jueves, 18 de octubre de 2012

Saber, pensar, inmanencia

I. Saber.

Sé que hay muchos que se contentan con saber algo, incluso hasta mucho de ése algo -profundizan, como se dice- o un poquito de cada cosa -un salteadito, para parecer culto. No está mal. A mí, como a cualquier filósofo que se precie, sólo me interesa -quiero decir: me afecta- el saber ab-soluto, o incluso el saber di-soluto. No se confundan, no es el saber total; al menos que se sepa bien qué quiere decir un 'todo' (son cuestiones que aclara bastante Milner).

El saber disoluto es el que disuelve en su nombre -que es nada- todo saber. Es el saber que practicaba Sócrates, por ejemplo, al saber que nada sabía y, por ende, al que todo saber que no fuera ése quedaba suspendido (en su pre-tensión sabelotódica). Así, hay quienes pretenden saberlo todo de determinado autor, período histórico o tema, e incluso de tipos como Sócrates o Lacan, que justamente trabajaban en contra de esas pretensiones totalizantes, dominantes en sus respectivas épocas. ¡Vaya paradoja! A no ser que se trate en verdad de aquellos que, cual pedófilos-pedagogos del saber, se hacen expertos en lo que detestan para así manosearlo-neutralizarlo mejor (según creen, los pobres infelices).

La historia se repite tanto para los idiotas como para los sabios, pues lo que introduce la mínima diferencia, en la repetición, elude tanto la aprehensión mediático-masiva como los intrincados laberintos del saber. Resignificar los términos en juego depende de esa sutil captación de un instante fugaz, de un instante de peligro; pero, por supuesto, no todos nos disponemos a ello.

II. Pensar.

Aprehender a pensar, como respirar o caminar es simple, lo hacemos automáticamente; el asunto es hallar el modo singular de hacerlo y darle, así, un giro propio. Encontrar el material adecuado y disponerlo espacialmente, eso lleva un tiempo -lógico, claro-. La composición de un espacio-tiempo singular se despliega en anticipaciones, escanciones y resignificaciones. No todo es significado, no todo es corte, no todo es resto precipitado. El pensamiento se anuda entre esas operaciones que sitúan un cuerpo material concreto. La idea no es idealista ni sensible, se da en el medio mismo, entre varios; no todos la captan pero es accesible a cualquiera, no hace falta ascender ni lo contrario, hace falta anudar.

Se puede pensar con frases comunes, incluso obvias; se puede pensar con números, teoremas o figuras geométricas; se puede pensar con imágenes o sonidos; se puede pensar con movimientos y puestas en escena; se puede pensar incluso con frases de grandes filósofos, o poetas, o locos, o infames. Pero entonces ¿qué es pensar? Cualquier acto -inoperoso por esencia- que muestre una combinación inesperada de esos elementos contingentes, los desnaturalice y abra, así, a nuevas posibilidades, junto a ellos. Volver sensible el grado mínimo de inteligibilidad, ése a partir del cual ya no se entiende nada. Pensar el afecto con rigor y responsabilidad; que es afectar, al mismo tiempo, el pensamiento de un real que lo disloca inmanentemente, lo cual nada tiene que ver con emocionalismos. El pensamiento no es algo que se consume, es algo que se consuma (o no).

III. Inmanencia.

En ese sentido, creo que todo filósofo materialista deviene tarde o temprano spinocista, incluso más acá de que se apele a su terminología estricta, o de que se lo haya leído exhaustivamente. En un encuentro alguien decía 'ustedes creen que Spinoza lo dijo todo', por supuesto se equivocaba: no era cuestión simplemente del dicho sino del modo o de los modos de decir y pensar, asumidos en inmanencia. Uno no dice lo que dijo Spinoza, así sin más; si es sensible a la mínima inteligibilidad de su época deviene irreductible y suplementariamente spinociano, en el mejor de los casos. Esa libertad rigurosa de pensamiento encuentra sus sobredeterminaciones y empieza a contaminarlo todo (por ende, a descompletarlo). Así, si Hegel era acusado de panlogicista, bien podría decir que Spinoza y sus ignotos discípulos somos más bien panpoliticistas. Pues, en definitiva, el axioma de Nancy que postula que no-todo es político, debe ser trabajado en inmanencia: descompletando esos pequeños todos que no lo son pero no obstante lo pretenden.

De mi parte, he intentado brindar una respuesta lacaniana al 'sin objeto' de la filosofía materialista y al descentramiento correlativo del sujeto que ella requiere, en el juego de fuerzas y afectos: el nudo borromeo de sus condiciones dispares. Es mi modo de asumir la inmanencia y el no-todo que ella implica.

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