jueves, 16 de febrero de 2012

Filosofía

La filosofía es una necedad; a veces me siento tentado a interpolar la palabra con un ¡sí! bien afirmativamente nietzscheano al medio de ella, claro que con un paréntesis bien post: nece(sí)dad. La filosofía es una nece(sí)dad. Es decir, la necedad afirmativa asumida hasta sus últimas consecuencias, la necesidad mayor (universal); todo en miras de combatir las necedades y necesidades menores (particulares). Así es que, los que nos inscribimos en este discurso (que sólo contingentemente es también universitario), interrogamos el sentido del ser, de la existencia, a través de diversos entes, instancias o prácticas electivas.

Algunos se han inclinado por los esclavos; otros por los astros; otros por los amos; otros por las histéricas; otros por comprender; otros por los archivos; y así. El asunto, no obstante, ha sido siempre el mismo: destituir el discurso de moda que tiñe a su modo el resto de las actividades humanas concretas dotándolas de algún sentido particular universalizable; llámesele doxa, creencia, ideología, episteme, dispositivo o paradigma. Pues la filosofía, como práctica, busca destituir ese sentido y modo de organización general de las prácticas, en virtud de señalar lo que éstas tienen de irreductible al sentido general (el buen sentido, o sentido común): su singularidad universal.

La práctica filosófica recomienza incesantemente, tanto como lo hacen las pretensiones de totalizar el sentido y de privilegiar unas prácticas por sobre otras. Es lógico que ello suceda, pues los seres parlantes creen que sólo vale la pena alguna cosa que ellos dominan, o creen dominar, según lo han aprendido históricamente; y no la actividad per se, en su dimensión de 'puro gasto'. Sucedió y sucede aún con el arte, la ciencia, la política, la religión, el amor, y tantas otras erigidas en estandartes de la única experiencia verdadera. La filosofía es por excelencia el discurso del no-dominio -pese a las apariencias de los grandes tratados-, de la destitución de los saberes y las reducciones de sentido último; es la negatividad trabajando incesantemente (aun si se dice 'sin empleo', constructiva, deconstructiva o genérica); la falta modulada infinitamente; la dislocación aprehendida y perdida; la captación y el sobrecogimiento. La filosofía, como decía Kant y repetía Foucault, aspira a alcanzar la mayoría de edad, pero ello implica sobre todo, al contrario de lo que creía el humanismo, asumir la radical in-humanidad que nos constituye (para no achacársela al otro).

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