miércoles, 16 de mayo de 2012

Poder, filosofía, vida

Es un tiempo, éste, muy interesante para vivir: ¡nunca antes las relaciones de poder habían estado así expuestas, a flor de piel! Y lo más profundo es la piel, como todos sabemos. Lo que por ahí no se sabe tanto es que las relaciones de poder se traman en común y nos constituyen: todos somos responsables, en alguna medida, de afectar y ser afectados por ellas. Todo gesto de rechazo, de supra o subvaloración, toda renuncia al pensamiento, tienen su precio, y lo pagamos cotidianamente. Por eso pienso que tenemos que tratar nuestras pasiones: rencor, tristeza, envidia, todo lo que reduzca la potencia del pensar-actuar debería ser tomado con pinzas y cortado delicadamente. Y todo lo que potencie, abra, posibilite debería ser escuchado, alentado, incorporado. ¡Es que las verdades, por genéricas, son muy simples, el asunto está en tejerlas entre todos, desde donde cada quien pueda aportar un gesto o un movimiento inédito y singular!

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Todos sabemos algo: cantar, pintar, dirigir, producir, decir, investigar, curar, escribir, defender, etc.; pero el asunto del poder, de la potencia en común, reside en exceder ese saber transmitido, heredado, aprendido; reside en encontrar sus fallas, sus pliegues y quiebres, jugar sobre ellas y ellos, lejos de cualquier control o rigidez, lejos de cualquier pretensión. El verdadero poder es un 'poder de no', es decir, de no ampararse en lo que se sabe; posibilidad de dar un paso imprevisto, aunque los que creen saber ni lo noten -sobre todo ellos- y pidan títulos, garantías, que nunca serán suficientes.

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Para mí existe, también, un acontecimiento subjetivo que es filosófico: consiste en captar, en un sólo gesto, al menos una condición política, una artística, una científica y una amorosa. Dejarse afectar por dicha captación simultánea, sin que ninguna de ellas determine el valor de las otras, constituye un trenzado solidario que es sumamente riguroso en su ordenamiento. Apuesto a una forma de vida filosófica que no se limite al atardecer, que atraviese cualquier tiempo y lugar, siempre y cuando no pierda de vista la transvaloración de sus cuatro condiciones, donde éstas acaezcan y desplieguen sus procedimientos. Ello define, para mí, la potencia del pensamiento filosófico como un 'poder no' reducirse a ningún saber específico, al quedar sujeto a las verdades abiertas que lo atraviesan. La filosofía como espacio de composición virtual debe componer con los recursos dispares que le brindan el poema, el matema, el amor y la política, melodías conceptuales que enlacen razón y afecto. Por eso mismo la rigurosidad no excluye necesariamente el placer, ni mucho menos el 'más allá del principio del placer', donde se tocan inexorablemente.

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Ni solamente bella ni plebeya, rigurosa o amorosa, la filosofía busca cada vez, sin renunciar a ninguna, el modo de subvertir cada una de esas cualidades en función de la otras: inventar en el medio -medialidad pura- otra rigurosidad, otra belleza, otra política, otro amor; inventar, ahora, no ex nihilo sino a partir de lo que hay, de lo que se produce genéricamente horadando los saberes establecidos. Ellas, las verdades, ya son indiscernibles, que es la forma negativa de su genericidad, y tan clásicas y eternas como actuales e históricas; pero, además, reduplicar su indiscernibilidad/genericidad en un gesto de cruces alternados, entre ellas, sin dudas señala un despertar hacia la dimensión im-propia del pensamiento. Hay filósofos que le han puesto nombre a eso (Idea, Saber Absoluto, Iluminación Profana); prefiero no hacerlo -como Bartleby, digamos-. Quizás allí resida la esencia del deseo filosófico, su inoperosidad.

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