viernes, 26 de noviembre de 2010

Académicos ¿militantes?

Hablábamos con un amigo de la "implicación". No de la palabra sino de la cosa. ¿Hasta dónde, por ejemplo, uno está dispuesto a jugarse en -y por- eso que estudia? ¿Hasta qué punto uno a eso lo atraviesa y divide tanto como para no defeccionar en la primera de cambio (i.e. una toma)? Y no se trata aquí de mera aplicación externa, sino del "juego" que se abre en toda fidelidad inventiva a alguna tradición de pensamiento (ver Kafka, Benjamin, Agamben y tantos otros). Porque, bueno, retroceder es algo que suele sucederle últimamente a profesores progresistas, por caso, sobre todo en estos tiempos de aperturas imprevistas. Creo que es una verdadera novedad reactiva esta inconsecuencia que nos plantea el discurso universitario post-Mayo del 68, poscordobazo, pues la progesía de los autores estudiados al detalle, académicamente, nada asegura respecto de las consecuencias que de allí se extraigan para el pensamiento en acto. Un problema serio de nuestra querida educación superior: los esquemas ideológicos no asumidos son demasiado fuertes, demasiado pregnantes, demasiado empobrecedores, y determinan así soterradamente prácticas y lecturas. Eso sí, afortunadamente las inconsecuencias son cada vez más visibles, más patéticas, y no sólo en los medios periodísticos que se quieren "independientes" y son "funcionales"; los académicos también son funcionales a los poderes establecidos cuando no se asumen "militantes".

lunes, 1 de noviembre de 2010

Del deseo político

Uno de los significantes que más se ha oído últimamente en torno al
legado político de Néstor K. es "coraje". He tratado de pensar
en ello a partir de la naturaleza del acto analítico y del concepto de
sujeto que allí se juega. Por eso me parece esclarecedor un artículo
de Guy Le Gaufey que se intitula "Pensar sin reflexionar en absoluto"
en tanto aborda, precisamente, la cuestión del sujeto en psicoanálisis,
ligado al acto dignificante (quería escribir "significante" pero un desliz de mi
inconsciente -o del inconsciente de mí- me ayudó a cambiar de letra y decidí dejarlo así: donde ello era...).

Pero sucede que a mi, a diferencia de Guy, me provoca transferir -y
contaminar así de algún modo- elementos del psicoanálisis hacia el
pensamiento político: al escribir pienso sin reflexionar en
absoluto(s) y, al mismo tiempo, sostengo que algo de ello puede llegar
a brindar algunas luces al deseo político -oscurecido desde siempre por suposiciones intencionales.

En primer lugar pienso que el "apasionamiento" no proviene de ningún
esfuerzo o voluntarismo per se; creo que esto es algo que también nos legó
Néstor: hacer política todo el tiempo (como él hacía), hasta el final imprevisto, tanto como hacer arte, ciencia o lo que sea en que uno se juegue, depende más bien de un deseo decidido -'golpe a golpe', decía el poeta-; y ser consecuentes con ello implica encontrar el modo de involucrarse a fondo con lo que 'no se puede no hacer'; más luego habrá que encontrar un tiempo para la reunión con aquellos que la empreden de otro modo.

Y además, si algo deberíamos aprehender de los errores pasados, es la
pluralidad de los tiempos en que se constituye un sujeto político en
sentido amplio. Diría que una máxima posible, en dicho sentido,
afirmaría: uno debe actuar allí donde se autoriza verdaderamente de sí y -como 'sí' no designa nada sustancial- en ese mismo acto se divide.

En dicho sentido, resulta paradójico que a Néstor se lo llame "loco", incluso cariñosamente,
cuando en realidad parece que Kirchner nuncá se creyó Kirchner (decía por ej."cualquiera puede ser presidente"), lo cual lo excluye ipso facto de la definición rigurosa de la locura.

Pienso que 'pensar sin reflexionar en absoluto' es absolutamente
imprescindible para afirmar el deseo a-sustancial que define lo
político en el amplio sentido (en) que nos constituye; y encontrar los
lugares y tiempos que nos encuentren reunidos dependerá, en todo caso,
de eso (deseo) a lo cual la voluntad/esfuerzo se resiste.

El "se" reflexivo, el "yo", las "mezquindades", son los primeros obstáculos
que hay que superar para afrontar el desafío de lo político. Y para
ello hace falta coraje, sobre todo en los lugares institucionales en
los que uno ya está inserto trabajando. De nada sirve proclamar el
cambio y la liberación en otros lugares y tiempos cuando uno se dedica
a reproducir constantemente lo que denuncia. Abrirse verdaderamente
implica, antes que nada, aceptar la heterogeneidad que nos constituye.

(muchos de estos motivos se hayan dispersos en la unidad relativa que brinda este espacio de escritura)

actuar, confiar, esperar

Algunas cuestiones lógicas, afectivas, políticas que me han atravesado últimamente se vinculan con estos verbos. Tal como es mi costumbre, mi ethos filosófico digamos, no voy a abundar en ello, pues de eso se trata justamente: la materialidad de los gestos, lo simbólico y nada más.

Estoy contra la suposición de saber o de intenciones -primeras y segundas- que es lo mismo, en fin, soy antihermenéutico tal como se puede leer en distintas entradas. La creencia de (la) inteligencia se ampara siempre en retorcidos circunloquios: anticipar, calcular, suponer, creerse más vivo que otro. Pero está a la vista, por los actos simples y trascendentes que inscribió aquél que se fue hace poco -como tantos otros militantes-, que no se trata de eso cuando uno se encuentra apasionado, implicado, cuando uno así se divide, en el acto.

Creo que una contribución esencial a la inteligencia social de nuestra época consistiría en aprehender a confiar en los actos simbólicos, en la materialidad que entrañan cuando un sujeto se divide ('ponerse a circular en la circulación de un otro' diría Badiou). No importan aquí las intenciones, hay que aprehender a leer en las superficies, no a buscar en las profundidades ocultas siempre supuestas. Aprehender a leer, a pensar; apostar a lecturas y escrituras en acto, sin garantías ni programas. El deseo conduce. Hay rigurosidad en ello, una rigurosidad que se escribe sin atenuantes -siempre autoritaria para el cómodo burgués que piensa que piensa con toda su pesada reflexividad- ¡Pero es el deseo, idiota!

Una de las formas posibles de la continuación, tan deseada por estos días, atañe al juego de jugarse con -otros en- actos significantes, en actos dignificantes, en vez de desear calculados programas y férreas organizaciones que sólo pueden servir secundariamente a los procesos de cambio. Lo primero es: seamos realistas, hagamos lo imposible. Actuemos.

Y esperar. Porque los tiempos plurales que nos constituyen convergen sólo por momentos, en secuencias; las continuidades no pasan por todas partes, no son homogéneas. Pero hay encuentros, hay que apostar al encuentro e inventar los modos de continuación (que no están escritos en manuales)

(mi sentido homenaje para aquellos que, sin ornamentos, aún se siguen jugando -nos seguimos)