viernes, 4 de septiembre de 2009

Escribir

Volveré a escribir una y otra vez hasta el cansancio o la extenuación, cuya aparente similitud palabrera ya no tiene nada que ver con lo que quiero decir: una intención cualquiera que surge por aquí y se pierde por allá, y luego retomo, o no. Necesitaba tiempo, ya lo tengo. Ahora prosigo, siempre a pérdida, a puro gasto como decía alguien. Qué extrañeza me da sentir la ausencia de pánico, será que ya pasó en exceso, una y otra vez, lo peor volviendo una y otra vez: no me quedó más remedio que la enfermedad: mejor nombrar, porque lo innombrable ya estaba allí. Entonces tengo esta imagen recurrente del péndulo, o de la calesita y la sortija, de no prestar atención a nada en particular, de estirar la mano solamente y tomarla. Aún si en ese gesto sólo se captara el gesto, es decir el vacío primero y luego el gesto simple, liberado de cualquier aspiración sustancial, beatíficante, etcétera. No, la prevención parece pasar por otro lado: el desgano, la apatía, el no-hacer entendido como forma negativa y no como acto verdadero. Figuras negativas del eterno retorno cuando no puede introducir ni una mínima diferencia, o sobreestima lo dicho, como si el decir no fuera suficiente, como si volviera el supuesto quién a hacer de las suyas (Descartes se imaginaba un Genio Maligno y cada quién fabrica sus monstruos desde la razón que le es propia); pero en mi caso es todo tan fugaz, hasta las fijaciones obsesivas que me ob-sedan. Estoy cansado de repetir que la misma idea del "todo" y del "es" es mera fugacidad ilusoria, pero hay que afirmarlo: me interesan más bien las "no todas". Si fuera más fiel a mi decir no debería hablar de "interés" sino de "amor", algo que sucede o no, que escapa de cualquier control aunque carece de irracionalidad, más bien pareciera ser el colmo de la razón y del rigor, ¿pero hasta cuándo nos contentaremos con los términos negativos para hablar de lo verdadero, que además habla de por sí sin tantas precauciones? Quizás falte tiempo, más que prudencia. Yo sigo diciendo lo que me va decir con su razón inexorable, no hace falta explicarme: hablo con la falta en el exceso. En el reverso escribo de nuevo. Toda historia tiene su revés, que es como decir su golpe y contragolpe, herida, cicatriz y trauma. Es por el mero hecho de decir y al tiempo escribir, en el doble sentido que se deja leer de: escribir el tiempo y de retraso necesario para que acontezca; eso me pasa. Pero ya no me detiene, aunque vaya con retraso, continúo, me tomo un tiempo, interrumpo mi decir y retomo lo dicho. Últimamente, la idea del relator de historias interminables que aplaza la muerte ineludible por pequeñas muertes anticipatorias esbozadas en lettres, me vuelve de manera recurrente, el problema es que no soy bueno para contar historias, sólo alcanzo a dar vuelta la trama, la estructura propia del tejido, una y otra vez; es mi modo de insistir. En el medio: cosas. Suceden, suceden, suceden, así (me) repito. Si me desplazo brevemente sobre algún punto de vista supuesto, podría ver que alguien cree que es un mero juego; no lo niego, pero es el juego más serio que me ha tocado jugar jamás, asumo su seriedad como puedo: intento contar las series. En el medio pasan cosas que entretejo, que hilvano, otra vez, como puedo. Erro y yerro, es mi modo, ‘es mi modo’, repito para consolarme. Pareciera que estoy traumatizado por como se lee mi escritura, pero la violencia seguirá siendo mentir. Yo no digo cosas bellas, ni me jacto de nada, me sorprende que sorprenda mi decir en acto desde este mismo desierto que algunos han llamado real, desde este afuera de la caverna que es tan interior, tan plegado. Insisto, una y otra vez, mi política no es planificar nada ni salvar a nadie, ni soy tampoco un despertador de conciencias, pero no puedo evitar decir, es mi decir, al que llego con esfuerzo y re-trazo; ya lo he dicho. Ahora escribo, escribo porque te respeto, porque me gustaría escucharte en lugar de hablarle a tus prevenciones, a tus juicios ¿Cómo hablarle a lo que no tiene nombre, a lo más singular? ¿Cómo convocarte? No diría: hablarle a tu cuerpo, porque esto prevendría a tu inteligencia de suponer que te creo doble(mente), y no es así, te creo infinita aunque, es cierto, están los juicios (y los pre-juicios y las ideas y la educación y todo eso que (so)portamos más o menos) Me cuesta hablar desde donde hablo, me cuesta y lo pago graciosamente digamos; incluso me da más gracia imaginar que a cierta distancia pueda parecer abstracto o deslocalizado lo que digo, cuando estoy en el sitio más concreto, más aquí que nunca, sobre la herida misma, sin lamentaciones, sin reproches, sin expectativas pero levantando la voz de a poco, encontrando el tono, proclamando, profiriendo, diciendo, ya sin precauciones excesivas, sin rodeos, simplemente de un punto a otro, así.
No sé si volví del reverso o si di la vuelta, en cada tramo es posible pasar del otro lado: me dan gracia las suposiciones, no me creo nada; sólo creo –sin nada– y río, te invito a hacerlo. Va y viene el decir, es como una suave pulsación, suave y enérgica ¿Hay contradicciones? Por supuesto, y sobretodo por los 'supuestos'. Se trata entonces de darles la vuelta, no de evitarlas, porque lo que subyace a ellas es el suponer una totalidad de dichos, todos en un mismo sentido y uno que va contracorriente, y esa es una imagen limitada de la cosa; hay, más bien múltiples direcciones, hay trayectos que se cruzan y luego se trata de seguirlos, nada más. Pero eso cuesta, sí, sin dudas que cuesta y se paga, por eso la duda nos previene de asumir un decir así. Para mi ya no hay vuelta atrás, la irreversibilidad me hace darle vuelta a estos pliegues del lenguaje heredado, cuya falla encuentro repetidamente, por eso no puedo atribuírsela a nadie más: es parte de la existencia y se trata de hacer con eso. Una y otra vez, más o menos. Es evidente que no soy ningún héroe, ni un sabio, ni un erudito, hasta es difícil que se me acuse de loco aunque tampoco imposible; pero todos esos juicios, a esta altura (tan al ras como me encuentro), sólo me develan ipso facto la naturaleza de quien los profiere, como si fuera un espejo. Nadie se detiene a considerar que el espejo no devuelve la imagen como tal sino que la invierte. ¿Es posible invitar a otros a decir desde un lugar a-especular, o que tome en cuenta la inversión disimétrica? ¿Es posible un lugar donde la voz tome su valor, su materialidad propia, del mismo hecho de decir, y no de alguna referencia, ni de alguna autoridad (moral, de saber, etc.)? Estas son preguntas políticas, ¿cómo puede ser que no esté hablando de amor? ¿Habremos fracasado, será la ocasión de asumirlo, de hablar desde allí mismo? El pasaje a la política, al pensamiento de la multitud, se da cuando uno se ha dividido en dos, cuando se ha asumido la radical imposibilidad del Uno en fusión, la mezcla indiferenciada ¿Estaré forzando las cosas al hablarte como si fuéramos dos cuando no tengo forma de saberlo, será eso mismo la clave: el no-saber y aún así...?

No hay comentarios:

Publicar un comentario