sábado, 5 de septiembre de 2009

Sobre juguetes perdidos (fundamentos)

¿Por qué se busca en la Historia las razones del malestar actual? Hay una presuposición allí, en ese pretender remontarse hacia atrás, cada vez más atrás en el tiempo para develar las raíces del equívoco, de nuestra desgracia común, de la desidia presente. ¿Y si dijeramos abruptamente: el objeto perdido es lo que nunca se poseyó? Lo que nunca se tuvo, ni se (de) tiene, ni se detendrá, no se halla ni en el pasado ni en el futuro, ¿en la dislocación del presente, quizás? Quizás. Pues es lo que nos (con) mueve: la causa del deseo. Puede sonar antipático decir esto, pero quizás sea curativo; al menos eso pretende el psicoanálisis, por ejemplo.

De todas formas, hay que habilitar el trabajo de duelo y los incansables recorridos singulares que intentan retrazar (y retrasar) la pérdida inevitable, es decir, de encontrar la huella y seguirla hasta donde se corte. Pero, por otra parte, es indudable que el ámbito académico no ayuda mucho al "efecto de corte", pues (nos) es posible encontrar en él, siempre, el motivo incesante de la prolongación infinita de lo mismo: volvemos una y otra vez sobre "modernos" y "clásicos" para buscar los significados perdidos, ocultos u olvidados, para descifrar el enigma de la causa perdida, de la melancolía o el escépticismo presentes. Volvemos una y otra vez a interpretar y re-interpretar viejas citas, a reactualizar sus disputas interminables, etc. (y eso en el mejor de los casos, otros repiten sin saber); no está mal. Como si se supusiera una suerte de estructura arborescente (al modo de los árboles genealógicos) que se trata de remontar hacia atrás, cada vez más, para encontrar la raíz de todo este gran equívoco, esta disputa interminable, como si no se quisiera oir que (se) está en la estructura misma del significante, en la simple imposibilidad de significarse a sí mismo.

¿Por qué refugiarse entonces en la coartada de la tradición histórica, de los saberes establecidos? ¿Por qué no desplazar la mirada tan solo hacia el costado, hacia otros discursos y otros modos de pensamiento, hacia otras disciplinas y otras prácticas? ¿Por qué no construir el pensamiento sobre lo problemático actual desde la heterogeneidad disponible, en conjunto? ¿Por qué no atreverse a reconocer y atravesar la falta de dominio sobre otros ámbitos de saber, en lugar de ampararse en lo que más o menos se cree conocer y dominar? Como si se oscilara entre la super-especialización erudita y la intemperie absoluta (sobre 'eso' no se puede decir nada, ergo, mejor callar, etc). Como si todo se redujera a lenguaje, y pues, descompuesto éste ya nada sería pensable, o sólo tomando infinitas precauciones, o solo callando. Si no hay un fundamento último, ¿qué nos impide pensar en nombre propio, ensayar conceptos, jugar con otros dis-pares? Pareciera que aún detiene la ausencia de los grandes n(h)ombres: una suerte de fascinación estática (o nostálgica) sobre el vacío mismo de su ausencia. Nuestro legado no se ha-ya escrito; pues habría que empezar a hacerlo ¿no? El momento político, los nuevos conceptos que necesitamos, habría que empezar a construirlos entre nosotros, ¿o esperaremos acaso encontrarlos en alguna carta perdida à la del Barco -a la deriva o hundido en el fondo del mar (de la autocomplacencia)?

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