Antes que todo, como diría Magritte, esto no es una definición.
Un filósofo materialista no se esfuerza en juzgar, en discernir, en clasificar, ni siquiera en comprender o interpretar, lo que pasa o lo que hay. Un filósofo materialista compone y apuesta, en cambio, por las posibilidades indeterminadas de lo que encuentra, por aquí y por allá, al paso. Compone materialidades discursivas que son como tejidos, como trenzas, como nudos, y que llama conceptos. Los conceptos materialistas no son meras definiciones, ideales u operacionales, son más bien montajes concretos efectuados entre procesos indiscernibles o genéricos, sin fin, ni finalidad ni lucro. Por eso constituyen una pura apuesta, a que hay apuestas, y que vale la pena perderse tanto como encontrarse, entre ellos y ellas, componiendo una materialidad sin objeto. Un filósofo materialista no tiene consideración para con las buenas o malas conciencias, más o menos idealistas, las atraviesa como un rayo para dirigirse directamente a los cuerpos, esos que se hayan adormilados pero que, cada tanto, acusan recibo y responden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario