sábado, 19 de septiembre de 2009
Transferencias salvajes
1. No hay iniciación, ni transmisión, ni continuidad;
2. hay en cambio escritura, corte y recomienzo.
3. Y siempre se recomienza a partir del encuentro imprevisto de la letra en el Otro (i.e., Marx-Lenin, Freud-Lacan, y así).
4. En ese sentido, las teorías en particular y la cultura en general no pueden no ser violentas, e inclusive "salvajes", pues en lo esencial no se trata a partir de ellas de repetir lo ya dicho, ni siquiera de decir algo nuevo, sino de hacer decir a los viejos términos otra cosa (de forzarlos). Parafraseando a Marx: no se trata de inventar un nuevo objeto sino de modificar la relación de apropiación con respecto al mismo; percatarse de que ya estaba allí (Freud).
5. La violencia (la no-relación) hacia los que nos precedieron es pues ineludible, ya que para constituirnos como sujetos de cultura (como sujetos) debemos tomar sus términos y teorías -desapropiarlos- y darles el uso que nos dicte el malestar actual, a fin de poder sustraernos de éste en alguna medida (que tomamos de la falta en el Otro).
6. Hacer uso, tomar, apropiarse, dan cuenta de cierta libertad, asimismo atravesada de la necesidad impuesta por los materiales que hay, con los cuales contamos: éstos y no otros.
7. Pero la verdadera necesidad no es meramente lógica, es más bien real y atañe al exceso actual que nos interroga (nuestra época). Lo real es racional tanto como lo deseaba Hegel, por supuesto; pero la razón, al menos desde Freud, se escribe y se da a leer en acto, sin garantías de nada.
8. La disputa elemental se juega aquí, entonces, a nivel del engarce entre significantes y significados (puntos de capitón), porque el uso de la letra hallada en el Otro desestabiliza los pares acoplados (S2), ésto es: el saber -y sus supuestos portadores-. La verdad en cambio sigue la letra.
9. Es así que para nosotros -sea como sea que nos llamemos- no se trate tanto de emitir un juicio de valor sobre cualquier legado supuesto, aún menos sobre lo que se produce actualmente, sino a partir de ésto y aquéllo qué podemos pensar, materialmente, sobre lo que nos problematiza e interroga.
10. No nos colocamos en ningún lugar trascendental superior desde el cual juzgar el valor de lo que se produce, al contrario, nos disponemos al lado (del otro) para ver en qué nos sirve y ayuda a entender lo que pasa (pero lo que pasa no es lo que ya sabemos -o creemos saber- y vamos a evaluar, así, si el otro se adecúa a eso o no, lo que pasa -acontece- no terminamos ni empezamos por captarlo que ya pronto estamos pasando a otra cosa para volver sobre lo mismo -eso que estaba allí).
11. La verdad no está esperando en ningun lugar fijo, trascendental, determinado; en todo caso se trata de una interrogación, un proceso abierto, discontinuo, de horadación de lo ya sabido (saberes literarios, políticos u otros).
12. Lo que nos hace iguales, lo que nos hace equivalentes a otros, pese a nuestras diferencias, es lo real como "imposible". Imposibilidad de una situación dada, localizada y circunscrita.
13. No hay experiencia de lo real ergo tampoco transmisión; lo que aquí llamo real es lo que me da que pensar, a mi modo, y por lo cual me encuentro junto a otros interrogando lo que acontece (aunque estos no lo sepan). Lo cual define una ontología crítica del presente, al decir de Foucault.
Finalmente. Lo que acabo de formular podría considerarse una suerte de preámbulo esbozado con el objeto de despejar el espacio (com)posible al encuentro de una singularidad irreductible: la escritura de Las teorías salvajes de Pola Oloixarac. Pues he leído algunas críticas que intentaban juzgar la obra desde lugares claramente codificados (sociológicos, linguisticos o académicos), y no me ha parecido un buen proceder. Cada procedimiento genérico, cada pensamiento, si en verdad lo es, guarda y a la vez expone su propia especificidad, y de nada sirve reclamarle que no aborde los otros. Es decir, reclamarle por ejemplo a una escritura su carencia en torno a la dimensión política, científica o amorosa. Lo cual tampoco quiere decir que no haya posibilidad de contaminación y atravesamiento entre génériques (arte, ciencia, amor y política), pero sus modos de cruce, en todo caso, deberán ser reinventados en términos de la economía discursiva propia de la obra, de la escritura, en tanto aquellos no se encuentran reificados bajo ningún "manual de procedimientos" metateórico, apto para ser aplicado en todo caso. Así, el tono paródico que despliega la novela sobre tópicos tales como: la militancia setentista, la educación sexual progresista, las fórmulas sexuales o la enseñanza universitaria, no debería ser evaluado como contenido en bruto de una mirada política-científica-amorosa claramente constituida (una cosmovisión), sino en el efecto de desrealización-desobjetivización constituyente que produce la escritura; en su estilo y modo de imbricación de temas y personajes; en los comentarios hilarantes, las paradojas y giros imprevistos del relato. O en el trabajo sobre y desde lo indiscernible, en el entrelazado de historias dispares (paralelas y unas dentro de otras); o en la alteración de los rasgos comunes que harían identificables las posiciones política o estéticamente correctas, sus lenguajes y modos; o en el uso del material disponible de los imaginarios compartidos para dislocarlos y transponerlos en su orden y presentación, etc. Todo eso es lo que nos importa encontrar desde una perspectiva materialista y dialéctica discursiva que promueve el encuentro de lo heterogéneo, en su misma irreductibilidad, y que piensa en consonancia con ello renunciando por tanto a cualquier juicio de valor trascendental. El objeto, la objetividad, se encuentra y despliega en los puntos de cruce (en sustracciones puntuales a la totalidad de sentido).
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