lunes, 7 de septiembre de 2009

Crónica de una conferencia anunciada

La Obra: Los intelectuales y la política
Lugar y tiempo: Sábado 5, a las 18.30, en el Patio Mayor del Cabildo
Personajes: Horacio (el sociólogo y director de la Biblioteca Nacional), Ricardo (el filósofo) y Diego (el director de la Editorial de la UNC)

El sábado estuve en la Feria del Libro, en la conferencia anunciada. Diego, Horacio y Ricardo hablaron consecutivamente y dijeron algunas cosas interesantes. Comenzó Diego, presentando a los otros personajes y refiriendo principalmente a su cuantioso capital simbólico (libros, títulos y cargos). En breve: el papel del intelectual, según lo repitieron varias veces, no es otro que el de ocupar el lugar de intérprete privilegiado de la situación global, una suerte de hermeneuta generalista, aun si el detenimiento en el análisis minucioso del lenguaje, como en el caso de Horacio, es remitido en masa hacia la socialidad en su conjunto uniformemente variado. Hubo mucho énfasis en el lenguaje, muchísimo metalenguaje, un manejo autoconciente del valor de las palabras, de sus significaciones, de las emociones que suscitan (i.e."crispación", "nostalgia", etc.); incluso Ricardo no se privó de conmover al público, en alguna medida, con su retórica exaltada y bien trabajada (el Lea lo notó). Me llamó la atención, por otra parte, el cortocircuito de Diego al traducir rapidamente todo ese entusiasmo de la multiplicidad invocada en necesidad de cuenta electoral, y el que azuzara al final de su discurso el fantasma de lo peor. Los otros fueron más cautos al respecto. Eso sí, cada cual con sus afectos de la mano: Horacio manifestó la "angustia" que le suscitaba, por ejemplo, una pregunta del público sobre por qué la gente común (decía el tipo: un almacenero, un taxista) se entusiasma tanto con Biolcati o De Angeli; Ricardo en cambio apeló al "entusiasmo" y la "nostalgia" de reencontrarse de nuevo con viejos libros olvidados en los últimos anaqueles de la biblioteca durante los 80-90, y poder hablar otra vez de "capitalismo"; incluso de haber podido salir de la universidad que, no se cansó de repetir, prometía ser un lugar muy cómodo para estar y reproducirse.
Me quedó la impresión general de que en esta conferencia particular se trataba más de expresar un movimiento de liberación del 'intelectual medio' que de la producción efectiva de pensamiento de intelectuales emancipados; un poco como en aquellos primeros movimientos de la anti-psiquiatría que, al decir de Lacan, parecían estar más al servicio de los mismos psiquiatras que de los locos. Y no es que estemos en desacuerdo con cierto entusiasmo del planteo general y con algunos usos críticos del lenguaje en particular, el problema más bien es que nos parece que se quedan cortos en lo que atañe a la producción de conceptos y categorías novedosas que desborden esos marcos institucionales y esas pequeñas autorreferencias (lo cual fue admitido: "no contamos con herramientas", o algo así); porque, si no hay un pensamiento que haga estallar verdaderamente los marcos simbólicos establecidos, ya sabemos a qué conducen esos breves entusiasmos: en cuanto la situación gire nuevamente cada quien ocupará el lugar que más le conviene (¿quizás otros cargos?).
Cuando se quiere movilizar a la gente acudiendo al propio pathos, sin haber producido efectivamente nada a nivel de la desestructuración simbólica de la realidad, en el momento de caída de los ánimos y la vuelta pragmática al realismo que cada situación impone, las defecciones y aprietes son ineludibles. Por eso el llamado a la prudencia que invocaría no es a esconder lo que se piensa, tampoco a sobreactuarlo emotivamente, sino a pensar rigurosamente la cuestión apelando a todos los recursos simbólicos disponibles y no sólo los 'usos retóricos del lenguaje'.

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