viernes, 25 de mayo de 2012

Relato sobre el poder

Este artículo me hizo recordar algo que ronda -o me hace rondar- en torno a la pregunta por el poder y la violencia.

Cuando iba al colegio secundario, en Alvear, había una costumbre pueril que consistía en que los mayores golpearan con coscachos en la cabeza a los del primer año, en cuanto éstos se distraían; normalmente esto sucedía, sobre todo, en el colectivo que conducía de la Escuela al centro, y viceversa. Luego, a medida que los más chicos crecían, hacían exactamente lo mismo con los nuevos ingresantes; así se perpetuaba el ciclo de violencia instituida (no sólo era el golpe sino todo el ritual de las risas, la complicidad, el temor anticipado, etc.). Lo más extraño para mí, en aquél momento, era por qué no se cortaba con eso de una buena vez, al llegar a la instancia de poder, si tanto sufrimiento había generado cuando se estaba en la posición de víctima. Pues resultaba que aquellos amigos míos que más lo habían padecido antes eran los que ahora se tornaban más crueles.

En mi caso, como practicaba karate y de vez en cuando lo aplicaba -aunque, vaya a saber por qué precaución, casi nunca hacía falta-, no solía ser de los más golpeados; pero eso sí, no podía dejar de sentir la profunda injusticia que se cometía, no tanto por los actos concretos sobre los que a veces intervenía en defensa -y a veces me abstenía-, sino por la estupidez estructural repetitiva a la que todos aportaban con ahínco: esa alternancia evolutiva en la posición de poder y sumisión respecto de los otros (golpeados futuros golpeadores). Hacer y dejar hacer.

En la actualidad, sigo pensando en la alternancia del poder, pero no de esa manera evolutiva y fatídica, sino en la simultaneidad de posiciones de un campo complejo, atravesado de tensiones, fuerzas, superposiciones y anudamientos; pues sólo pensar y actuar en y desde esa materialidad concreta -y no desde posturas pacifistas o huidizas- permite abrir algo así como la llamada justicia -o algo que se aproxime a la reparación de aquélla injusticia.

Habitar ese campo complejo de tensiones, sin caer en posiciones simétricas y complementarias, no requiere sólo de competencias y saberes particulares (i.e. karate) sino, esencialmente, de captar su radical heterogeneidad de planos entreverados, nunca reductibles a los que padecen de un modo u otro determinado.

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