"La política no tiene la tarea de trazar la identidad o el destino de lo común, sino de dictar las reglas -incluso al infinito- de la justicia (por lo cual tiene que ver con el poder). Mientras lo común pone en juego la existencia (por lo cual tiene que ver con el sentido). Y es de la distancia entre el sentido y el poder de lo que se trata aquí. Uno no excluye ciertamente al otro, pero tampoco lo sustituye (lo que no anula la legitimidad de la revuelta sino que disloca sus horizontes). Lo teológico-político absorbe a la vez el poder como el sentido, la justicia y la existencia, de modo que lo político termina por reabsorber en sí a lo común (o viceversa). Y, es más, ya no se comprende qué cosa signifiquen 'común' y 'político'. Es esto lo que nos vuelve tan perplejos ante la palabra 'democracia'. Se trata entonces de pensar el intervalo entre lo común y lo político: no se pertenece a uno de la misma manera que se pertenece al otro, y no 'todo' es 'político'. Así como no 'todo' es 'común', puesto que lo 'común' no es un todo y no es una cosa. Entre el poder y el sentido hay proximidad y hay distancia, hay -a la vez- una relación de poder y una relación de sentido...Tal vez sea una forma inédita de relación del hombre consigo mismo, que no podría ser 'el final de sí mismo' (si éste es el fundamento de la democracia) sin distanciarse también de sí, para impulsarse más allá" (Jean-Luc Nancy, "Tres fragmentos sobre nihilismo y política").
En este breve extracto, con el cual concluye Nancy su artículo, se condensan la perfección formal de la escritura y una tesis muy fuerte sobre lo que implica la política democrática en nuestro tiempo. A tal cruce efectivo estaría dispuesto a llamarle, con todo gusto: pensamiento. Distinción y distancia, aunque en proximidad, entre la política y los modos irreductibles de existencia. No todo es política -lo mismo decía en La verdad de la democracia- pues ella debe garantizar que haya apertura hacia lo común de la existencia (gestos, obras, amistad, amor, decía Nancy; producciones genéricas de verdad, diría Badiou) en lugar de asumir la regulación del "sentido" que a-comuna. Se ve una y otra vez resurgir este peligro que entraña propiamente lo teológico-político (vía negativa o positiva), cuando se intenta ligar la política a ciertos términos privilegiados que otorgarían sentido a la existencia (en) común. Por ejemplo, como lo hace del Barco con términos como "hospitalidad", "mansedumbre", "amor", etc. en su texto "Notas sobre la política" -lo señalaba en otra entrada del blog- donde la aparente multiplicidad queda "subsumida" bajo un solo término.
"Es en ese otro que Sistema, en ese hay post-trascendental, donde muere o se extingue la política y donde surge como acto fundante (a partir de la caída de todo fundamento) y, a la vez, Imposible, el Imposible 'amor' que pide incluso, hiperbólicamente, amar al enemigo. Pero desde allí, desde ese Imposible, 'políticamente', si es que la palabra aún le cabe, es posible volver a plantear el mandato no-posible pero a la vez el único posible, de la compasión, de la piedad, de la solidaridad y la hospitalidad, en otras palabras, el acto del amor como amor-real, me atrevería a decir ontológico. Sin esas formas, repito subsumidas en un nombre y 'ontologizadas' (dándole 'un codazo', o fuera o por sobre toda ontoteología), no hay espíritu y sin espíritu no hay comunidad ni hay hombre, pues 'llamamos' hombre precisamente a esa manifestación trascendental del amor. Tal vez la única 'política' posible, más allá de los niveles opresivos, oprobiosos y trágicos del Sistema, a los que hay que resistir y combatir, sea el amor." (Oscar del Barco, "Notas sobre la política", cursivas mías).
Tanto Nancy como del Barco invocan cierto trascendentalismo (un "más allá") en relación a lo que define al hombre, pero mientras el primero habla de un "distanciamiento de sí" que (lo) impulsa, de un "intervalo" entre política y sentido, el segundo cae en una nominación que identifica al hombre (su humanidad genérica) con el "amor-real" (religioso), lo unifica y detiene. Nunca más claro que en aquéllas dos citas, se expresa la rigurosidad del pensamiento filosófico actual para marcar sus diferencias inconciliables, que muchas veces se confunden en la apreciación estética de la escritura (¡como si fueran metáforas sin consecuencias!). De hecho, creo que esta dificultad de "distanciarse de sí" se nota en del Barco, ya más groseramente, en sus declaraciones ético-políticas vertidas en cartas públicas (polémica "no matarás" o, recientemente, contra Gelman) que no trabajan en torno la escritura/pensamiento.
Afirmo entonces junto a Nancy, Badiou y tantos otros: hay que mantener la distancia en proximidad, el intervalo irreductible entre política y existencia, en vigilancia constante de cualquier sutura y unificación totalizante de sentido (político-religioso) bajo un término privilegiado; eso es lo que define rigurosamente, para nosotros, la tarea filosófica y política que exigen los acontecimientos heterogéneos (existencias irreductibles) de nuestro tiempo.
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