sábado, 27 de febrero de 2010

Trascendental

Es cierto, no hay condiciones trascendentales para el pensamiento cual-se-quiera (quodlibet), es lo que se dice en la afirmación: “Dios ha muerto”. O también: no hay trascendencia sino en el acto mismo de sustraerse a la lógica particular-universal y devenir cualesquiera (singular-universal). Pero Dios siempre está presto a volver, por ejemplo, tal como sucede -porque es necesario- en el dispositivo analítico, bajo la figura del Sujeto Supuesto al Saber (SSS): el analista en cuestión en cada caso. Aunque dicha figura sea conducida a su reverso, si opera allí un analista, a lo que es en realidad (des-être), lo que sostiene la idealización, a saber: el objeto a, el resto; eso de lo cual nada se quiere saber. Lamentablemente en otros discursos se sostiene la impostura hasta la desgracia o la desilusión paulatina, pasiva, agresiva.

Entonces ¿desde dónde decir, aquí en el desamparo, en el afuera del afuera? Se suele criticar, generalmente entre intelectuales, la indeterminación del lugar de enunciación. Esto porque se supone un plano de inscripción perfectamente determinado donde se podrían localizar clara y distintamente las posiciones discursivas. No es así. Y no hace falta recurrir a Heisenberg para demostrarlo. La brecha de paralaje, lo real, atraviesa los discursos en el momento mismo de su enunciación -luego se olvida sintomáticamente-. Hay de lo irreductiblemente innombrable, que no se dice en lo que se dice pero que así y todo SE dice. Pareciera que siempre hay que alterar un poco la escritura para que se pronuncie esta diferencia -casi- imperceptible. ¿Pero no es esto rehabilitar una cuasi-trascendencia? La respuesta es variante: sí, si se la idealiza (determinados lugares, discursos, sujetos); no, si se opera con ella, con ese resto de nada, pero recordemos: innombrable (hagan como que no me escucharon, sólo lean).

Politicamente, este decir opera al trastocar el orden de lo que puede decirse y lo que no: orden donde lo innombrable está prohibido. Notemos la diferencia: no es lo mismo prohibido que imposible. La prohibición supone (el sujeto) un objeto posible dado, mientras que encontrar la imposibilidad efectiva nos habilita a recrear el objeto que nunca existió. El inexistente del sitio, teoriza Badiou en sus Lógicas. Esto nos traslada del mecanismo político-religioso regulatorio de la culpa y la trasgresión al plano proyectivo de la invención política, donde nadie garantiza resultados, ni siquiera la certeza mediocre que da la culpa.

Lenguaje político

Luis Bruschtein ensaya en el Página 12 de hoy una explicación acerca del porqué de la falta del Otro, del lenguaje, de la política. Por supuesto, no lo dice en estos términos aunque al final de su nota cite a Lacan.

"La sensación es que pocas veces se discute sobre el fondo de la cuestión. La mayor parte del debate está centrado en diferentes interpretaciones de las acciones de gobierno, y lo más paradójico es que el único que no ha desarrollado desde el principio un relato sobre estas acciones es el sujeto que las realiza, o sea el Gobierno. Se ha dicho mil veces como crítica que la quita sobre la deuda, el rechazo del ALCA, la renovación de la Corte, la reestatización de las jubilaciones o de Aerolíneas, del Correo o de Aguas, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual o la Asignación Universal por hijo, entre otras medidas, no formaban parte de un programa previo, ni fueron preparadas o discutidas en un proceso de información y discusión masiva anterior a su proclamación, que permitiera que la sociedad acompañara estas medidas. Como si el Gobierno pensara que la sorpresa, la medida fulminante, fuera más eficaz en algún sentido que los procesos más lentos de acompañamiento ciudadano."

La demanda puntual es por un relato que dé coherencia a los actos políticos para que no haya lugar a la sorpresa y por lo tanto se eluda así esa breve conmoción que genera todas las suspicacias interpretativas (según se interpreta en la nota). Hay dos cosas aquí que quisiera señalar: una alude a esta dimensión de metarelato o metalenguaje que debería explicar el acto; otra -vinculada a la anterior- a la suposición de un sujeto intencional (bien o mal) a las medidas de gobierno.

Digamos que no está mal desconfiar, pero tampoco se puede vivir desconfiando; el asunto es prestar atención al acto (la falta del Otro), a la dimensión simbólica que entraña (confianza en el Otro del significante) y no tanto al supuesto agente que lo realiza, es decir a sus buenas o malas intenciones (supuestas). Desde esta perspectiva, antihermenéutica par excellence, no importa tanto el significado supuesto como las vías simbólicas abiertas -o no- para desplegar otros actos. Lo que importa aquí no es brindar un metarelato coherente que dé significación al acto sino, al contrario, reducir toda posibilidad de interpretación al mínimo mediante la sorpresa de una intervención inesperada.

El asunto es que en esta dimensión del acto político propiamente dicho no orientan tanto los significados fantasmáticos que cada uno atribuye según su reciente historia, sino la dimensión de apertura y posibilitación que aquél entraña. Es decir, hay que estar implicado ya en algún proceso político efectivo donde se pueda verificar que dichas medidas abren y (com) posibilitan o, al contrario, cierran y empobrecen las oportunidades de nuevos actos e invenciones políticas. Es lo que se suele escuchar de parte de algunos opositores que dicen estar de acuerdo con ciertas medidas pero exigen más y mejores resultados. Para que esto no se convierta en una suerte de instancia superyoica, para la cual todo es insuficiente, hay que prestar especial atención a la dimensión simbólica aludida, sin valorar en exceso, e implicarse en las posibilidades de apertura y expansión ínsitas en las medidas.

Por otra parte es inevitable admitir ciertos balbuceos en los bordes de estos procesos políticos pues no hay una lengua clara y cristalina (ese ideal es parte de la enfermedad que se denuncia) que los anule de una vez y para siempre.

"Como todas las medidas fueron planteadas por el Gobierno, no es tan inexplicable que la oposición haya llevado la discusión a ese rincón intrascendente. Pero también ha sido responsabilidad del gobierno el no haber desarrollado un discurso que contuviera estas medidas en una idea de comunidad, de país social, cultural y económico que hubiera permitido el enriquecimiento político de una ciudadanía que discute cada vez más en forma neurótica y gutural y cada vez menos reflexiva."

Hay que poder hablar con lo gutural que también nos habita ya que forma parte de la lengua política que, por ello, nunca se termina de constituir y que sólo la dimensión simbólica de los actos políticos puede habilitar, abrir, poner en discusión. Habitar lo político como conflicto no sólo atañe al lenguaje establecido entre dos partes claramente diferenciadas que hablan civilizadamente, sino entre partes que se expresan con anacronismos, reverberaciones, holofrases o poéticamente si se quiere. Es decir, admitir la pluralidad de lenguas en juego y no esperar ilusamente que una lengua racional omnipotente, en función metalinguistica, venga a darle una coherencia total a lo dicho y hecho.
(nota completa haciendo click en el título del post)

jueves, 25 de febrero de 2010

el siniestro engranaje del espejo

Voy a transcribir a continuación un breve artículo de Fernanda Trezza que me parece muy claro y certero para entender la condición femenina (comúnmente: de mujeres pero también de hombres). Creo que se puede apreciar aquí la pertinencia de las categorías psicoanalíticas para pensar la singularidad-universal del caso sin que se noten demasiado (sería algo así como un artículo de divulgación científica):

El “no sé qué” de la otra

La idea de este trabajo decantó a partir de un episodio que me hizo notar un hombre: algo que él había visto con cierta sorpresa, en un restaurante de un lugar de veraneo. Una mujer almorzaba con su esposo o pareja y sus dos hijos; todo parecía transcurrir en un clima agradable; reían, conversaban, disfrutaban de sus vacaciones. De pronto llegaron dos mujeres, tal vez un poco más jóvenes que la que almorzaba con su familia, tal vez no. Una de las chicas, como suele suceder en lugares de playa, vestía sólo un pantalón y el corpiño de una malla de dos piezas. Pues bien: la mujer miró a la recién llegada con ojos fulminantes, con una de esas miradas que atraviesan. A partir de ese momento, su cara se transformó; ya no parecía distendida, sino incómoda, tal vez perturbada.

El hombre que contaba la anécdota comentó: “¡Ni que hubiera llegado un minón!”. Sin embargo, algo en la recién llegada había inquietado a la otra: algo que sus ojos vieron como deseable. Entonces, como suelen preguntarse los hombres, como preguntó Freud: ¿qué quiere una mujer? En algún punto, una mujer quiere ser la única. Claro que esto puede tener diferentes vertientes. En algunos casos, puede requerir ser la única entre todas, incluso la única para todos: la más linda, la más inteligente, la más deseada, la más compañera, la más trabajadora... No importa cuál sea el calificativo, suele tratarse de algún aspecto que ha sido destacado por un hombre o mujer de su interés y entonces pasó a ser para ella una virtud.

Es fácil referir esto a mujeres que buscan tener una aprobación masiva o seducir de un modo indiscriminado: mujeres del espectáculo en lucha desenfrenada por ser La diva, la del mejor cuerpo, la mejor; referirlo a mujeres que se sobreexponen en intentos desesperados por llamar la atención de los otros, sea exhibiendo su cuerpo, sea exhibiendo sus hazañas. Pero también se refiere a la mujer que, estando en pareja, sintiéndose amada y deseada por un hombre, de todos modos siente peligrar su lugar, casi su identidad como mujer, si aparece otra que ella pudiera superarla en algún punto; reemplazarla. Ella considera que la otra es muy bella o sexy, que tiene cierto estilo, “... un no sé qué”. Así suele jugarse una especularidad mortal donde la del otro lado (del espejo, si se quiere, ya que se trata de ver en la otra aquello que no se logra atrapar de lo femenino) pasa a ser la única protagonista, la rival, La Mujer. Sólo hay lugar para Una en ese feroz estadio. Una triunfa, la otra es desecho, triste reflejo, burda imitación; como en esos laberintos de espejos donde la figura aparece deformada, grotesca, en el mejor de los casos causando gracia, en el peor causando angustia.

Puede suceder, y sucede con frecuencia, que ambas participantes en este juego de espejos piensen o sientan que la otra es la verdadera, que la otra es la que tiene el encanto de la feminidad. Este encanto puede encarnarse en algún atributo bien definido, pero otras veces aparece como ese “no sé qué” que la otra tiene, un misterio que la hace deseable, portadora del elixir de la feminidad.

Muchas veces la otra mujer, la rival, lo es a partir de que la primera percibió que esa otra genera en los hombres cierto interés: deseo. Incluso, la pretendida damnificada pudo haber visto nada menos que a su pareja mirar con cierto detenimiento a la adversaria. Es algo harto frecuente que esto último desencadene, ipso facto, el siniestro engranaje del espejo.

Esa misma experiencia devastadora, expresada como envidia o celos desmedidos, puede darse sin que entre en escena una mirada masculina; mejor dicho, sin que esté presente la mirada de un hombre en concreto. Es que, de todos modos, hay en juego una mirada masculina, sólo que reside en la mirada de la propia mujer: cuando ella mira a la otra y la considera deseable, rival peligrosa, la está mirando con ojos de hombre. Esta mirada la construye tal como fue construido Frankenstein, con fragmentos: fragmentos de cosas que ella escuchó, vio, percibió, cosas que ciertos hombres deseaban. Estos han de haber sido hombres que influyeron en su vida, aunque de algún modo todos lo son, en la medida en que le dan una pista acerca de qué es aquello que hace deseable o amable –susceptible de ser amada– a una mujer.

Estas pistas pueden transformarse en andamiajes para la construcción de la propia feminidad: funcionar como atributos identificatorios que le permitan ir armando, eligiendo su propia forma de ser mujer. También pueden llevarla a un callejón sin salida, en la medida en que es imposible construir una forma de ser mujer. Ha habido mil encuestas acerca de si los hombres prefieren las rubias o las morochas, las flacas o las más rellenas; los hombres dan sus opiniones, particulares en cada caso, y las mujeres leen, en busca de algo que siempre se les escurre. Siempre habrá algo que quedará afuera, algo que se perderá; no se puede ser rubia y morocha a la vez. Y tal vez el misterio, o el encanto de la feminidad, se vincule con ese poder hacer algo con lo que no hay; con esa definición que no hay.

Por otro lado, una mujer puede lograr ser la única para un hombre, de una forma que sea para ella estabilizadora, no devastadora: sentirse amada y deseada por ese hombre y que la particularidad de esos sentimientos la ubique a ella en un lugar especial, el que le permita soltarse, ir más allá de los límites de su cuerpo en la intimidad; sentir una seguridad tal que su ser de mujer no se vea amenazado si, por ejemplo, el hombre con el que está mira a otra. Tal condición depende de que un hombre pueda conjugar el amor y el deseo sexual en una mujer de un modo singular, pero también de que esa mujer pueda encarnar ese lugar, sin pretender ya una “verdadera” feminidad que estará siempre a la vuelta de la esquina.

Este es uno de los aspectos que caracterizan a la histeria: su dificultad en el acceso a la feminidad o, si se quiere, a lo que de vacío hay en la feminidad, a lo sin respuesta ni definición de la feminidad. La posición histérica es la que se ubica, en el espejo, del lado del menoscabado, para sostener así que hay un lado completo, sin rajaduras, al que podría llegar en algún momento si sigue el camino indicado, las pistas correctas. Es claro que, tratando de alcanzar este imposible, puede írsele la vida. Pero lo mismo vale para la posición que cree ser el lado bueno del espejo, que cree encarnar la completud, La mujer: porque, en cuanto aparece la mínima fisura –y siempre aparece–, todo se desmorona. Muchas mujeres hacen lo imposible por tapar las fisuras, entregadas al sacrificio de sostener una ilusoria completud. Se trata de dos caras de una misma moneda: pretender el todo tiene como contracara la nada. El todo mismo, en tanto no existe, es una nada. Así, una misma mujer puede encontrarse aleatoriamente de uno o del otro lado del espejo, y ambos lados quedan alienados en una imagen fantasmal, lejana, en un goce especular más o menos tortuoso.

Puede ser muy dificultoso salirse del juego de espejos con otras mujeres, de la trama de la envidia, de las miradas de rayos X. En todo esto hay una atracción que no se resigna fácilmente. Es sabido que a menudo las mujeres “se arreglan” para otras mujeres. Pueden estar más interesadas en fascinar a otras mujeres que a hombres. En la medida en que una mujer esté muy tomada por este juego de rivalidad y atracción con otras, en la medida en que gran parte de su goce se juegue allí, su acceso al lugar de única para un hombre será más dificultoso; más difícil le será drenar ahí su misterio de mujer y buena parte de su goce, ya no sólo el goce producto de su imagen sino el otro, aquel que, cuando una mujer cierra los ojos, puede brotar como un manantial.
(Aquí otro artículo de la autora: http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=11531 )

martes, 23 de febrero de 2010

De la trama

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?


Es conocida esta pieza perteneciente al último movimiento del poema borgeano sobre el ajedrez. A mí la parte final es la que más me gusta "...de polvo y tiempo y sueño y agonías"; esas "y" repetidas que muestran como cierta distensión de las elucubraciones metafísicas antecedentes. Es conocido también, aunque quizás menos, el sintagma lacaniano "No hay Otro del Otro", y sus equivalentes "No hay metalenguaje", "No hay relación sexual". Pero ¿dónde empezó la trama?, y principalmente ¿dónde se dió vuelta para empezar a contarse -entrelíneas-?. No hay dios detrás de dios, o como dice el materialista-ateo Spinoza: dios es más bien la única sustancia. De ahí en más todo es atributos y modificaciones, torsiones y pliegues sobre la trama misma del lenguaje (el mismo poema de Borges es una muestra material de ello). También, por supuesto, las elaboraciones conceptuales badiouanas que diferencian por ejemplo meras "modificaciones" de verdaderos "acontecimientos" según la intensidad de la torsión y sobre todo de sus consecuencias. No hay Otro del Otro quiere decir también que el sujeto se constituye sobre una trama que se encuentra desde siempre allí, pero que es además recompuesta cada tanto mediante cortes y suturas (tejida y destejida): poemas, políticas, axiomas, etcéteras. No hay dios detrás de dios quiere decir que nada nos impide inventar con los materiales significantes dispuestos en la trama; ningún guardián de las puertas de la Ley nos detendrá el paso (pas) si no le preguntamos cobardemente lo que suponemos debería saber (si dejamos de suponer detrases). Escribir poemas, entonces, como tantas otras formas de afirmar el No (pas). No hay origen. O el origen es el acto de corte y sutura sobre la trama. O el dios detrás de dios es la pieza que cada vez recomienza: em-pieza -por tomar el hilo-. Y así.

Para finalizar cito las palabras que encontré luego -a veces me pasa- de un amigo lúcido.

"La metáfora textil es común a Spinoza y a Marx. El primero no deja de hablar de conexiones de cosas e ideas que traman el orden de un mundo sin kosmos. Marx, por su parte, permanentemente utiliza la figura del hilado. Como si el trabajador hilvanara la historia que, al mismo tiempo, teje su destino. Sin embargo, ambos pensadores no dejan de advertir de los peligros y consecuencias para la libertad de un poder que trabaja puntuando los nudos, cristlizándolos en identidades; enlazando el sentido de la historia que se escribe al nudo de un sentido dado. (cursivas mías)

"La conexión es la praxis del cuerpo; la praxis es el alma del cuerpo."

"Soledad y política. Bien podría la política recubrir la soledad con el lienzo del mito y anudarla con el lazo de la identidad. Bien podría, por el contrario, desplegar su sonoridad -soledad que hace eco- a través del reparto sin fin de las voces." (Carlos Casanova en el compilado "Política y soledad". Se puede ver de manera incompleta haciendo click en el título de esta entrada, p.394)

Resuena con algunas cosas dichas por aquí. Y otra más de J.L, Nancy:

“Política de nudos, de anudamientos singulares, de cada uno en tanto anudamiento, en tanto que relevo y relanzamiento del anudamiento y de cada nudo en tanto uno (pueblo, país, persona, etc.), pero un uno que no es uno más que según el encadenamiento: ni el 'uno' de una sustancia, ni el uno de un puro conteo distributivo. ¿En qué consiste un nudo?, ¿cuál es su unicidad, cuál es su unidad?, ¿cuál es su modo de ipseidad?, o bien, ¿en qué cosa toda ipseidad es ella misma, un nudo, una nudosidad?; ¿qué pasaría si en la comparación platónica del arte de lo político con el arte del tejedor ya no se considerara más el tejido en cuanto segundo, en cuanto sobreviniendo a un material dado, sino en cuanto primero, y en cuanto él mismo formador de la res?, o aun, y para retomar un término que ya he utilizado, ¿qué pasaría si se considerara que nuestra comparecencia precede toda 'aparición'?” (J.-L. Nancy, El sentido del mundo, p. 95)

Nos com-parecemos, diré, cuando hallamos puntos de cruce alternados.

domingo, 21 de febrero de 2010

Una abertura material

Ah, tan difícil pensar, tan difícil me decía. Porque se abría todo de golpe, de par en par, y caía. Todo-de-golpe se abría. Era como si dijera: "agarró de pronto un tiro y se lo pegó en el pecho". Así nomás, de puro queseyoqué. Las palabras son como estacas, a veces. Otras veces, he dicho, como hilos o constelaciones. Ahora mismo, en cambio, como flechas lanzadas desde ningún lugar y hacia ninguna parte. Por supuesto, siempre algún inocente se atraviesa en el campo -de la palabra y el lenguaje- y así resulta atravesado también. Es el caso (casus): el que cae en la imprudencia. Pero difícil, además, pensar cuando lo que se abre ya no está tan bien determinado ¿no? La exclusión específica, tan conveniente había sido. Cuando lo que se oye aquí, por otra parte, tiene una textura cuasi material diría; y si me apuran diría más: materia pura -de- la textualidad entretejida de voces que se complacen en pronunciarse inadvertidamente -y no tanto-. He oído, he saboreado letras, palabras, acordes, casí diría: transmodalidad sensorial. Como cayendo de golpe y trenzandose así, desde su extraña heterotopía, cada parte. Extraña materialidad, la que se encuentra imprevistamente en esos cruces, en esos bordes: Se apareció la estrella de pronto y en un breve desplazamiento intenté enfocar hacia ella un intento; eso es lo que quiero decir ahora torpemente, porque de ahí provenía una fuerza inusitada, lejos de cualquier mecanismo o gravedad; era más bien otra cosa. La estrella, yo, la fuerza y la escritura, ¡qué extraña combinación de letras! Era un cuerpo extraño, un cuerpo tejido de letras, he dicho. Eso sucedió -y no cesa: de escribirse-.

miércoles, 17 de febrero de 2010

martes, 16 de febrero de 2010

Cuerpo de letras

Siempre insistía sobre lo mismo: hay que hacer lo que no se puede no hacer. Qué raro formulás tu imperativo categórico, le recriminaban sus amigos. Por qué no decís directamente las cosas como son, positivamente, y no con doble negación. Por qué no decís de una vez por todas: ¡hay que hacer lo que hay que hacer!, como buen cristiano, trabajador y honrado. Parecía, a primera vista, ofuscarse mucho con ese tipo de correcciones tan lógicas y morales al mismo tiempo, pero, por otra parte, no podía tomarse demasiado en serio, no digamos ya a sus amigos, sino sus buenas y correctas intenciones, incluidas las suyas. Es que las intenciones son pura risa, cualquiera puede corroborarlo, basta con acogerlas un buen tramo para terminar haciendo todo lo contrario en la primera de cambio. Por eso las intenciones, las buenas y las malas, son aún menos preocupantes que las lógicas y morales que las subtienden. Siempre insistía sobre lo mismo.

Lo que no se puede dejar de hacer ¿qué es? En cada caso lo he visto aparecer y desvanecerse sin previo aviso, pero lo que más me ha sorprendido, recurrentemente debo decir, es la extraña capacidad que tiene de sostenerse bajo el cambio. ¿Qué raro, no? Así (a)parece. Una danza increíble, danza de interrupciones me pareció oír en su momento. ¿Podría haber algo más extraño, más unheimlich, que encontrar de golpe y porrazo la medida común de lo irreductible?

Sobre la danza de interrupciones que (re)comienza su materialidad anudada se pronuncia. Cuando la palabra empezaba a desplegarse ya pronto encontraba la forma que la interrumpía y le daba así su contrapunto y entonación. ¿De qué estaba hablando? ¿Hacía falta aclarar la referencia a cada paso? ¿No escribimos para evitar tal pesadez o, más bien, para circunscribirla en doblez?

Dense cuenta, dense cuenta: ¡Cuéntense! Es posible hacerlo de manera tal de dejar su justo lugar al otro cuando se pronuncia a su debido tiempo. La poesía -que es otra forma de decir: la palabra- se inventa a cada paso, cuando alguien gira en redondo abriendo el círculo, una y otra vez, al constatarse su falta en el movimiento mismo del vaivén. En el movimiento mismo del vaivén: la pulsación. Eso decía, me decían las musas inspiradas: dejadme respirar un poco; y entre tantas letras apretujadas parecía resonar una pequeña vocecita que decía al son: eso mismo. Como si se tratara de aprender a hablar de nuevo: se repetía lentamente cada palabra, deletreando cada sílaba, cada letra. Era posible virar así el sentido a cada paso, en acuerdo con el imprevisto encuentro ¿De qué? ¿Cabe decir aquí en este breve espacio menor que el mínimo disponible?

Vení, vení, te voy a contar algo. Te decía mientras humedecidas lágrimas caían por los surcos de tu cara. ¿Por qué es tan difícil hablar cuando las palabras se cuelan por todas partes, partiendo de aquí y de allá y de ninguna parte, o partiendo simplemente la cara, el rostro, el rastro, los surcos surcados por la lógica más espuria, por cualquier cosa? Quería contarte algo, decirte tan sólo, solo así, como estoy ahora, desnudo de palabras, apenas jirones de lo que ha sido, así quería contarte y contarme, entre otras cosas, algunas huellas que han dejado al pasar las cosas, los otros, los nombres. Los otros siempre otros, inexorables en su otredad; y yo aquí con mi pesadez sobrepuesta intentando desplazarme brevemente para no gritar tan de repente, porque me inunda el grito, que viene así de golpe hacia la garganta, se atora/explota, o no; pero he querido contarte algo más, desviar el trazo inoportunamente ya sin nada, sin reparos ni maldiciones, así sin más, o con el más superpuesto, encarnado en la palabra misma que ahora recorre los poros, ya no surcos, los poros de la piel, del cuerpo de letras, atravesando los pliegues, yendo, viniendo, pasando. Eso.

jueves, 11 de febrero de 2010

Ideología y neurosis

Coincido con Sauval en este diagnóstico de situación:

"Lo público se reduce a una pantalla donde no proyectamos otra cosa más que preocupaciones privadas, confesiones de secretos e intimidades. A diferencia del fantasma que atemorizaba a Orwell en su novela 1984, de que lo público invada y anule lo privado, en la modernidad actual nos encontramos con un fenómeno contrario, donde lo privado ha colonizado todo lo público. En la medida en que desaparece el campo de las explicaciones, lo único que pulula son los fenómenos de espejo, es decir, los reality show. Todos buscamos "ver" en un "ejemplo", la forma de realizar nuestras ambiciones, la solución a nuestros problemas. En vez de buscar entender, por la vía de explicaciones racionales, lo que buscamos es una imagen donde poder hipostasiar nuestro ser, la imagen de un ejemplo."

Es algo cotidiano; uno se encuentra todos los días con ese tipo de proyecciones imaginarias sobre el orden de las causas (de hecho eso hace la ideología: invierte especularmente), sobre todo en materia política que es algo tan "opinable" en estos páramos (que si "doble comando", que si la ropa, que tal tic, que viste, etc.)

Continúa MS:

"Todo esto pone de relieve la afinidad de la ideología imperante con la estructura de la neurosis. Pues, si hay algo que no soporta el neurótico, es el orden de su determinación, en tanto objeto causa del deseo del Otro. Y si algo enseña el análisis - lo mismo que la historia - es que no puedo acceder a otro margen de libertad que el que resulte de esa asunción de mis determinaciones. Negarlas no produce otra cosa más que su confirmación y consolidación. Soy tanto más esclavo de mis determinaciones cuanto más las niego. Y a nivel social, la ideología posmoderna promueve este tipo de rechazo, y en tanto tal, nos sumerge en las peores esclavitudes." (Michel Sauval en http://www.sauval.com/articulos/liquido.htm)

Si bien se puede tornar algo dificil de entender esta extraña combinación de determinación significante (mandatos, imperativos) y goce pulsional (satisfacción en la servidumbre), darle vuelta a la trama ontológico-política de la cual cada uno es parte tejida no es asunto de mera información ni de saber recolectado (por eso no comulgo con lo de las explicaciones pedagógicas sino con la producción de conceptos); hay en cambio acontecimientos en la vida de cada quien que habilitan esos pasajes e inversiones; hay que propiciarlos también y, sobre todo, hay que implicarse en ellos.

Uno está tentado -como le gusta decir a Zizek- de sumar a Hegel en esta coyuntura: pues se trataría entonces de negar la negación en vez de quedarse obstinadamente en la negación simple o el rechazo propio del "alma bella". El asunto es que hoy cualquier operación de pase o escritura que corte e invierta la estructura no puede sostenerse bajo ningún fantasma de totalidad -de sentido-; por eso el nudo borromeo nos da una idea aproximada del modo de articulación que suspende el deslizamiento significante y a la par no significa nada en sí mismo, sin dejarnos por ello en la dispersión (ni particularismo ni totalitarismo, articulación en la contingencia). Se sostiene en la alternancia de sus términos o no.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Palabras más o menos

Hay una dificultad inherente a la palabra que se manifiesta sobre todo al momento de intentar decir cualquier cosa - ante otros, por supuesto. Caí en la cuenta de ello imprevistamente, antes que en el análisis, en el teatro. Era llamativo ver, por ejemplo, en algunos talleres que realicé hace tiempo, que más allá de las inhibiciones habituales suscitadas a la hora de expresarse con el cuerpo, con gestos o movimientos inusuales, la dificultad mayor se presentara ineluctablemente a la hora de trasladar tal libertad de expresión al ámbito de la palabra. Recuerdo un taller en particular donde todos los participantes eran especialmente creativos y desinhibidos para cumplir las consignas más inverosímiles y absurdas, movilizando en sus actos el cuerpo entero, con todas sus posibles contorsiones, ritmos y desajustes. Sin embargo, resultaba evidente que al momento de cumplir alguna otra consigna, que implicara hacer lo mismo con palabras, la inhibición o estereotipia entraba en escena abruptamente.
Este relato se suscita, creo, a raíz de haber visto hace poco un vídeo de Lacan ofreciendo una conferencia en Lovaina (1972 -hacer click en el título para ir al enlace). Allí, tanto como en la entrevista realizada un día después, todo pasa -no cesa de pasar- por el lenguaje (temáticamente) y sobre todo por la palabra. Hasta en la interrupción imprevista de un estudiante que le tira agua sobre el escritorio y farfulla algo sobre la alienación -la suya-, Lacan sostiene su palabra: se mantiene en silencio, pese a lo inaudito de la situación, escucha, y luego que el alienado se ha expresado, Lacan continúa hablando, retomando lo que venía ya improvisando con alusiones a lo sucedido, ¡increíble!
Entonces, la palabra se interumpe y prosigue, incansablemente, hasta en el haaaartazgo (el día siguiente), hasta ante la insólita estupidez de la certeza inconmovible. ¿Se puede ser tan fiel a un decir que se pronuncia, así, en todos sus pliegues? La palabra, cuando no espera ninguna garantía del Otro, cuanda habla por hablar, a pura pérdida, es en extremo rigurosa bajo sus formas impredecibles, y prosigue aún: "hay que continuar, (yo) no puedo continuar; voy a continuar".