Luis Bruschtein ensaya en el Página 12 de hoy una explicación acerca del porqué de la falta del Otro, del lenguaje, de la política. Por supuesto, no lo dice en estos términos aunque al final de su nota cite a Lacan.
"La sensación es que pocas veces se discute sobre el fondo de la cuestión. La mayor parte del debate está centrado en diferentes interpretaciones de las acciones de gobierno, y lo más paradójico es que el único que no ha desarrollado desde el principio un relato sobre estas acciones es el sujeto que las realiza, o sea el Gobierno. Se ha dicho mil veces como crítica que la quita sobre la deuda, el rechazo del ALCA, la renovación de la Corte, la reestatización de las jubilaciones o de Aerolíneas, del Correo o de Aguas, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual o la Asignación Universal por hijo, entre otras medidas, no formaban parte de un programa previo, ni fueron preparadas o discutidas en un proceso de información y discusión masiva anterior a su proclamación, que permitiera que la sociedad acompañara estas medidas. Como si el Gobierno pensara que la sorpresa, la medida fulminante, fuera más eficaz en algún sentido que los procesos más lentos de acompañamiento ciudadano."
La demanda puntual es por un relato que dé coherencia a los actos políticos para que no haya lugar a la sorpresa y por lo tanto se eluda así esa breve conmoción que genera todas las suspicacias interpretativas (según se interpreta en la nota). Hay dos cosas aquí que quisiera señalar: una alude a esta dimensión de metarelato o metalenguaje que debería explicar el acto; otra -vinculada a la anterior- a la suposición de un sujeto intencional (bien o mal) a las medidas de gobierno.
Digamos que no está mal desconfiar, pero tampoco se puede vivir desconfiando; el asunto es prestar atención al acto (la falta del Otro), a la dimensión simbólica que entraña (confianza en el Otro del significante) y no tanto al supuesto agente que lo realiza, es decir a sus buenas o malas intenciones (supuestas). Desde esta perspectiva, antihermenéutica par excellence, no importa tanto el significado supuesto como las vías simbólicas abiertas -o no- para desplegar otros actos. Lo que importa aquí no es brindar un metarelato coherente que dé significación al acto sino, al contrario, reducir toda posibilidad de interpretación al mínimo mediante la sorpresa de una intervención inesperada.
El asunto es que en esta dimensión del acto político propiamente dicho no orientan tanto los significados fantasmáticos que cada uno atribuye según su reciente historia, sino la dimensión de apertura y posibilitación que aquél entraña. Es decir, hay que estar implicado ya en algún proceso político efectivo donde se pueda verificar que dichas medidas abren y (com) posibilitan o, al contrario, cierran y empobrecen las oportunidades de nuevos actos e invenciones políticas. Es lo que se suele escuchar de parte de algunos opositores que dicen estar de acuerdo con ciertas medidas pero exigen más y mejores resultados. Para que esto no se convierta en una suerte de instancia superyoica, para la cual todo es insuficiente, hay que prestar especial atención a la dimensión simbólica aludida, sin valorar en exceso, e implicarse en las posibilidades de apertura y expansión ínsitas en las medidas.
Por otra parte es inevitable admitir ciertos balbuceos en los bordes de estos procesos políticos pues no hay una lengua clara y cristalina (ese ideal es parte de la enfermedad que se denuncia) que los anule de una vez y para siempre.
"Como todas las medidas fueron planteadas por el Gobierno, no es tan inexplicable que la oposición haya llevado la discusión a ese rincón intrascendente. Pero también ha sido responsabilidad del gobierno el no haber desarrollado un discurso que contuviera estas medidas en una idea de comunidad, de país social, cultural y económico que hubiera permitido el enriquecimiento político de una ciudadanía que discute cada vez más en forma neurótica y gutural y cada vez menos reflexiva."
Hay que poder hablar con lo gutural que también nos habita ya que forma parte de la lengua política que, por ello, nunca se termina de constituir y que sólo la dimensión simbólica de los actos políticos puede habilitar, abrir, poner en discusión. Habitar lo político como conflicto no sólo atañe al lenguaje establecido entre dos partes claramente diferenciadas que hablan civilizadamente, sino entre partes que se expresan con anacronismos, reverberaciones, holofrases o poéticamente si se quiere. Es decir, admitir la pluralidad de lenguas en juego y no esperar ilusamente que una lengua racional omnipotente, en función metalinguistica, venga a darle una coherencia total a lo dicho y hecho.
(nota completa haciendo click en el título del post)
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