martes, 5 de junio de 2012

En la ciudad (un espacio que falta)

Uno a veces puede decir ciertas cosas porque se encuentra un poco deslocalizado, fuera de foco, ni aquí ni allá, ni yendo ni volviendo; más bien en camino, en tránsito, atravesando y atravesado por múltiples vectores, dejándose afectar por lo que pasa en varios lados a la vez y ninguno en especial. Uno a veces dice así intempestivamente lo que emerge, al paso, sin preocuparse demasiado por las conveniencias, por los intereses particulares, por los delirios cósmicos. Pues es bien material ese decir en acto, con los restos más sutiles, menos especiales, más cualesquiera. Vaya entonces con el mismo tono aquí esgrimido este diagnóstico intempestivo.

Diagnóstico de situación: en la ciudad que hoy me toca vivir, Córdoba, hay un problema que calificaría de estrictamente 'moral', es decir de orientación en valores. O mejor: de la falta de una transvaloración efectiva de los valores preexistentes. Más acá de todos los desastres cotidianos que hacen a la planificación de la vida en la ciudad (tránsito, construcción, asaltos, represión, cultura, etc.), el asunto se agrava cuando se considera los subsistemas en dispersión. Mi hipótesis es que hay una secreta solidaridad, ignorada, entre lo sujetos que pertenecen a las instituciones más conservadoras y arcaicas (como la iglesia, el derecho, los colegios, las escuelas), con sus leyes, normas de conducta, doble moral, etc., y los que buscan el retiro acá nomás, en las sierras o el campo, con su diversidad de prácticas ecológicas, filosóficas, artísticas, espirituales, más o menos new age; pues en el medio queda la gente que se las arregla como puede, en la ciudad, con códigos y normas de conducta cada vez más difusos, pragmáticos, hasta llegar a lo ilícito e incluso mafioso. Por supuesto, también están los técnicos universitarios con sus preocupaciones en especializaciones, cargos y carreras. Acá, en soledad comunitaria, nos desagarramos, sin prácticas en común, sin espacios donde debatirnos y pensarnos en serio, como ciudad habitable. Es decir: los valores comunes no pueden dejarse en manos de férreas instituciones con doble moral; ni tampoco pueden negarse olímpicamente haciendo como si no existieran, para hacer valer lo propio (en el peor de los casos: devenido ultracósmico); ni tampoco, por supuesto, dejarse a la mera contingencia del cotidiano sobrevivir; hay que pensarlos en común, barajar y dar de nuevo, con toda la rigurosidad y flexibilidad que exigen los tiempos y situaciones actuales. Bueno, y si no, y si no habrá que irse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario