viernes, 23 de octubre de 2009

Danza de interrupciones

Ayer experimenté las dificultades de la explicación, gracias a un otro que se animaba a exponer-se, que se suscitan cuando se trata un tema muy espinoso (que es asunto de sujeto siempre, no hay duda). Por eso, pensando al respecto me encontré con algo que ya había escrito para tratar de entender la dificultad que se presenta al momento de decir, cuando en verdad se desea decir. Aquí les va.


Hay una materialidad propia del nudo. Las interrupciones no son meramente negativas, en efecto, hay que poder pensar (en) este lenguaje heterotópico. Así, cuando alguien está hablando en una lengua cualquiera, por ejemplo, y es interrumpido de manera abrupta, luego del accidente ― o acontecimiento, según se decida ― podrá seguir haciéndolo, o no, lo cual dependerá en primera instancia del dominio de la lengua y en segundo término del dominio del tema; pero antes que nada del deseo. Hay que prestar mucha atención (aunque “flotante”, diría Freud) a los modos de recomenzar.

En cualquier caso se trata de retomar, de continuar luego de un corte, escansión o interrupción imprevista. Incluso podríamos imaginar, en nuestro ejemplo, que es el mismo sujeto hablante el que se auto-interrumpe, sin saber o a sabiendas, ante la sorpresiva derivación de un dicho: una significación nueva, una homofonía, un lapsus, etc. Quizás allí esté la diferencia entre el modo de comunicarse del ser humano y el de los animales (reino que no exceptúa a los mismos humanos, sobre todo en algunos casos más que en otros): en esta posibilidad de interrumpirse y reanudar, variando las derivaciones, retomando desde otro punto, acentuando tal expresión, etc.

Siempre me ha llamado la atención, en tal sentido, esa extraña capacidad que demuestran algunos enseñantes, sobre todo de actividades que implican ostensiblemente el cuerpo (teatro, danza, artes marciales), cuando explican algún movimiento o expresión al mismo tiempo que lo hacen, y pueden volver hacia atrás, repetirlo, hacerlo más lento o más rápido, acentuar tal inflexión o modificarla. Por supuesto, uno se ― consuela ― dice “lo han incorporado”, han asimilado el movimiento hasta el punto de poder hacerlo automáticamente, pues no hacemos otra cosa cuando aprendemos a andar en bicicleta, por ejemplo. Pero justamente el punto que quiero señalar es la falta de automatismo, demostrada por la variación en el cambio de velocidad o de secuencia, la posibilidad creativa de retomar el mismo movimiento desde distintos puntos, o, a la inversa, distintos movimientos del mismo punto.

Creo que esto abre perspectivas más que interesantes para pensar el “dominio” no ya como el despliegue de una seguridad absoluta o de un control total sobre el movimiento sino, por el contrario, como esta facultad flexible de soportar una interrupción imprevista (por una idea, una duda, un giro) e incluso de aprovecharla para mostrar otra variación posible, o para tener en cuenta las temporalidades de los otros y sus modos singulares de aprehender el movimiento (conceptual o expresivo). El dominio de una técnica pensado así, en su conjunto, como una suerte de danza de interrupciones en lugar de un automatismo ciego y rígido.

Por otra parte, pensar a partir de allí la idea de comunicación no sólo como mensaje en bruto a decodificar, como proposición determinada, sino como el efecto mismo de interrupción e intervalo (espaciamiento), de inscripción, donde el modo de retomar, en su variación libre, sea significativo.

Entonces, cuanto más variadas sean las interrupciones y los modos de reanudamiento, cuanto más diversa sea (la trama) la multiplicidad de términos y de registros que participen del despliegue, tanto mejor.

Sin embargo, hay también una economía irreductible puesta en juego, pues no es tan simple la ecuación al modo de “más es mejor”; lo importante aquí es la heterogeneidad de los registros discursivos implicados y el modo alternado en el que se suceden las interrupciones, de manera tal que el dominio resulte del conjunto de variaciones y no de una sola (en) dominante. Con esto quiero decir que lo que comunica efectivamente, a veces, cuando acontece, es inasible no por místico o inefable sino por el hecho (factum) que no se trata de algo positivo, claro y distinto, sin ser por eso meramente caótico; es más bien un ensamblaje intercalado de registros donde los mismos cortes y puntuaciones tienen un valor singular, apreciable retroactivamente.

Así, la interrupción no sólo acota el narcisismo cerrado (o la tautología) del Yo o del sujeto intencional conciente, que ya tiene todo programado de antemano y solo le resta desplegarlo, por lo que cualquier interrupción es considerada inoportuna; también acota cualquier dominio de una estructura sin sujeto que fijaría las posiciones y las funciones de forma rígidamente determinada, sin tener en cuenta la contingencia más que como un mal necesario, en el mejor de los casos. Por el contrario, es en la variación de registros discursivos, o de la experiencia, donde se encuentra y se pierde el sujeto evanescente de la enunciación, que retoma la expresión, se interrumpe y vuelve sobre sus dichos y los de otros para retomarlos desde otros ángulos, desde otros pliegues.

La heterogeneidad puede, sobre todo, incluir distintos registros discursivos, por ejemplo: matemática, arte, política, religión, psicoanálisis, amor, filosofía, etc. Es una forma de entender la alteridad de manera alter(n)ada y no meramente idealizada o fija, así no es posible anticipar en qué parte un discurso puede interrumpir a otro y producir allí un nuevo concepto (o torsión conceptual). Y en ese sentido específico nuestra práctica discursiva es materialista, pues apuesta al cruce y al anudamiento.

De esta manera, aunque no haya metalenguaje ni esfera trascendental, hay mutuas contaminaciones y entrelazamientos entre discursos (estratificaciones discursivas locales, torsiones de lenguaje, pliegues) y cada uno de ellos puede hacer de exterior constitutivo relativo al otro; pero esta es una función de alternancia que no sale del orden de lo discursivo (como hemos visto el nudo borromeo nos permite pensar esta estructura: http://fragmentosdeescritura.blogspot.com/search/label/Nudo).

La temporalización heterogénea del concepto filosófico puede ser pensada, así, evitando tanto la remisión a una apertura hermenéutica indefinida (la promesa) como el cierre tautológico formal (el saber absoluto). El movimiento pulsional de apertura y cierre se materializa en las distintas interrupciones y suplementaciones interdiscursivas efectivas. Sostengo por lo tanto que el concepto de sujeto es el emergente resultante de estos cruces y no un sustrato fijo o un espacio trascendental vacío.

Por esta razón, tanto el sujeto dividido (sujet barré) del psicoanálisis como el sujeto “efecto de des-estructura” propuesto por Alain Badiou, configuran el punto clave que considero importante indagar en su misma efectividad, evitando tanto el tópico de la conciencia sartreana (fenomenológica) como la mera posición estructural impersonal (estructuralista). Por eso no hay mero subjetivismo de la invención vs estructura formal de producción; el sujeto es más bien el punto distópico de tensión y resolución parcial entre estructura (ley) y suplemento azaroso (lo real); por eso mismo no es uno sino múltiple y requiere de diversos operadores conceptuales para circunscribirlo en cada situación: matemas, poemas, intervenciones performativas, nominaciones suplementarias, etc. Mi propuesta para abordar el concepto de sujeto de manera descentrada y subversiva es el nudo borromeo, en tanto producción de enlaces alternados entre distintos registros y niveles discursivos. Un modo entre otros.

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