domingo, 27 de mayo de 2012

Badiou para los pobres

Un error que aún se sostiene, y a veces se hace notable, es el de creer que existe una totalidad de sentido, una lengua absoluta que hablaría de todo y comprendería a todos. Se fantasea que esta lengua, sea de naturaleza religiosa, estética, política o científica, nos conduciría hacia la comprensión final definitiva de nuestra precaria existencia humana, incluso hacia la emancipación. No es así.

Ya a principios del siglo pasado una de esas pretensiones, encaminada por el lado de la ciencia, fue refutada por insostenible. No se puede desprender de cualquier fórmula, sentencia o condición, una extensión efectiva que la cumpla efectivamente. Hay ciertas restricciones lógicas. Por ejemplo, no existe el 'conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos', porque si éste no se contiene cumple con la condición ('no contenerse a sí mismo'), ergo debe contenerse; pero si se contiene no cumple con la condición, ergo debe excluirse. Es la célebre paradoja de los conjuntos, planteada por Russell a Frege, que desbarató la intención de este último de fundar la aritmética sobre la naciente teoría intuitiva de conjuntos (luego vinieron otras axiomáticas a escindir este problema mediante restricciones específicas, pero esa es otra historia).

Más acá del duelo 'post' por la totalidad perdida, que en verdad nunca se poseyó, el asunto, hoy, continúa siendo cómo afectar el conjunto articulado -que somos- desde puntos locales, singulares, irreductibles, sin creer en ninguna lengua absoluta que vendría a partir en dos la historia de la humanidad (cuya esencia misma es la partición y el inacabamiento específico). Digamos que somos como esos conjuntos que no se pertenecen a sí mismos, y por lo tanto tampoco existe el conjunto -ni la fórmula- que nos totalizaría, pues entraría en contradicción con su condición. Así es que sólo de manera azarosa, acontecimental, bajo múltiples condiciones no especificables, encontramos nuestra autopertenencia y afirmación del ser-en-común; y luego se tratará de seguir las consecuencias que se desprenden de ello, sin garantías de ninguna lengua o saber absolutos. Lo cual nos da la fuerza necesaria para continuar y, a la vez, la humildad requerida para no romperle las bolas a los demás con ninguna verdad revelada acerca de "lo que hay que hacer".

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