viernes, 24 de agosto de 2012

Reflexiones extemporáneas

Sin dirigirme a nadie en particular -a buen entendedor- suelo, no obstante, tomar en serio el decir o escribir. No lo hago como reacción pretendidamente autojustificada, ni como mero capricho acomodaticio a las circunstancias. Cuando digo, cuando escribo, lo hago así, mayormente movido por un cruce imprevisto de circunstancias que me exceden en un sentido complejo, vale decir: sobredeterminado. E intento elaborar algo al respecto. Cuando era adolescente me costaba entender por qué mis compañeros, que padecían actos de violencia de los mayores, al crecer los repetían sintomáticamente contra los nuevos menores. ¿Por qué no se cambiaba de raíz lo que se había padecido? Creo que es algo muy grave, y no sólo anecdótico, cómo se teje ese nudo propio de servidumbre imaginaria. Pues, en estos tiempos, lo veo repetirse a nivel de la política parlamentaria, por ejemplo, cuando todos aquellos partidos políticos anteriormente violentados y extorsionados por los grandes medios hegemónicos de comunicación, hoy, que es posible cambiar esa posición de poder, se vuelven cómplices de las peores prácticas de difamación. Componer un nudo complejo, impropio, de lo político que articule múltiples heterogeneidades requiere, antes que nada, escindir el círculo de la servidumbre imaginaria.

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La violencia que se esconde, muchas veces expresada en juicios sumarios, es la misma que se recibe desde lugares impensados. He visto amigos caer abatidos por el boomerang que habían lanzado al aire, sin saber, creyéndose a resguardo del retorno imprevisto. Por eso sólo la violencia expuesta, sin miramientos ni juicios -violencia pura, decía Benjamin-, puede disipar al sujeto en el acto mismo de lanzamiento, arrojado allí con el objeto, sea cual sea la curvatura que tome su trayecto.

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¿Qué es ser humano? Lejos de cualquier esencialismo o antihumanismo (teórico o práctico) dicha pregunta encuentra una elaboración compleja en Badiou. Ser humano es soportar, al menos, un procedimiento genérico de verdad (artístico, científico, político, amoroso). Soportar en el doble sentido de devenir sujeto de tal proceder y de aguantar la incertidumbre de no-saber, el tiempo necesario, esa forma rigurosa que adquiere una verdad tejida de puro azar, sin discriminadores ni clasificadores de ningún tipo o factor. O, en todo caso, la versión del antihumanismo que más me convence sería: yo no soy un hombre, ni una batalla, soy apenas un nudo impropio. Es que, seré sincero, yo soy apenas una pequeña parte de mí mismo.

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Cuando se lee a Badiou, Agamben, Lacan, Foucault, Negri, Deleuze, interrogado por lo que acontece y no por meras preocupaciones académicas, uno se pregunta inevitablemente, ¿pero cómo, entonces qué hay que estudiar? ¿matemáticas, teología, psicoanálisis, archivos, economía-política, biología? Todo, muchachos, todo y cualquier cosa, agréguenle poesía, cine, charlas de supermercado, blogs, diarios, etc., son todos laboratorios únicos donde se puede experimetar con el pensamiento y elaborar tejidos singulares apuntando a posicionarse ante lo real que desborda por todas partes. Cada quien tendrá sus preferencias y limitaciones, pero nadie tiene la posta cuando se trata de inventar y pensar a riesgo propio. Y la rigurosidad aquí es como la verdad, no pueden decirse a priori ni totalmente, se dicen y practican a medias y verifican en retroactividad, en tanto se prosiga bordeando lo real (pues no hay garantías, muchachos).

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Alguien piensa. Escribe. Luego, eso ha de ser suficiente. ¿Para qué? No se sabe bien. Eso es lo justo: no saber, ni bien ni mal. Pensar. Y de allí, quizás, un mundo. Tejido sutil de infinitas posibilidades, de pensamientos, sin saber que se saben o que se piensan, pero que así y todo se trenzan, se composibilitan y eso, quizás, sea otro modo de pensar. No lo sé; lo afirmo.

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