martes, 19 de junio de 2012

Claves

Tres claves de lectura: una ideológica, una filosófica, una histórica.

Ideológica. Les voy a dar la fórmula clave para cuestionar este sistema de raíz, para que se constituya de una vez por todas una práctica sistemática que lo socave definitivamente. Es muy simple, no voy a escribir Das Kapital, ni voy a proponer vivir en el campo o fundar una nueva religión, nada de eso. Primero, porque ya se intentó y fracasó. Segundo, porque pienso fracasar mejor. No hay prioridad de lo infraestrucutral sobre lo superestructural, de lo económico sobre lo cultural, o de lo genético sobre lo psicológico, etc. Ni viceversa. Todo se sostiene, en diversos niveles de complejidad, de la misma fórmula fetichista: "sabemos muy bien que tal cosa no es cierta, pero otros menos vivos que nosotros no se darán cuenta de eso y actuarán en consecuencia, ergo haremos como si creyéramos en eso". Todas las circularidades humanas, desde las especulaciones en la bolsa hasta la más insignificante presentación de libros, funciona con esta lógica de la valoración y sostiene la reproducción del sistema. No hace falta saber demasiado, pues sólo esa forma de saber que constituye la subjetividad contemporánea sostiene el embuste. Basta con que cada quien empiece a dejar de orientarse primordialmente de ese modo, y comience a escindir los círculos de valoración en cada práctica cotidiana, en cada decisión sobre dónde ir o no, a qué apostar y a qué no, para que todo se desmorone. Prueben.

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Filosófica. En relación al día del padre estoy releyendo el prólogo que hace Badiou a su Breve Tratado de Ontología Transitoria. Allí se despacha con los dioses, figuras trascendentes del padre, si las hay. Son tres los dioses a los que hay que dar muerte definitiva para ser un auténtico ateo en la actualidad, dice AB: el 1) dios-vivo de la religión, 2) el dios-muerto de la metafísica, 3) el dios-sentido de la poesía. Yo pienso que siempre que uno se molesta con algo de los otros, primero debe hacerse cargo de lo suyo propio, esa parte molesta que deposita en los demás. Así que me hago cargo de un cuarto dios que me he dado cuenta, hace poco, está implícito en Badiou y de cuya creencia participo en alguna medida: es el dios de la técnica. Pero no es tanto el de la técnica científica, ampliamente tratado por diversos autores, sino el de cierto virtuosismo desplegado en cualquier orden de la praxis (artística, científica, filosófica, política, amorosa, etc.), al cual uno le prende las velas y le reza sus avemarías; ese es definitivamente el dios que hay que destronar, además de los ya mencionados, en caso que no se lo haya hecho aún. Es cierto, no obstante, que desde cierta exterioridad la operación que están produciendo otros puede parecer indeseable, monótona y hasta baladí -un poco en esa línea iba la célebre frase que le arrojaba Lacan a los estudiantes de mayo del 68: quieren un nuevo Amo y lo tendrán (en relación a que toda destitución puede llamar a otro Amo, más terrible aún)- pero aplicarse a la deconstrucción de un principio trascendente, la crítica de una mistificación religiosa o poética, o aún, a visibilizar alguna otra forma solapada de sostener privilegios que obturan la proliferación de prácticas inventivas, es sólo una práctica, entre otras, la denominada práctica filosófica; y nadie está obligado a implicarse en semejante tarea, ni mucho menos a caerle simpáticas las proposiciones que de ella se desprenden.

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Histórica. Y para concluir les doy otra clave de lectura, ciudadanos y ciudadanas del mundo en descomposición, que se basa en la lógica de la interrupción: no sólo el estado de excepción ha sido primero excepcional y luego ha devenido la regla (1º interrupción), sino que su asunción efectiva, siempre anhelada por los movimientos revolucionarios, ya también ha acaecido (2º interrupción). Hoy, estamos girando en torno a una tercera modalidad de interrupción, y se trata entonces de coordinar esas tres interrupciones históricas en una simultaneidad inédita, anudada, donde la lógica de la normatividad jurídica y del sentido sea interrumpida por la institución soberana de la ley simbólica; y ésta, a su vez, sea interrumpida por lo real de múltiples procedimientos sustractivos a ley; y donde, otra vez, esta misma primacía de lo real sea interrumpida por la proliferación de lo imaginario y sus múltiples ficciones anudantes. No me hablen de economía o de religión, una clave que dice que no hay clave sino múltiples interrupciones, alternadas, responde al dictum lacaniano: no hay metalenguaje. Hay nudos de lo real, lo simbólico y lo imaginario.

Histórico bis (o Histórico filosófica). Amplío un poco más el relato. Giorgio Agamben nos cuenta un cuentito: Benjamin quería hacer de la violencia revolucionaria algo inapropiable por el poder -tanto el que instaura como el que conserva el derecho-, entonces Schmitt propone el Estado de excepción como un modo de apropiarse de esa violencia anómica, extraña al derecho, vía su suspensión; luego, en su octava tesis sobre el concepto de historia, Walter se la mandará a guardar a Carl al afirmar que el estado de excepción ha devenido la regla, que es lo mismo que decir que es de una imbecilidad insuperable, por lo que no queda otra que abolirlo con la excepción efectiva, otra vez: violencia divina. Walter se suicida o lo suicidan; lo demás es historia conocida: nazis, exterminios, declaraciones de los derechos del hombre, etc. Hasta el día de hoy todavía hay imbéciles que quieren hacer valer el derecho de la persona por sobre todas las violencias que nos constituyen. A toda esa serie de violencias circulares y sus respectivas interrupciones, me gustaría añadirle una tercera: si el Estado de excepción es la interrupción de la circularidad jurídica (simbólico sobre lo imaginario) y la violencia revolucionaria es la interrupción de esa interrupción circular que ha devenido la regla (real sobre lo simbólico), entonces existe la posibilidad de interrumpir a su vez ésta última, con lo que llamaré la violencia ficcional filosófica (Badiou le llama compossibilité), esto es lo imaginario sobre lo real de los procedimientos mesiánicos y sus temporalidades inesperadas; ficciones conceptuales anudantes que sostienen los círculos y sus mutuas interrupciones (Lacan le llamaba noeud borroméen). Este nuevo tipo de violencia ya no depende de un saber jurídico o teológico-político, ni siquiera de esos saberes irregulares y más o menos subterráneos que se dan a la par de aquéllos otros, sino de captar los diversos puntos de interrupción y anudarlos conceptualmente cual si se tratara de un trenzado. ¿Todo para qué? Para que no primen esas violencias específicas que, por otra parte, es imposible anular. No hay saber absoluto pero tampoco hay dispersión absoluta, hay nudos de poder.

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