La lectura sintomática de la frase escrita más arriba condensa en parte y con doble sentido lo que deseo decir. Leí por ahí que el psicoanalista francés Jean Allouch brindó hace algún tiempo un seminario titulado “El Amor Lacan”; y aunque no tengo idea qué se habrá dicho en tal ocasión, encontré casi a la par algo que me impactó sobre “el signo amor” en el seminario XX de Jacques Lacan, cuestión que imagino quizá resonará en alguna medida imprevista con aquello otro; de ahí mismo me entraron ganas de contarlo –efectos de resonancia inconsciente, digamos.
Antes bien, una aclaración respecto de la índole singular de lo que se dará a leer. En este breve escrito hago uso de una cita de Lacan ―más de una, pero una sobre todo― sin preocuparme demasiado por la veracidad de la fuente en tanto me ocupa, más bien, la circunscripción del objeto. (Esta aclaración quizás sea necesaria luego de que Michel Sauval hubiera encontrado en falta a muchísimos psicoanalistas y otros intelectuales que recurren a la célebre cita de Lacan sin atender al “verdadero” significado, ínsito en el origen del mismo― incluido el que escribe, por supuesto).
Pues para mí las citas no tienen ningún valor. Entiéndase bien: ningún valor de cambio referible a una supuesta totalidad de sentido que lo constituiría como tal (“el todo instaura el valor”, diría Lacan); pero sí quizá algún valor de uso. Las citas, como cualquier otro significante recibido, empiezan a resonar en uno y si eso lo muerde de algún modo, lo divide, empieza a hacer algo con eso, o no. Es así de simple. Resulta sospechoso entonces que los afectos a supuestas significaciones literales ―de las citas― no se percaten que el valor de la letra no está dado, que hay que ver qué se hace con eso y, en todo caso, estar dispuesto a seguir sus recorridos imprevistos ―o mejor callarse, como proponía sabiamente Wittgenstein―. De ahí que Freud no se preocupara demasiado por la veracidad de las fuentes sino, antes bien, por la construcción que se hacía a partir de los materiales hallados para circunscribir lo imposible; léase: lo real (¡Es la pulsión, idiota!). Es lógico y clásico, además, que uno pueda partir de una proposición falsa (caída) y no obstante derivar ―en su división― hacia una conclusión verdadera; sobre todo si ella prosigue en la circunscripción de lo real (anticipa, suspende y concluye otra vez). Es así, también, que a un tal Lacan el Unbewusste freudiano le haya sonado, en determinado momento de su historia, como unbêvue y que por ello, en virtú de ello cabe decir, además de la fortuna haya encontrado cierta materialidad de lalangue. A veces pasa, así de simple. Recomienzo entonces.
I.
En extensión
“El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es” (Lacan dixit), es decir que allí se da “nada”. Hay que leer bien ceñido pues no es lo mismo que decir: “no se da nada”, lo que definiría simplemente una posición egoísta o avara, sin más. Dar “nada”, en cambio, es la muestra más lúcida de amor por parte de un sujeto a otro (que, por otra parte, “no lo es”). Pero es más o menos fácil de imaginar el valor de este “dar” (este don) en un mundo tan lleno de Todo, de discursos repletos de “buenas intenciones” donde abundan las expresiones del tipo “lo hacemos por tu propio bien”, “¡Goza!”, y así por el estilo (aunque fuesen no dichas o se dieran –en su deseo– por sobreentendidas). Pero ¿quién pregunta?, ¿quién sostiene un espacio abierto?, ¿quién puede dar algo de aire, de espacio, entre tanto humo?
En este loco lugar al que llamamos como podemos, “mundo” por ejemplo, donde solo se da lo que cada quien cree (saber) qué es exactamente lo que el otro necesita, y si no es eso pues no se dará nada (quizás calmantes que, esos sí, sedan); pocos aquí, insisto, son los que efectivamente dan “nada”. O que nada dan –invirtiendo la frase– los que ahora nadan con estilo propio en este mar de lenguaje (à la Joyce); mostrando así que es posible na(da)dar, pero hay que soltarse. Y continuamos: “a quien no lo es” (el resto que queda de la frase escandida), porque uno no sabe nunca realmente quién es el otro ¿no? Esta actitud de apertura incondicional permite que el otro sea el que sea (como dios digamos) y no quien yo –o cualquier otro parecido a mí– quisiera que fuese: mero reflejo especular de una imagen narcisista digna de mí –o de su– posesivo amor. Se muestra así, de repente, qué es el amor más allá del espejo; practicable aunque difícil, puesto requiere del otro acepte esa “nada” (que "es" antes que “todo o nada”) y de vez en cuando devuelva también “algo” de nada, de su propia cosecha (se requiere cierta colaboración). Creo que esto es lo que esperaba aún Lacan de la gente que lo iba a escuchar a sus seminarios (explícitamente a la altura del XX: Aun), que lo amaran tanto y como él lo hacia y proponía, que le devolvieran algo de nada, porque no olvidemos: “el amor es siempre recíproco”.
Si no imagínense, aquellos creían que allí, en los Seminarios, recibían algo de Lacan, y algo además suculento puesto que creían alimentarse mejor que en el “comedor universitario”; pero él mismo –Lacan– les indicaba: “el goce del Otro no es signo de amor”; eso atora, impide el pase. Les demandaba por tanto que rechazaran lo que les ofrecía porque “no era eso” (demanda fundamental extensa). Es decir, les pedía que hicieran, al modo de Demócrito, algo de nada (me-den = nada en griego). Pongamos imaginariamente en boca de Lacan estas palabras: “les pido no me-den (nada), elidan ‘me’ tachen ‘me’ y lo que quede den”. Juego de palabras, serio juego de (de-) formación de nuevos significantes a(l) partir (de) los que hay.
Ser fiel entonces a los dichos del maestro, repetirlos sin más (sin plus) es traicionarlo, es apagar su decir (Masotta dixit). Por el contrario, seguir su ejemplo y ser fiel a su decir implica cierta relación de juego serio (de seriación) con la palabra y los conceptos; de corte y sutura; de pliegue y despliegue.
II.
En intensión
La regla fundamental del análisis es la asociación libre: se le dice al analizante que diga lo que se le ocurra, cualquier cosa. Pero el analista es el que debe saber algo: “que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha”; por ello opera habilitando las vías para que eso no se olvide tan rápidamente, para que se constituya así un tiempo singular en que se escuche (se haga oír) el decir que ex-siste al dicho. Por demás, el analizante comprueba demasiado pronto que esto es imposible, que decir-lo-todo no puede, y aún antes siente la impotencia de lo que se pierde, de lo que se escurre, de no poder encontrar la palabra justa a la medida de su padecer. Se inhibe ante el sentido sexual, demasiado sexual de lo dicho; o sintomatiza al sustituir y desplazar un dicho por otro; o se angustia ante la ausencia de palabras para nombrar lo innombrable. Se trata entonces (y se cura así secundariamente) de que el analizante libere la palabra para decir “notodo”, puesto que solo “partes” pueden ser nombradas (com-partidas) para que haya decir entre dichos (inter-dits). Y si es necesario inventar nuevos términos a fin de sostener (los principios) el deseo de decir (el comienzo), entonces se inventa. Si el analista es el sujeto que de esto algo sabe, porque ha pagado el precio, que de esto hace profesión (que profesa esto), entonces, ¿por qué no es más re-suelto?, ¿por qué no circulan más significantes nuevos en los ámbitos psicoanalíticos?, ¿por qué no hay más juego con lalangue, como incansablemente hacía y deshacía Lacan? (Siguiendo su ejemplo pero sin imitarlo).
Si se supone que su-posición se sostiene por una relación un poco más elucidada que –y de– el resto respecto a los ideales (la buena forma, la corrección política, la estética trascendental, etc.), si no debe dar cuenta de lo que hace mediante elegantes demostraciones, como un matemático o un lógico, ni ajustarse tampoco a la moda de algún criterio estético, como un artista. Por supuesto, no todos los artistas y/o matemáticos hacen eso –repiten– pero el analista solo puede ex-sistir allí por no hacerlo de ningún modo, bajo ningún pre-texto. La función “deseo del analista” sólo se sostiene de este juego serio. Entonces, ¿por qué se dan aires de solemnidad, o se toman demasiado en serio –los analistas– en lugar de hacer series como proponía Lacan? Para ello hay que localizar el vacío, hay que aceptar la falta real/simbólica, y de esto no se hace puro “semblante”, para ser serios en verdad. “Que estén como bufones los justifica” les dice Lacan en La tercera. Y quizás algunos lo hagan más o menos en intensión, pero ¿y en extensión?
Pues, si uno va a un sitio donde debería haber un espacio abierto, un agujero central interno, según se dice, y no lo hay pues se ha ya (y se halla) obturado con ficciones imaginarias (demasiados semblantes digamos), ¿qué hacer? La diferencia de sólo una letra y una escansión entre “ha ya” o “halla” interroga: ¿a quién? ¿Al sujeto o al Otro refiere? ¡Pero si el Otro no existe! (según se repite) ¡Ahhh! al sujeto (que ex-siste) entonces...luego, pienso. Pero ¿no era al revés? ¿Quién invierte las palabras y las cosas, las frases y los cogitos? ¿Quién invierte se divierte por eso? No tanto, parece que allí no se divierte tanto, porque hay sonrisas necias, digamos, que flotan en el significante supremo.
Repasemos la lección escolar. Si falta la falta se produce angustia. Un síntoma es un dicho en lugar de otro, desplazado o sustituido por la represión de un goce deslocalizado (loco). El sinthoma en cambio es hacer del dicho otro, allí mismo, en torsión, con lo cual el goce se localiza atravesando la palabra misma, descomponiéndola. La redundancia de sentido es por inhibición, y el todo dicho se sexualiza “como si” hubiera relación sexual.
Para que exista la posibilidad de una lógica colectiva, sostengo, es necesario que haya un agujero real, a fin de que cada uno (se) inscriba allí (en) términos nuevos, para circunscribir la ab-sens (ausencia-sentido = ausentido). ¿Se trata de inversión dialéctica o topológica? This is the question, my dear friend. Si Freud resucitara diría: “Y tú que tienes que ver con todo eso de lo que te quejas”, pero no es asunto de “tú”, ni de “todo”, aún menos de “ver”, pues las inversiones (dialécticas) dan ganancias, por supuesto, pero ganancias de sentido y se trata, en cambio, de saber perder; por eso “inversión topológica”, agujero en el saber, de-formación continua del lenguaje y pérdida del sentido, en múltiples sentidos, más bien.
III.
En incautación
Pero vayamos sin cuidado, sin amparos ni garantías, más bien con nada, pues “los no incautos yerran”. Lacan nos propone ser incautos de lo real. ¿Qué es lo real? Para Freud –nos dice– habrán sido los fenómenos paranormales, la telepatía y todo eso; y puesto que él no creía en absoluto en tales fenómenos, se dejaba incautar por ellos e intentaba explicarlos a partir de su teoría sobre lo inconsciente (llevaba agua para su molino, digamos). Lacan, en cambio, se deja incautar por los embrollos del nudo borromeo y nos propone seguirlo en tal empresa, ya que espera de ella algo menos “boludo” que el resto –textuales palabras: Lacan juega con la palabra con-sistence ya que “con” en francés significa boludo, idiota, etc.). Es interesante entonces sostener esta posición de “incauto de lo real” en tanto no es propiamente la del creyente (que espera siempre algo más de lo que hay) ni la del escéptico (que no cree que haya nada de lo que hay). La posición del incauto (pero no “con”) se puede apreciar en cierta forma en lo que hace el mismísimo Ulises cuando les pide a sus hombres que lo aten al mástil del barco y se tapen los oídos para no escuchar el canto de las sirenas; así, él puede escuchar el hermoso canto sin sucumbir al peligro de la (auto)destrucción. Del mismo modo, el analista/investigador debería poder dividirse entre, por una parte, una disposición incauta hacia lo real en la que se asegure que realmente no va a sucumbir a la creencia (y los prejuicios), puesto que no cree para nada en eso (lo cual le permite explicarlo entre otras cosas), pero además, por otra parte, tampoco debe creer que ya sabe todo acerca de eso, con lo cual, lisa y llanamente lo desestimaría y no escucharía ya nada de nada.
Encontramos semejante operación paradójica con respecto a las creencias (al Saber) en Descartes y en Joyce. Este último tampoco cree ya nada en la religión y tradición en las que fue educado, y no obstante se sirve de ellas para armar sus relatos, para sostenerse a flote en ese “mar de lenguaje” sobre el que ha aprendido a nada-r (no así su hija Lucía), al modo de un instrumento o un operador de conexión. Esto es para mí lo que significa la célebre frase lacaniana: “prescindir del padre a condición de servirse de él”, es decir que una vez que eso se ha vaciado de sentido (y del goce correlativo supuesto al Otro), y que es imposible creerle, entonces eso (sea lo que sea para cada quien) se habilita como posible instrumento de uso, de indagación, de escritura, etc. Es el momento en que el sujeto ya no espera nada dado, ninguna instancia del más allá o sentido último alguno, y por lo tanto, cae en la cuenta de que hay que hacer con lo que hay, por poco que esto sea, pues lo que hay no es todo, es más bien no-Todo; inventar, escribir, pensar sin garantías últimas.
Esta disposición de “incauto de lo real” requiere una suerte de división subjetiva, como ha sido dicho, en la cual uno no es ni creyente ni escéptico, o simplemente: uno-no-es. Decir esto nos lleva a pensar el ser en tanto multiplicidad y al uno como operador de cuenta (es lo que hace Badiou); y aquí cabe mencionar tanto a los presocráticos como a Nietszche (uno-no-es sino el “eterno retorno de lo mismo”) o a Freud (uno-no-es sino el “inconsciente”) o Marx (uno-no-es sino la “actividad práctico-crítica”).
Freud, por supuesto, nos plantea su segunda tópica en la cual el sujeto está compuesto por tres instancias (ello, yo, superyo). Es un buen comienzo, aunque no es suficiente. A Lacan le ronda la idea recurrente del cuatro, es decir, la estructura debe ser cuaternaria. Por ejemplo, un nudo borromeo necesita un mínimo de tres términos para articularse, pero son cuatro los necesarios para marcar la diferencia entre los registros (esto es posible porque se introduce una disimetría: uno pasa cuatro veces sobre otro, todos los demás sólo dos veces), de ahí en más las posibilidades de conexión son infinitas.
¿Qué es entonces lo que marca un límite? Pues lo real del cual uno es incauto y con el cual uno hace nudo y así se desmultiplica (el Haiuno). Así, el síntoma se convierte en una ayuda-contra –como dice Lacan– ¿Contra qué? Pues contra uno mismo (redundancia), contra la predominancia estupidizante del Uno. El síntoma es ese instrumento del cual uno se sirve justamente para no creerse uno y poder dar cuenta de lo múltiple que hay, antes que todo. Lacan nos confiesa que él mismo debió soportar durante mucho tiempo el ternario RSI (real, simbólico, imaginario) bajo su nombre propio, es decir que él mismo debía estar un poco “loco” con eso, puesto que por más vacío que se considere un nombre él debía creérselo un poco, en alguna medida, para dar unidad y consistencia a los tres registros (¿de allí su aparente megalomanía?). Cuando encontró el nudo borromeo, como soporte lógico de los tres, recién entonces pudo dedicarse a manipular la diversidad de articulaciones y fallas posibles sin creérselo en absoluto. Digamos que se liberó del peso de tener que soportar bajo su nombre las articulaciones conceptuales; pudo, así, dejarse incautar por el nudo en tanto real y dar comienzo a las infinitas modulaciones que éste permite, esto es, la escritura.
Bibliografía de Jacques Lacan
Lacan, J. 1973-1974 : Les non-dupes errent; 1974-1975 : R.S.I.; 1975-1976 : Le sinthome; 1976-1977 : L'insu que sait de l'unebévue s'aile à mourre - Sténotypies - Versión non J.L. (en línea: http://www.ecole-lacanienne.net/bibliotheque.php?id=13
Lacan, J. El atolondradicho en Escansión n 1, Paidos, Buenos Aires, 1984
Lacan, J., (1981) El seminario, Libro XX, Aún 1972-1973, Buenos Aires, Paidós.
Antes bien, una aclaración respecto de la índole singular de lo que se dará a leer. En este breve escrito hago uso de una cita de Lacan ―más de una, pero una sobre todo― sin preocuparme demasiado por la veracidad de la fuente en tanto me ocupa, más bien, la circunscripción del objeto. (Esta aclaración quizás sea necesaria luego de que Michel Sauval hubiera encontrado en falta a muchísimos psicoanalistas y otros intelectuales que recurren a la célebre cita de Lacan sin atender al “verdadero” significado, ínsito en el origen del mismo― incluido el que escribe, por supuesto).
Pues para mí las citas no tienen ningún valor. Entiéndase bien: ningún valor de cambio referible a una supuesta totalidad de sentido que lo constituiría como tal (“el todo instaura el valor”, diría Lacan); pero sí quizá algún valor de uso. Las citas, como cualquier otro significante recibido, empiezan a resonar en uno y si eso lo muerde de algún modo, lo divide, empieza a hacer algo con eso, o no. Es así de simple. Resulta sospechoso entonces que los afectos a supuestas significaciones literales ―de las citas― no se percaten que el valor de la letra no está dado, que hay que ver qué se hace con eso y, en todo caso, estar dispuesto a seguir sus recorridos imprevistos ―o mejor callarse, como proponía sabiamente Wittgenstein―. De ahí que Freud no se preocupara demasiado por la veracidad de las fuentes sino, antes bien, por la construcción que se hacía a partir de los materiales hallados para circunscribir lo imposible; léase: lo real (¡Es la pulsión, idiota!). Es lógico y clásico, además, que uno pueda partir de una proposición falsa (caída) y no obstante derivar ―en su división― hacia una conclusión verdadera; sobre todo si ella prosigue en la circunscripción de lo real (anticipa, suspende y concluye otra vez). Es así, también, que a un tal Lacan el Unbewusste freudiano le haya sonado, en determinado momento de su historia, como unbêvue y que por ello, en virtú de ello cabe decir, además de la fortuna haya encontrado cierta materialidad de lalangue. A veces pasa, así de simple. Recomienzo entonces.
I.
En extensión
“El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es” (Lacan dixit), es decir que allí se da “nada”. Hay que leer bien ceñido pues no es lo mismo que decir: “no se da nada”, lo que definiría simplemente una posición egoísta o avara, sin más. Dar “nada”, en cambio, es la muestra más lúcida de amor por parte de un sujeto a otro (que, por otra parte, “no lo es”). Pero es más o menos fácil de imaginar el valor de este “dar” (este don) en un mundo tan lleno de Todo, de discursos repletos de “buenas intenciones” donde abundan las expresiones del tipo “lo hacemos por tu propio bien”, “¡Goza!”, y así por el estilo (aunque fuesen no dichas o se dieran –en su deseo– por sobreentendidas). Pero ¿quién pregunta?, ¿quién sostiene un espacio abierto?, ¿quién puede dar algo de aire, de espacio, entre tanto humo?
En este loco lugar al que llamamos como podemos, “mundo” por ejemplo, donde solo se da lo que cada quien cree (saber) qué es exactamente lo que el otro necesita, y si no es eso pues no se dará nada (quizás calmantes que, esos sí, sedan); pocos aquí, insisto, son los que efectivamente dan “nada”. O que nada dan –invirtiendo la frase– los que ahora nadan con estilo propio en este mar de lenguaje (à la Joyce); mostrando así que es posible na(da)dar, pero hay que soltarse. Y continuamos: “a quien no lo es” (el resto que queda de la frase escandida), porque uno no sabe nunca realmente quién es el otro ¿no? Esta actitud de apertura incondicional permite que el otro sea el que sea (como dios digamos) y no quien yo –o cualquier otro parecido a mí– quisiera que fuese: mero reflejo especular de una imagen narcisista digna de mí –o de su– posesivo amor. Se muestra así, de repente, qué es el amor más allá del espejo; practicable aunque difícil, puesto requiere del otro acepte esa “nada” (que "es" antes que “todo o nada”) y de vez en cuando devuelva también “algo” de nada, de su propia cosecha (se requiere cierta colaboración). Creo que esto es lo que esperaba aún Lacan de la gente que lo iba a escuchar a sus seminarios (explícitamente a la altura del XX: Aun), que lo amaran tanto y como él lo hacia y proponía, que le devolvieran algo de nada, porque no olvidemos: “el amor es siempre recíproco”.
Si no imagínense, aquellos creían que allí, en los Seminarios, recibían algo de Lacan, y algo además suculento puesto que creían alimentarse mejor que en el “comedor universitario”; pero él mismo –Lacan– les indicaba: “el goce del Otro no es signo de amor”; eso atora, impide el pase. Les demandaba por tanto que rechazaran lo que les ofrecía porque “no era eso” (demanda fundamental extensa). Es decir, les pedía que hicieran, al modo de Demócrito, algo de nada (me-den = nada en griego). Pongamos imaginariamente en boca de Lacan estas palabras: “les pido no me-den (nada), elidan ‘me’ tachen ‘me’ y lo que quede den”. Juego de palabras, serio juego de (de-) formación de nuevos significantes a(l) partir (de) los que hay.
Ser fiel entonces a los dichos del maestro, repetirlos sin más (sin plus) es traicionarlo, es apagar su decir (Masotta dixit). Por el contrario, seguir su ejemplo y ser fiel a su decir implica cierta relación de juego serio (de seriación) con la palabra y los conceptos; de corte y sutura; de pliegue y despliegue.
II.
En intensión
La regla fundamental del análisis es la asociación libre: se le dice al analizante que diga lo que se le ocurra, cualquier cosa. Pero el analista es el que debe saber algo: “que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha”; por ello opera habilitando las vías para que eso no se olvide tan rápidamente, para que se constituya así un tiempo singular en que se escuche (se haga oír) el decir que ex-siste al dicho. Por demás, el analizante comprueba demasiado pronto que esto es imposible, que decir-lo-todo no puede, y aún antes siente la impotencia de lo que se pierde, de lo que se escurre, de no poder encontrar la palabra justa a la medida de su padecer. Se inhibe ante el sentido sexual, demasiado sexual de lo dicho; o sintomatiza al sustituir y desplazar un dicho por otro; o se angustia ante la ausencia de palabras para nombrar lo innombrable. Se trata entonces (y se cura así secundariamente) de que el analizante libere la palabra para decir “notodo”, puesto que solo “partes” pueden ser nombradas (com-partidas) para que haya decir entre dichos (inter-dits). Y si es necesario inventar nuevos términos a fin de sostener (los principios) el deseo de decir (el comienzo), entonces se inventa. Si el analista es el sujeto que de esto algo sabe, porque ha pagado el precio, que de esto hace profesión (que profesa esto), entonces, ¿por qué no es más re-suelto?, ¿por qué no circulan más significantes nuevos en los ámbitos psicoanalíticos?, ¿por qué no hay más juego con lalangue, como incansablemente hacía y deshacía Lacan? (Siguiendo su ejemplo pero sin imitarlo).
Si se supone que su-posición se sostiene por una relación un poco más elucidada que –y de– el resto respecto a los ideales (la buena forma, la corrección política, la estética trascendental, etc.), si no debe dar cuenta de lo que hace mediante elegantes demostraciones, como un matemático o un lógico, ni ajustarse tampoco a la moda de algún criterio estético, como un artista. Por supuesto, no todos los artistas y/o matemáticos hacen eso –repiten– pero el analista solo puede ex-sistir allí por no hacerlo de ningún modo, bajo ningún pre-texto. La función “deseo del analista” sólo se sostiene de este juego serio. Entonces, ¿por qué se dan aires de solemnidad, o se toman demasiado en serio –los analistas– en lugar de hacer series como proponía Lacan? Para ello hay que localizar el vacío, hay que aceptar la falta real/simbólica, y de esto no se hace puro “semblante”, para ser serios en verdad. “Que estén como bufones los justifica” les dice Lacan en La tercera. Y quizás algunos lo hagan más o menos en intensión, pero ¿y en extensión?
Pues, si uno va a un sitio donde debería haber un espacio abierto, un agujero central interno, según se dice, y no lo hay pues se ha ya (y se halla) obturado con ficciones imaginarias (demasiados semblantes digamos), ¿qué hacer? La diferencia de sólo una letra y una escansión entre “ha ya” o “halla” interroga: ¿a quién? ¿Al sujeto o al Otro refiere? ¡Pero si el Otro no existe! (según se repite) ¡Ahhh! al sujeto (que ex-siste) entonces...luego, pienso. Pero ¿no era al revés? ¿Quién invierte las palabras y las cosas, las frases y los cogitos? ¿Quién invierte se divierte por eso? No tanto, parece que allí no se divierte tanto, porque hay sonrisas necias, digamos, que flotan en el significante supremo.
Repasemos la lección escolar. Si falta la falta se produce angustia. Un síntoma es un dicho en lugar de otro, desplazado o sustituido por la represión de un goce deslocalizado (loco). El sinthoma en cambio es hacer del dicho otro, allí mismo, en torsión, con lo cual el goce se localiza atravesando la palabra misma, descomponiéndola. La redundancia de sentido es por inhibición, y el todo dicho se sexualiza “como si” hubiera relación sexual.
Para que exista la posibilidad de una lógica colectiva, sostengo, es necesario que haya un agujero real, a fin de que cada uno (se) inscriba allí (en) términos nuevos, para circunscribir la ab-sens (ausencia-sentido = ausentido). ¿Se trata de inversión dialéctica o topológica? This is the question, my dear friend. Si Freud resucitara diría: “Y tú que tienes que ver con todo eso de lo que te quejas”, pero no es asunto de “tú”, ni de “todo”, aún menos de “ver”, pues las inversiones (dialécticas) dan ganancias, por supuesto, pero ganancias de sentido y se trata, en cambio, de saber perder; por eso “inversión topológica”, agujero en el saber, de-formación continua del lenguaje y pérdida del sentido, en múltiples sentidos, más bien.
III.
En incautación
Pero vayamos sin cuidado, sin amparos ni garantías, más bien con nada, pues “los no incautos yerran”. Lacan nos propone ser incautos de lo real. ¿Qué es lo real? Para Freud –nos dice– habrán sido los fenómenos paranormales, la telepatía y todo eso; y puesto que él no creía en absoluto en tales fenómenos, se dejaba incautar por ellos e intentaba explicarlos a partir de su teoría sobre lo inconsciente (llevaba agua para su molino, digamos). Lacan, en cambio, se deja incautar por los embrollos del nudo borromeo y nos propone seguirlo en tal empresa, ya que espera de ella algo menos “boludo” que el resto –textuales palabras: Lacan juega con la palabra con-sistence ya que “con” en francés significa boludo, idiota, etc.). Es interesante entonces sostener esta posición de “incauto de lo real” en tanto no es propiamente la del creyente (que espera siempre algo más de lo que hay) ni la del escéptico (que no cree que haya nada de lo que hay). La posición del incauto (pero no “con”) se puede apreciar en cierta forma en lo que hace el mismísimo Ulises cuando les pide a sus hombres que lo aten al mástil del barco y se tapen los oídos para no escuchar el canto de las sirenas; así, él puede escuchar el hermoso canto sin sucumbir al peligro de la (auto)destrucción. Del mismo modo, el analista/investigador debería poder dividirse entre, por una parte, una disposición incauta hacia lo real en la que se asegure que realmente no va a sucumbir a la creencia (y los prejuicios), puesto que no cree para nada en eso (lo cual le permite explicarlo entre otras cosas), pero además, por otra parte, tampoco debe creer que ya sabe todo acerca de eso, con lo cual, lisa y llanamente lo desestimaría y no escucharía ya nada de nada.
Encontramos semejante operación paradójica con respecto a las creencias (al Saber) en Descartes y en Joyce. Este último tampoco cree ya nada en la religión y tradición en las que fue educado, y no obstante se sirve de ellas para armar sus relatos, para sostenerse a flote en ese “mar de lenguaje” sobre el que ha aprendido a nada-r (no así su hija Lucía), al modo de un instrumento o un operador de conexión. Esto es para mí lo que significa la célebre frase lacaniana: “prescindir del padre a condición de servirse de él”, es decir que una vez que eso se ha vaciado de sentido (y del goce correlativo supuesto al Otro), y que es imposible creerle, entonces eso (sea lo que sea para cada quien) se habilita como posible instrumento de uso, de indagación, de escritura, etc. Es el momento en que el sujeto ya no espera nada dado, ninguna instancia del más allá o sentido último alguno, y por lo tanto, cae en la cuenta de que hay que hacer con lo que hay, por poco que esto sea, pues lo que hay no es todo, es más bien no-Todo; inventar, escribir, pensar sin garantías últimas.
Esta disposición de “incauto de lo real” requiere una suerte de división subjetiva, como ha sido dicho, en la cual uno no es ni creyente ni escéptico, o simplemente: uno-no-es. Decir esto nos lleva a pensar el ser en tanto multiplicidad y al uno como operador de cuenta (es lo que hace Badiou); y aquí cabe mencionar tanto a los presocráticos como a Nietszche (uno-no-es sino el “eterno retorno de lo mismo”) o a Freud (uno-no-es sino el “inconsciente”) o Marx (uno-no-es sino la “actividad práctico-crítica”).
Freud, por supuesto, nos plantea su segunda tópica en la cual el sujeto está compuesto por tres instancias (ello, yo, superyo). Es un buen comienzo, aunque no es suficiente. A Lacan le ronda la idea recurrente del cuatro, es decir, la estructura debe ser cuaternaria. Por ejemplo, un nudo borromeo necesita un mínimo de tres términos para articularse, pero son cuatro los necesarios para marcar la diferencia entre los registros (esto es posible porque se introduce una disimetría: uno pasa cuatro veces sobre otro, todos los demás sólo dos veces), de ahí en más las posibilidades de conexión son infinitas.
¿Qué es entonces lo que marca un límite? Pues lo real del cual uno es incauto y con el cual uno hace nudo y así se desmultiplica (el Haiuno). Así, el síntoma se convierte en una ayuda-contra –como dice Lacan– ¿Contra qué? Pues contra uno mismo (redundancia), contra la predominancia estupidizante del Uno. El síntoma es ese instrumento del cual uno se sirve justamente para no creerse uno y poder dar cuenta de lo múltiple que hay, antes que todo. Lacan nos confiesa que él mismo debió soportar durante mucho tiempo el ternario RSI (real, simbólico, imaginario) bajo su nombre propio, es decir que él mismo debía estar un poco “loco” con eso, puesto que por más vacío que se considere un nombre él debía creérselo un poco, en alguna medida, para dar unidad y consistencia a los tres registros (¿de allí su aparente megalomanía?). Cuando encontró el nudo borromeo, como soporte lógico de los tres, recién entonces pudo dedicarse a manipular la diversidad de articulaciones y fallas posibles sin creérselo en absoluto. Digamos que se liberó del peso de tener que soportar bajo su nombre las articulaciones conceptuales; pudo, así, dejarse incautar por el nudo en tanto real y dar comienzo a las infinitas modulaciones que éste permite, esto es, la escritura.
Bibliografía de Jacques Lacan
Lacan, J. 1973-1974 : Les non-dupes errent; 1974-1975 : R.S.I.; 1975-1976 : Le sinthome; 1976-1977 : L'insu que sait de l'unebévue s'aile à mourre - Sténotypies - Versión non J.L. (en línea: http://www.ecole-lacanienne.net/bibliotheque.php?id=13
Lacan, J. El atolondradicho en Escansión n 1, Paidos, Buenos Aires, 1984
Lacan, J., (1981) El seminario, Libro XX, Aún 1972-1973, Buenos Aires, Paidós.
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