miércoles, 11 de abril de 2012

Consonar

Hay un fantasma de justicia que -también hoy- recorre el mundo: se trata de un decir sin amparos, de una existencia común que no necesita proyectar el odio hacia algún otro para justificarse y darse sentido (a sí, al mundo). En nombre de todos los muertos y vencidos de la historia, ese fantasma que nos atraviesa nos hace hablar, pensar, actuar, a quienes vivimos con cierta intensidad desconocida la deuda para con ellos. Que ni el sexo, ni la religión, ni la clase, ni la profesión, ni el estatus, determinen quién es y quién no es, quién vale y quién no vale. Que baste decir, esa es nuestra premisa.

Y quiero aprovechar los pliegues, los modos de decir que consuenan, para olvidarme del sentido común (que no es lo común) y de las semejanzas (culturales, sexuales, ideológicas, profesionales, etc.). Personas muy diversas que hacemos cosas que nada tienen en común consonamos, a veces, y eso da lugar a una polifonía inaudita, extraña. Quiero aprovechar los pliegues que se producen a veces para decir -a quien quiera oír- que exponerse es todo lo que importa, todo lo que hay -que hacer. Que el decir ex-siste al dicho, cuando se ex-pone y asume sin más, sin situar un referente común, un objeto de amor o de odio, una identidad pre-supuesta. Cuando se asume la radical extrañeza de decir, sin esperar nada a cambio, ahí, algo empieza a sonar y afecta en común.

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