Uno puede ir caminando muy tranquilo por la calle y de repente: déjà vu!!, algo que ya pasó vuelve a pasar o, mediando inversión, esto que está pasando ya pasó una vez. Sensación extraña de pliegue espacio-temporal, que se pliega a su vez y muestra una estructura repetitiva en desfasaje (décalage). ¿Qué pasó?
Sospecha o conjetura: algo iba a acontecer, algo inédito, entre una secuencia de acciones ya anticipadas, predecibles, y otra cosa por-venir; pero eso nuevo, sin nombre, fue replegado sobre un recuerdo, ahora doblemente vivido. Entre lo mismo y lo mismo pasa inadvertidamente la diferencia, la escisión intrínseca de la estructura –de la experiencia. Falso (falsus: caído). Recuerdo encubridor, le llamaría Freud.
Los acontecimientos, marca fugaz de lo imprevisible, ocurren todo el tiempo (marcan la temporalidad propiamente dicha); el problema reside en que no nos detenemos, y en cambio, reducimos todo a algún saber anticipable, del cual la sensación de lo ya vivido, hay que decir, configura un mínimo. Discernimiento y clasificación, analogía y semejanza, parecidos y contrastes, nada escapa al escrutinio incesante de nuestra consciencia omnímoda y nuestra razón razonante. Y que no se crea que esto es patrimonio exclusivo del racionalismo científico; hasta quienes se refugian desesperadamente en saberes esotéricos, en interpretaciones rebuscadas o delirantes (psicoanalíticas o astrológicas), ya tienen a mano la palabra justa y la imagen adecuada para describir lo que acontece en la multiplicidad infinita que presenta cualquier situación. Lo que no se soporta de ningún modo es la incertidumbre, el equívoco, el no-saber, la suspensión temporal que marca el tiempo; todo aquello que nos confronta inmediatamente con lo más próximo y ominoso (unheimlich): el hueco de lo real, la falta de fundamentos últimos y primeros, cosmológicos y trascendentales, etc.
Lo real en tanto pura multiplicidad insensata convoca la necesidad de invención de un nombre improbable, no-dicho, inadecuado y hasta risible, ¿por qué no? No se puede evitar la torsión que ello implica, el descuartizamiento, la partición en mil partes incontadas (por decir un número cualquiera), la destitución patética del uno unificante que nos re-unía en armoniosa significación holística y totalizante, es decir, Dios o el Nombre del Padre: el distribuidor de los nombres correctos y las significaciones bellas y buenas. Multiplicidad de multiplicidades, eso somos; y hay que dar cuenta de eso -que se pronuncia- cada vez. Sostener una (dis)posición de múltiples registros: ética, ontológica, política, etc.
Digamos, por ahora, que estética. Es la forma sensible del pliegue, de la torsión, incluso de la dis-torsión, de la diseminación, del entre-dicho, del descuartizamiento de partes y sub-partes, de partes más grandes que el todo, que se achican o agrandan como cualquier figura topológica, como las descripciones de Lewis Carroll. Nada tiene que hacer aquí la buena forma redondeada y autocontenida; nada de esferas o burbujas autosatisfechas; nada de imágenes especulares odiosas o amorosas; sólo nudos y redes, tejidos enlazados, atravesándose, alternados, multiplicándose o desmultiplicándose. Así, pensar en nudos y en cuerdas es pensar a la velocidad que exigen los acontecimientos inesperados.
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