jueves, 1 de octubre de 2009

Del decir

Algo quería decir sobre el lugar desde el cual se habla, así en general. Me refiero a la autorización que encuentra, o no, al pasar el dicho. Alguien decía por ahí que cada quien habla desde donde puede; es cierto. El poder, por muy pinche que sea, es eso: desde un albañil hasta un matemático se apoyan para decir en lo que saben o creen saber. Pero hay algo más: la contracara del poder, que no es necesariamente la impotencia o la debilidad (quizás sea la fuerza débil, no lo sé), se pronuncia siempre de algún modo, lo sepa el que habla o no. En todo caso es lo que se autoriza de nada o de cualquiera: lo genérico. Ese algo (de) más, de nada, de cualquiera que se juega de manera imprevista y se afirma porque sí, ni siquiera porque "yo lo digo", habla.

En ese sentido, examinaba un punto que me había quedado dando vueltas, sobre las coherencias o incoherencias entre diversos ámbitos de la praxis, en los diversos decires y haceres que circulan. Algo que me remite a mi primer encuentro con el texto de Freud. Debo decir que yo no creía para nada en eso del psicoanálisis (al contrario de lo que decía un amigo sobre su creencia en ciertos autores), así que me costó bastante suspender minimamente mis prejuicios para poder leerlo. Y vaya sorpresa que me llevé cuando comencé a invertir (me) en esa lectura y fui descubriendo -de golpe- que lo que decía el tipo no era nada boludo, lejos estaba de los balbuceos que se decían en las otras Escuelas. Verifique a posteriori que la transferencia negativa también funcionaba.

De todos modos, lo primero que me impactó fue cómo se podía sostener un discurso sobre el inconsciente, con todo lo que eso implicaba "ontológicamente" (aunque por entonces desconocía esa palabrita), en el lenguaje de todos los días. Bueno, casi. Pues si bien éste sufría algunas deformaciones con términos resemantizados y pliegues teóricos por aquí y por acuyá, en lo esencial seguía siendo bastante legible. Ahí, creo, empezó a gestarse la pregunta por la consecuencia: ¿Cómo hacer para, llegados a este extremo, ser más fiel a tal deriva teórica? Entonces me encontré con el psicótico de Lacan.

Ahí sí que no había de donde sostenerse, todos los términos parecían torcerse y retorcerse en contorsiones elípticas que no terminaban jamás o lo hacían verbigracia: abruptamente; y sobre todo ¿dónde habían comenzado? Me costó mucho, como a cualquier hijo de vecino, seguirle el paso, pero persistí porque algo había ahí, en ese discurso, que me interpelaba (y no era agradable). Es cierto, esta vez tampoco se trataba de creencia sino de saber, más especificamente: de "saber hacer" con el lenguaje. Eso que aún le supongo saber hacer a Lacan.

Ahora, después de un tiempo en que he hecho y deshecho mi propia lectura de Lacan, me encuentro otro libro "El idioma de los lacanianos" donde el autor explica por qué es dificil leer a Lacan: es cuestión de estilo, dice. Ser fiel a la razón freudiana exige un estilo de mediodecir la verdad, no porque la otra mitad se enuentre oculta sino porque -y de esto me hago cargo- ontologicamente la verdad es no-toda. Evidentemente me inscribo bajo esta modalidad de decir la verdad ¡lo juro! no-toda la verdad. ¿Y la consecuencia? La vemos por casa, o por caso ¿sí?

2 comentarios:

  1. Tal cual Farrán, lo veo en tu casa.
    La "no-toda" verdad presente en tu sintaxis (para mí), indudablemente es una deriva de tu sesuda predisposición al instante de la escritura.
    Creo que tu estilo "aparición" parte de una proto inconcruencia dialéctica que se descubre en "del decir" de la representación que juegan las palabras a la hora de mostrarse.
    Creo que no fui claro.
    No más decirte que me gustan tus entradas, que me gusta perderme en textos así.
    Saludos,

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  2. Es probable. De cualquier manera, gracias, es un gusto también encontrar otro nadador. Saludos

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