilizar la vida; un modo de manifestar, entre los miles de millones de seres vivos que brindan información acerca de su medio y se informan a partir de él, una innovación ínfima o considerable, según cómo se la juzgue: un tipo muy particular de información." (Foucault, La vida: la experiencia y la ciencia)

El destacado me pertenece, porque así reafirmo que formar conceptos es parte de mi vida, aunque no me interese para nada juzgar sobre el "más" y el "menos" de la innovación de los otros; simplemente sucede que, como en este caso: Foucault, algunos me hacen pensar y otros no.

Definitivamente, el concepto nos constituye en tanto seres vivos; pero no se reduce a ningún enunciado significante determinado, como tampoco a su improbable significación informativa (recolectada, leída o recitada). Vivir conceptualmente -en cualquier procedimiento- implica en cambio (de)poner esa parte del cuerpo que no es una parte, porque es soporte del deseo, y que permite constituirlo de manera sobredeterminada; allí donde ninguna totalización es posible, sólo la hipótesis de lo que su inacabable resultado introduciría de novedad en la situación (en el medio).

miércoles, 2 de febrero de 2011

Del borde

Qué pasa cuando escribo que pasa ¿Pasa algo? Nada ¿Dónde? No hay lugar. Hay un borde. Cuando escribo hay un borde y las letras parten de ahí. Se reparten antojadizas, aunque inmediatamente diga no. No parece que así sea, tan fácil. El riesgo del borde, del bordear, sobrepasa la previsión, el cálculo y algo se desliza, estalla, de inmediato. Algo = Nada.
Una cosa simple, alguien me dijo, decí. Pero qué (no) lo sería, ¿saber leer? Escuchar, vibrar, empezar. Recomencemos. No hay ninguna alteridad que me preocupe demasiado cuando, así, me permito el máximo rigor de decir, ahora, hic et nunc. Punto. Punto seguido: me voy y vuelvo, ¿alguien se habrá dado cuenta? ¿Alguna vez alguien se habrá contado algo por lo cual, ipso facto, desaparecía en una suerte de oscilación característica?
No me dirijo a ninguna parte, y sin embargo...¿Pesa? Calibro un poco, me detengo, hay cierto goce, diría, cierta satisfacción se logra en el espaciar de letras, brevemente, al no suponer demasiado ese sujeto lector que un día leyera en serio las series escritas en su orden imprevisible, caótico. Pero, ¿hay orden? -se pregunta.

martes, 1 de febrero de 2011

Afectarse/articular

Aquí prosigo lo de la entrada anterior (Articular).

Prefiero retomar la idea de ‘articulación’ antes que la de ‘desmitologización’ -aunque una no vaya sin la otra- porque pienso que si la primera se esclarece, de alguna forma, la segunda no será necesaria: el mito no lo será.

Sostengo que el mito o la idealización de algo o alguien es un modo más -afectivo que lógico- de convocar la reunión entre lo dispar, lo diverso, pero no es el único ni el mejor. Tampoco creo que lo sea un relato meramente lógico, que prescinde supuestamente del afecto. Esto último suele ser lo que se le critica por ejemplo a Laclau, su logicismo, como en su momento a Hegel; por lo cual el mismo Laclau ha tomado nota e intentado incorporar la dimensión del afecto, importada ahora desde el psicoanálisis, a su pensamiento dominado por cadenas de equivalencia y diferencia. Aquí ensayo, en breve, una versión nodal de la articulación.

¿Por qué la gente se reúne, o articula? Se dirá que hay quienes son más sensibles al relato mítico-afectivo y otros en cambio lo son al argumento lógico-racional, ¿pero, es así realmente? Pienso que las cosas suceden más bien de otra forma –que es lo que intento decir en distintas entradas de este blog-; que lo cognitivo y lo afectivo se entrelazan indistintamente en cada acto de intervención que articula o desarticula.

Por ejemplo, no creo que nadie tenga la clave de nada, ser o no ser (kirchnerista o cualquier otro predicado), y que, por lo tanto, la verdadera evaluación de una conexión-articulación debe suspender, antes que nada, la mismísima identidad, tanto del evaluado como del evaluador, de modo tal que surja o pueda surgir de allí algo nuevo. La conexión está (dis)puesta así en función del ser en tanto multiplicidad irreductible que se despliega imprevisiblemente y no como hipóstasis imaginaria de lo que se supone es o debe ser (en función de algún predicado característico).

Ese proceder, podemos decir ahora retroactivamente, era parte de lo que hacía NK al no determinar de manera rígida y protocolar qué podían esos interlocutores políticos que hacían sin saber ‘que el Estado [podemos ser] somos todos’. Así, este irreductible ontológico, el Estado, es atravesado y dislocado por las conexiones encontradas con los movimientos no alineados en primera instancia (a la supuesta programática estatal-partidaria).

Articular multiplicidades irreductibles entre sí, en la contingencia de actos que arriesguen la propia identidad presupuesta. De eso se trata. Eso es incorporarse a un procedimiento genérico de verdad, en este caso político, donde los rasgos particulares no importan realmente, sino lo que se produce en acto junto a otros.

¿Se puede articular sin cerrar?, ¿sin decir quién está dentro y quién fuera? Sí, siempre que salgamos justamente de la imaginería tramposa que nos brinda la topología de la bolsa, del contenido/continente, de la lógica englobante del uno/todo, por la cual toda forma de reunión sólo es pensable en términos de conjuntos cerrados y por tanto de predicados, figuras e idealizaciones míticas que disponen su constitución.

Si pensamos en cambio en términos de nudos, de anudamientos, todo es externalidad, todo es trenzado, y cada fibra una parte del tejido constituyente que se va haciendo en gestos de cruce alternados, con otros/as; hay apertura y cierre (pulsación); cada nuevo hilo debe poner en juego la consistencia del conjunto al incorporar su irreductible singularidad y, a la vez, soportar en el mismo acto su pérdida de identidad referida al conjunto (bolsa) del que se representaba provenir –por oposición a otros.

El afecto circula así transversalmente, en movimientos diagonales, y encuentra diversos puntos de condensación en el tejido; por ello no es necesario un relato mítico que unifique, fijado a la figura del Uno ausente (padre de la horda primitiva), para condensar el afecto y producir la reunión. El hablar franco, directo, del parresiasta que afecta la verdad, traza diagonales en este complejo y retorcido espacio discursivo (el recorrido más corto entre dos puntos puede estar afectado de muchísimos pliegues). Es necesario producir conexiones locales que remitan a lo genérico, a lo cualquiera en cualquiera; pero para eso cada quién tiene que encontrar su punto de incidencia sobre la trama, y no todo da lo mismo ni se deja subsumir bajo una lógica homogeneizante.