lunes, 20 de agosto de 2012

De la (des)educación

El problema de la educación, cualquiera que haya dado o recibido algo alguna vez lo sabe, no es sólo una cuestión de recursos o contenidos: materiales, ideológicos, epistemológicos, etc. El problema de la educación y, por ende, de la transmisión se juega esencialmente en el deseo, o sea, en la apertura; en cómo alguien puede llegar a abrirse a lo que no sabe y dejar que pase algo (en ambos sentidos). No cualquiera puede alcanzar, en cualquier lugar o tiempo, ese grado de exposición, pero sí está al alcance de cualquiera que se anime a suspender prejuicios y saberes; y basta apenas un instante para que se produzca esa huella imborrable que habilitará la incorporación a un proceso de verdad (político, artístico, científico, amoroso, filosófico).

El sujeto no está sujetado. Por ende tampoco necesita librarse o ser librado de nada. Sólo tiene que desprenderse de aquellas ilusiones proyectivas, binarias, propias de la necesidad de significación -y de los significantes ordenadores-, correlativa al saber, que le impide captar la trama solidaria en que se constituye. No ha de liberarse de nada. No ha de subordinarse a nadie, ni tampoco ha de subordinar a nadie. No ha de ascender hacia la iluminación, ni descender hacia los abismos y profundidades. Ya no. El juego se juega aquí y ahora, en el medio mismo. Sólo debe llegar a esa tenue superficie donde su propia textura lo hace y deshace continuamente. La iluminación profana es montaje o tejido sutil que se produce entre múltiples materiales -incluidas las palabras-, y no exige más conocimiento que su composición en acto.

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