martes, 16 de octubre de 2012

Infancia clandestina

El materialismo que requiere nuestra época ha de ser muy sutil: exige renunciar a toda forma de saber omniexplicativa e idealista sin caer en la lisa y llana ignorancia o el escepticismo. Para eso tiene que trabajar en torno a las fallas epistémicas y extraer de allí mismo las hilachas que le permitan tramar el paño de lo real.

Lo que sigue a continuación es más bien una crítica a la crítica, o un despeje de segundo orden para que las palabras sueltas en torno a una obra se potencien y resuenen con lo mejor de ella, haciendo notar así su materialidad; para que lo dicho no obture el decir.

A la hora de analizar una obra cualquiera, no comparto mucho esa división típica que suele hacerse entre forma y contenido, así como tampoco las intenciones atribuidas a los realizadores que sin duda suelen operar en cada caso. No lo comparto porque dichas separaciones conducen a esquemas idealistas que presuponen una relación exterior entre el sujeto y el objeto. Pues creo que uno sólo alcanza a pensar junto a otros y no sobre otros -en resonancia- cuando logra captar algo de la singularidad de lo que ha sido producido, de lo abierto por una intervención tal, y no cuando emite juicios críticos desde un tribunal externo (sea éste académico, cultural, mercadotécnico o cualquier otro).

Luego de ver Infancia clandestina (Ávila, 2012), he pensado bastante qué singularidad puede haberse puesto en juego en ella; y no lo he hecho sin cierta dificultad y reticencia, debido a que siempre resulta difícil desprenderse de los prejuicios -positivos o negativos- y apreciar lo singular; lleva un tiempo. No obstante, luego de leer algunas críticas un tanto reductivas, ello precipitó de manera intempestiva. Me refiero a lo novedoso que ha aportado esta película al extraño cruce histórico, recientemente reactivado, entre política y arte, que nos atañe como sociedad en constante tensión y re-composición. Lo trataré de hacer notar desde la perspectiva materialista que me motiva a pensar. No es algo que cierre sino justamente todo lo contrario: algo que abre y potencia aunque, sin dudas, se puede abrir más y mejor, y no faltará alguna otra ocasión para evocar estas resonancias.

Cuando se habla de los recursos estéticos por una parte (demasiado hollywoodenses, se ha dicho por ahí) y de los contenidos políticos por otra (si se comprenden o no, si se comparten o no), se pasa por alto la mirada que intenta captar la película -en el entrecruzamiento de ambos tópicos- y que sólo secundariamente, me parece, podría ser calificada como la mirada subjetiva de un niño. Es la mirada singularmente intensa de una generación, de una época, de un modo de vida y de hacer política -no como mero contenido- lo que se halla en juego, de manera condensada y también precipitada. El peronismo de izquierda, tan distinto en sus modos de organización y afectividad -incluso en sus divisiones internas- al peronismo sin más (conservador) o a la izquierda sin más (ascética).

Quizás se podría definir semejante figura oximorónica de la política -a partir de ciertos indicios que brinda la película- por una suerte de materialismo de los cuerpos que enlaza de manera inmanente, entre otros tópicos: sexualidad, familia y política. Tópicos tan próximos entre sí, tan jugados ahí mismo, que inevitablemente producen cortocircuitos e interrupciones. Así, por ejemplo: el contacto físico constante, las muestras de afecto y cariño (incluso en las diferencias y choques familiares), la rígida disciplina militar, el juego, la disposición amontonada de las camas, los escotes exhibidos, el trabajo compartido, las combinaciones de sabores, y, sobre todo, el flechazo y la declaración directa de Juan (Ernesto) a su compañerita de la escuela mientras los demás se autosatisfacían en la grupalidad masturbatoria característica de esa etapa (como también su posterior y fallida huida juntos). Hay algo del orden del acto, de la entrega sin medidas, hasta del tiempo mesiánico, se podría decir, que entra en juego en esa cotidianeidad familiar atípica, y la disloca. Insisto: los contenidos y las formas son inescindibles, por ende hay que captarlos en su entramado singular si en verdad se desea captar su materialidad.

En fin, creo que lo que aporta esta película al pensamiento de la época se puede apreciar mejor en el despliegue de esas intensidades, sensualidades y afectos co-presentes pero irreductibles, dispuestos topológicamente, en proximidad, en diversidad de planos, entrelazados y yuxtapuestos (lo político, lo familiar, lo sexual), en cortos-circuitos de diversa índole. Y todo eso en un doble sentido, inminente e inmanente, y no sólo por nuestra comprensión histórica a posteriori de lo que pasaría luego con ellos, de lo que creemos saber ahora, sino por presentar un modo de vivir la historia en inmanencia -no meramente subjetivista- que nos resulta, desde nuestra actualidad distante, prácticamente inconcebible. Y sin embargo, algo de eso nos llega.





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