viernes, 4 de septiembre de 2009

Uno

Uno, comenzaba a contar. Por extraño que parezca, hasta ese momento en que escribía, Uno era contado en primer lugar y antes que todo, luego se dedicaba a contar otras cosas, más o menos (así o asá). Ahora, en cambio, uno cuenta sabiendo que podría ser otro pero elige hacer uso de ese modo singular que es el suyo porque hay otras cosas más difíciles que –le insisten en- pensar. Una de esas cosas es ésta, en la que se piensa escribiendo algo que podría ser un descubrimiento fabuloso (de fábula, poroso): algo más que una palabra, por ejemplo, el giro y torsión sobre sí de la palabra que se cuenta a sí misma siendo otra. (Atención: las consideraciones metalingüísticas son hasta cierto punto -éste al cual arribo- inevitables, es mejor escribirlas que darlas por hechas; al no hacerlo, al no darlas por hechas, hay que deconstruirlas y reconstruirlas (no importa el orden) una y otra vez lo que impide, por fortuna y por trabajo, su estabilización definitiva).
Otra cosa que me (en) vuelve recurrentemente es la consideración del afecto como si fuera otra cosa que lo que se escribe, y sobre todo lo que "media", ya sea entre líneas, sea puntuando, sea de un modo u otro; que se puede decir también "temporal". Hay otras tantas cuestiones por considerar. Oiremos de ellas en el transcurso del relato que comienza y que podrá interrumpirse a sí mismo cuando (le) sea necesario, o no. En sí mismo, se habrá notado, es pronto ya una interrupción.
Comenzar, comenzar, repetir, verbos, aquí algo más que verbos: el decir qué son, o simplemente jugar al "son" de lo que va y viene, de la palabra al pensamiento y las letras, que parecieran por momentos teclearse solas; lo hacen. El curioso giro que ahora suele volver sobre sí afirmativamente tiene algo de novedoso; no fue siempre así. No. Antes gobernaba cierta negatividad ampulosa que se complacía en anunciar repetidamente su imposibilidad, que ya de tanto (en) 'tanto' se había tornado estúpida.
Sin que ahora se diga inteligente, pero asumiendo su estupidez de partida (su inherente estupidez de base), se dice de diversas formas lo cual acentúa la imposibilidad de lo Uno, más bien.
El error de errar me fija(ba) al comienzo, sobre el que vuelvo una y otra vez. Recomienzo. Lo interesante de esta repetición es poder contar hasta dos en el trayecto. Sé que para algunos esto es poca cosa; para mí en cambio es más que suficiente. No dejo de tener en cuenta algunos de esos otros que verdaderamente se empeñan en decir simplemente, de la manera más recta posible, es decir: de un punto a otro, el más próximo (el prójimo) del trayecto. También advierto al pasar que no todos son concientes de esta topología, por lo que desde su punto de vista geométrico les podrá parecer rebuscado el giro o larguísimo el trayecto; es inevitable el malentendido, hasta cierto punto, entre geometrías tan disímiles. Sólo les pido que me acepten –al modo de- la negación del quinto postulado euclídeo en mi espacio discursivo, las demostraciones se darán a leer en acto.
Ah, pero el acto no es posible si alguien no está dispuesto a soltarse y dejar de lado (en suspenso) sus certezas últimas por un momento, porque ¿vaya a saber uno qué puede llegar […] a suceder? No vaya a ser que uno se divida, no digamos en dos sino en mil partes y más, innumerables. O incluso, más raro aún, más ominoso: que esas innumerables partes encuentren una cifra impensada que no tenga nada en común con los números (con lo que se cuenta por aquí y por allá) sino con las letras, un aleph. Desde el relato de Borges a esta parte, pareciera que esto ya no nos sorprende demasiado: un punto que reúna el infinito actual de sucesos e impresiones dispersas. Es una imagen aproximada de lo que sería la Cosa, pero no deja de ser algo engañosa porque allí la idea está supeditada a la imagen, y con eso no basta. Infinitos infinitos hay en cualquier parte, por todos lados, eso, aunque es inimaginable, podemos intentarlo. Bastaría con agregar al relato de Borges el ver los infinitos lugares donde se da a ver lo visto, ahora, por todas partes: ver, ser visto, hacerse ver, toda la conjugación pulsional freudiana ¡Vaya vista!
Es interesante pensar que no sólo desde un lugar insignificante como el sótano de una casa perdida, sino desde cualquier otro lugar, se puede acceder a la infinita infinitud (Potencia) que somos en cada caso. Nos reencontramos con el amigo Spinoza y con tantos otros. Luego volvemos a nuestra casa: al lenguaje, por supuesto. La marca de nuestra finitud, como diría Heidegger, está en el lenguaje. El problema es que contamos con palabras ya dadas entonces, más bien, ellas nos cuentan. Por esta constatación comenzamos e inmediatamente, al hacerlo, nos dimos cuenta de otra cosa: nos contamos allí. No todo es lenguaje, aunque no podamos afirmarlo fuera de él. Hemos llegado al punto de irreversibilidad en el que "él" (ni tú ni yo) no nos inhibe con su omnipotencia palabrera, ya no lo personificamos como el reverso perfecto de nuestra propia impotencia para decirnos. Ahora, en cambio, asumimos de manera simple la imposibilidad de decirlo Todo; pero somos metódicos: procedemos por partes (como Jack). No se trata de ninguna manera de un método analítico que, diseccionando las partes del todo supuesto, lo reconstituiría en algún momento indefinido como tal; no: ya hemos dicho y volveremos a decir: partes es todo lo que hay, infinitas partes, y letras que las cifran sin aunarlas. Las letras no son unidades de sentido, simplemente (son) permiten contar de otra forma.

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