jueves, 26 de enero de 2012

Practicar la filosofía

Considero de extrema importancia, en esta época de superespecialización técnica y periodismo generalizado, practicar la filosofía; no la filosofía práctica o teórica, o la epistemología de la supercomplejidad y/o de los saberes yuxtapuestos, o que se yo qué, sino ese modo de interrogar simple y directo que va al hueso de lo real; y que, al hacerlo, destituye los saberes y sus portadores: artesanales, técnicos, metafísicos, proféticos, profesionales, políticos u otros. Sobre todo, digo, en una época como la nuestra en la cual al malestar por la superespecialización, y lo que bobamente se llama 'intelectualismo', se le suele responder con florecimientos anti-intelectuales místico-mistificantes de lo más jodidos y retrógrados.

Por ello, al igual que Sócrates, pienso que el Estado debería subvencionar la actividad filosófica, por más que consista nada menos que en cuestionar los saberes instituidos, los lugares ideológicos comunes y la necesidad subsecuente de reproducción. Al igual que Sócrates, sé que esta demanda es imposible, ¡pero jamás beberé la cicuta!

Aunque, para ser más riguroso, debería escribir "estado", con minúscula, tomando en cuenta así todas las instancias representativas de la situación actual (académicas, administrativas, culturales, etc.) que disponen modos de valorar los saberes y sus lenguajes legitimados, y que no quieren saber nada, eso sí, de desestabilizar los lugares y los nombres.

4 comentarios:

  1. Me parece que nunca hubo una época en la cual la filosofía estuviese tan subvencionada como la nuestra, época que coincide con la de la institucionalización estatal-escolar-archivístico-investigativa de la filosofía, condición de lo primero. Dejo de lado la cuestión de determinar qué es y qué no es filosofía, la de analizar, mejor, cómo y porqué un discurso es puesto a funcionar como discurso filosófico; pero creo que son claras las razones por las que una filosofía destituyente no puede ser objeto de subvención de ninguna institución. Por eso Sócrates al pedir la jubilación forzaba su condena a muerte,no sin permitirse una vez más el placer anticomunitario de la ironía. Ignacio B.

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  2. Ignacio, en otra parte Daniel Freidemberg me hacía un planteo parecido al tuyo: "Quizá (lo digo un poco en broma pero no del todo en broma) no menos imposible sea la demanda de que la actividad filosófica que concretamente se lleva a cabo en el país consista en cuestionar los saberes instituidos, los lugares ideológicos comunes y la necesidad subsecuente de reproducción. Como sea, sí: no a la cicuta, sí al café, la cerveza o el mate."
    Y yo respondía más o menos así: "¡Ah!, estimado Daniel, esa apreciación es correcta siempre y cuando se identifique la práctica filosófica con lo que homonímicamente se llama así en las instituciones conocidas (facultades, institutos, círculos) del país, lo cual es participar de las valoraciones comunes que son verdaderamente una broma (para el pensamiento). Y ojo que la posición que defiendo no es anti-institucional; sólo que habitar esos círculos y lugares exige su dislocación, apertura y exceso, pues si se limita uno a reproducir el lugar y sus formas, nada puede haber allí de pensamiento. ¡Y bienvenidas las bebidas espirituosas!"

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  3. Así es Roque, por eso me preguntaba bajo qué condiciones se califica hoy un discurso de "filosófico", asumiendo que otros, abdicando del vacío filosófico o la violencia metafísica que percibieron en la "filosofía", prefirieron hablar de "écriture", "genealogía", "sorge", "pensamiento del don", "poesía" o "pensamiento" sin más. Pero estas prácticas (semióticas) no se pueden subvencionar a menos que se institucionalicen de alguna manera; a menos que aparezca en el campo de la visibilidad institucional un sujeto a título de detentador-investigador-cultivador de las mismas, es decir, un operador formal investido de los atributos del "empleado" que las sujete en tanto prácticas. ¿Qué gusto tiene la cicuta? Tal vez sabe a yerba, cebada, amistad...
    Ignacio

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  4. Sí, conozco a los muchachos que prefirieron llamar de otra forma a una práctica ancestral como la nuestra (y que se incluya allí quien lo desee). Comparto mucho de lo que ellos sostienen. Pero con otros amigos más actuales (Badiou, Nancy, Rancière, etc.) que suelo nombrar en este blog, hace rato que la filosofía ha vuelto a escena como práctica efectiva, bajo condiciones tan aleatorias como eternas (verdades); y el tratamiento de esta paradoja es lo que apasiona al pensamiento, que circula entre heterogéneos discursos y niveles de elaboración teórico-prácticos. Además que la institucionalidad se reduzca a la figura visible del 'empleado' o 'funcionario' no es lo que yo pienso (o por lo que apuesto); a no ser que dicha función sea asumida con un exceso que la desconfigure en su misma práctica.

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