viernes, 20 de enero de 2012

De la función intelectual y otras apreciaciones

En general, se suele decir que la filosofía no apunta a brindar respuestas sino a reformular las preguntas; así, apuesta por lo abierto. El problema es que uno puede caer rápidamente en una especie de mistificación de lo abierto, bajo otros nombres paradójicos tales como lo innombrable, lo inasible, lo imposible, etc. Pues, como dice J.-L. Nancy, "lo 'abierto' no es la cualidad vaga de una hiancia indeterminada, ni de un halo de generosidad sentimental. Lo 'abierto' vuelve apretada, trenzada, estrechamente articulada, la estructura del sentido en tanto sentido del mundo." Prefiero pensar la filosofía, entonces, como ese modo de preguntar que no sólo disloca los saberes y prácticas (políticas, estéticas, científicas, religiosas y demás), en su tendencia eterna a cerrar el círculo para comprenderlo todo, sino que en dicha empresa se alía, además, con todos esos otros modos disponibles que ya se encuentran haciéndolo en su terreno propio. Para ello, circula a su modo impropio.

Pues sucede generalmente, en las argumentaciones y contrargumentaciones específicas de cada campo, que unos suelen ver una parte por el todo y otros, de manera especular, otra parte que también creen es el todo; y en general, tanto unos como otros, no suelen pasar de una breve -en el mejor de los casos- lista de condiciones a favor o en contra del objeto en disputa. Así también se pueden objetar mutuamente, en los momentos de máxima tensión y malentendido, el lugar de enunciación del otro: si es más o menos inteligente, más o menos comprometido, más o menos experimentado, más o menos pasional, etc. No es que algunos sepan más y otros menos, que unos tengan la posta y otros sean inmaduros, es que la operación de lectura de la realidad exige un desplazamiento de terreno que articule tópicos profundamente heterogéneos entre sí, de una manera original.

Así Althusser, por ejemplo, hacía notar que la genialidad de Marx no consistía tanto en ver lo que los economistas clásicos no veían, desde una posición externa o trascendental, sino que producía su enunciado-concepto sobre la 'fuerza de trabajo explotada' a partir de la misma matriz teórica que aquéllos utilizaban: veía que ellos habían producido una respuesta correcta sin haberse planteado siquiera la pregunta (por no haber salido de su ámbito de producción específica). Si Marx lo pudo hacer no fue porque era más vivo o inteligente que los otros, sino porque circulaba por ámbitos de pensamiento muy heterogéneos entre sí: política obrera francesa, filosofía idealista alemana, economía científica inglesa (entre otros). Y ese circular incesante, podemos afirmar hoy, es lo que permite articular un punto de vista complejo que cierna aquel objeto inasible que llamamos realidad. Y no es una parte de un todo, ni el todo mismo, es un nudo que se teje en la alternancia de tópicos.

Quisiera intervenir, a partir de estas breves puntualizaciones filosóficas, en un debate actual que toma por objeto a la posición misma de los intelectuales y su función.

Carta Abierta (CA), Plataforma y Argumentos

En un artículo reciente, publicado en Página 12 (Domingo, 15 de enero de 2012 -de aquí en más hacer clic en los subtítulos para ver los enlaces-), se puede encontrar expresada una pequeña parte del campo intelectual argentino. Tres posiciones, tres estilos retóricos, tres modos de enunciación. No está nada mal que exista este abanico de opciones político-intelectuales. Lo que no se puede pasar por alto, al leerlas y acordar o disentir con ellas, es que tal diversidad de pareceres es justamente posible gracias al enriquecimiento del campo político-cultural que ha logrado activar el actual gobierno. Condición de posibilidad que, por lo menos, debería desactivar correlativamente algunas chicanas referidas al 'verticalismo' y lo 'monacal' de quien preside el ejecutivo nacional (i.e. Svampa-Gargarella).

Por mi parte, coincido transversalmente con algunos puntos aludidos de las tres posiciones, más no así con el estilo y el modo de enunciación elegido en cada caso. Disiento allí pues también con amigos, afectos y otros tantos pares, vamos encontrando modos de escritura singulares para pensar la coyuntura actual (expuestos en libros, artículos y post). Pensar implica, desde ya, evitar las burdas dicotomizaciones del campo y los esencialismos estratégicos. Y pensar verdaderamente siempre se da en conjunto (genérico, indiscernible, abierto), de muy diversas maneras.

Así pues, antes de calificar al pensamiento -si es crítico o no, de izquierda o no, abstracto o no- y de atribuirlo específicamente -si es patrimonio de intelectuales, académicos, políticos, entidades suprasensibles, históricas u otras-, hay que pensar; y la aparentemente obvia pregunta por si pensamos -o no- no lo es tanto si permanecemos dentro del círculo de las calificaciones y atribuciones -las respuestas-, tan característico de los mentados 'intelectuales' -que además pretenden autocalificarse-, o si salimos de él. Si la planteamos, a la pregunta, quizás ya no estemos allí, dando vueltas. Pues pensar no es cuestión de oficio o profesión; es algo que puede producir -y ocurrirle a- cualquiera en tanto se sustraiga a la estupidez de esos círculos, tan bien dispuestos en cada situación.

Para mí, el pensamiento es autónomo por definición, pero eso no quiere decir que esté separado y desvinculado de lo que pasa, acontece, procede (en torres de marfil, despachos de gobierno o barrios marginales); al contrario. Por otro lado, tampoco creo que el pensamiento sea patrimonio exclusivo de personas identificables como 'intelectuales'; hay pensamiento cada vez que se da cuenta de la complejidad de habitar el espacio y el tiempo singular que nos toca (y afecta), y cada quien lo hace con distintas herramientas (palabras, pinturas, gestos, movimientos).

Por eso quisiera salirme un poco del eje en el que suele plantearse la localización del intelectual. Pues se me ocurre que la cuestión tan mentada de la derecha y la izquierda (sobre todo eso de que 'te corran por izquierda') es demasiado lineal; y como tal, escaso pensamiento puede haber si se toma sólo una dimensión del espacio para calificar una posición. Me gustaría que de una vez por todas se asuma la radical complejidad del pensamiento (ni abstracto ni concreto, ni por arriba ni por abajo, ni soberano ni súbdito), es decir, su corporalidad, su multiplicidad, su materialidad. En sintonía fina con los ensayos de Wenders y Herzog, por el lado del arte (del cine, de la danza, de la pintura), formular el pensamiento y la función intelectual en por lo menos tres dimensiones, ¿sería posible eso, en conjunto?

En este sentido, me parece necesario problematizar la formación intelectual. Examino a continuación la CA11, para indagar la extraña heterotopía que ello exigiría.

Sobre la CA11

Acuerdo en el tono y el contenido de la mayor parte de los puntos definidos allí. Me interesa particularmente el cruce atento de análisis políticos, económicos, culturales y demás.

Lo que en cambio me parece sigue quedando impensado, en esta valoración compleja del proceso político en curso, es el modo en que dicho pensamiento múltiple, complejo, heterogéneo, puede ser sostenido en conjunto (genérico), no sólo atendiendo a los distintos sectores particulares, esto es: la formación de ciudadanos que puedan pensar en el entramado social multiforme que nos constituye. Y eso no se logra privilegiando una experiencia por sobre las otras, o todas por separado, sean éstas militantes, científicas, técnicas, culturales, etc. Se logra pensando justamente en conjunto, en el entramado solidario de esas tensiones irreductibles. No se trata de establecer un plan o programa de gobierno; se trata de tener claro que el pensamiento (y no los intelectuales) múltiple de lo múltiple, el pensamiento transpolítico, debe ser articulado y sostenido en su (im)propia materialidad, en su anudamiento alternado de tópicos, prácticas y temporalidades. Cada pensamiento -y desde cada pensamiento- singular puede pensar el nudo que articula la materialidad del ser (en) común.

El desafío quizás esté ejemplarmente resumido en esta hermosa expresión de deseos: "Si la Igualdad es el horizonte de estas políticas [del gobierno], lo es como igualdad en la diferencia y reconocimiento de la heterogeneidad. Lo es como ampliación de la ciudadanía, que se va desplegando en un recorrido desde la inclusión –con las múltiples estrategias de reparación social– hacia la Igualdad. No es poco lo que falta en este sentido y seguramente nunca el camino estará cumplido." (CA11)

Sostener la igualdad, y al mismo tiempo la heterogeneidad que nos constituye, implica, por un lado, reconocer el fondo múltiple ontológico que somos en cada caso (múltiples de múltiples) y, por otro lado, la diversidad de operadores de conexión por los que podemos encontrarnos -con otros que somos- al sustraernos a la lógica reproductiva y alienante que dispone cada situación, sus saberes y lenguajes instituidos.

La inclusión y sobre todo la pertenencia deben ser forzadas singularmente por operadores especiales no reductibles a saberes programáticos. Estos operadores son nada menos que: obras de arte, descubrimientos científicos, expresiones afectivas y modos de organización que indagan, a su modo, las multiplicidades genéricas en situación. El Estado, en su repolitización continua y autodislocante de sus propias estructuras debería abrir espacios donde ocurran dichas producciones de verdad no programadas ni anticipadas desde saber alguno. Y la función intelectual es clave en el sostén de esas aperturas, más acá de la remanida cuestión de si se es 'crítico' o 'acólito' de un gobierno dado.

La formación de nuevos intelectuales (en 'funciones' y no en 'figuras'), entonces, no puede ser dejada en manos de la mera especialización sectorial; como tampoco se va a producir por la lectura de cartas públicas, cuya función es evidentemente otra (más bien: expresiva). Sería consecuente que el gobierno, en la misma orientación política que propone -en 'sintonía fina' ideológica- disponga lugares de formación de ciudadanos que las universidades, institución donde históricamente se ha depositado esa función, no están habilitando por su misma lógica de exclusión sistemática de lo nuevo (su lógica burocrática-reproductiva).

Pues la función intelectual es la que permite pensar el conjunto social heterogéneo, multiforme, en movimiento e investido afectivamente, y no sólo ocuparse de lo que cada quien más o menos maneja o cree manejar disciplinarmente según lo aprendió en su facultad (incluida la de 'la calle'): artes, ciencias, técnicas, tácticas y estrategias.

Es decir, algo obvio: las universidades, a pesar de sus progresiones o regresiones circunstanciales, no forman intelectuales, forman técnicos o profesionales o expertos. ¿Cómo, entonces, abrir esos nuevos espacios necesarios para generar pensadores que estén a la altura de los acontecimientos actuales?

Dejo abierta esta pregunta porque no tengo la respuesta y no sé si cabe asignar a alguna institución particular la heterotopía necesaria para que la vitalidad de un proyecto político complejo se sostenga. Seguramente no. Lo que sí sé es que hay que apostar siempre por la apertura necesaria para que no se cierre e identifique el proceso político en curso con una sola lógica, un sector privilegiado y una serie de procedimientos o planes determinados. Si esta orientación ontológica de la política está clara en múltiples lugares del espacio social, y no sólo en el gobierno, iremos por buen camino.

Por último, un breve comentario sobre las modalidades que puede adoptar la crítica.

CA10 y Grüner

Respecto lo que allí se expone, diría: ni tanto ni tan poco. La externalidad entre 'modelo' y 'anomalías' que ve Grüner en CA10 -su exigencia dialéctica digamos- tampoco le permite ver a él la totalización que ejerce ahora su propio análisis por el lado de la determinación económica: el 'capitalismo agrexportador' como el verdadero poder que en 'última instancia' determina el todo social, mientras que las tensiones y contradicciones fácticas (políticas, sociales, culturales) que señala CA10 son secundarias (meros 'efectos' y 'partes'). Grüner pareciera reemplazar un lenguaje histórico-poético como el de CA, que intenta dar cuenta de la complejidad social, quizás -eso sí- regocijándose demasiado en su propio dominio (intelectual), por un lenguaje dialéctico totalizante que no goza menos de su supuesto saber (académico) aquella clave que explicaría el Todo: la 'lógica de la falta' sigue quedando inscripta así en algún lugar privilegiado, y no se encuentra en ello el nudo complejo de sobredeterminaciones que nos constituye.

Después de todo, el papel del intelectual en cuestión es parte del asunto, es decir, se encuentra inextricablemente implicado allí, de algún modo, y 'falta' aún demasiado por escribir-pensar al respecto, pues nadie tiene la clave de nada, sin que todo dé lo mismo. Sin Todo, ni falta determinada, es necesario pensar entre partes, anómalas, heterogéneas, desjerarquizadas, para desplazar y destituir los órdenes de privilegios instituidos (económicos, culturales, intelectuales, etc.).

En fin, es un buen puntapié el de Grüner, pero se queda corto en muchos aspectos: vuelve sobre esquemas de análisis que hacen recordar a las peores lecturas de Althusser, que se pueden desmontar incluso desde el mismo Althusser, ¡y ni que hablar desde sus discípulos! Por ejemplo Badiou, a quien tanto se resiste a leer Grüner, diría que en efecto 'hay verdades' políticas, científicas, artísticas, amorosas, pero nadie las posee, ni domina ni totaliza, pues se trata de procedimientos genéricos infinitos, inacabados, no hay algo así como 'el todo social', ni siquiera 'constelado'; hay composibilidades, apenas. Lo cual no es poco.

Y si, como dice Daniel Freidemberg, "lo que aparenta ser una discusión política, sobre todo en EG [Grüner], es en gran medida una disputa por quién tiene el dominio de la verdad, quién es el que accede por un acto de honestidad y compromiso con La Verdad al verdadero patrimonio del 'ser real y único de las cosas' que al fin y al cabo estaría ahí, establecido, esperando que un espíritu dotado de una lucidez más alta que la del común de los mortales lo revele 'tal como es', enfrentando a todas 'las distorsiones' y entronizando entonces a quien nos esclarece así en el podio de la autoridad, con cetro fálico y todo." También es cierto que a esa aspiración eterna de acceso privilegiado al falo, el Uno, el cetro, el Todo, le respondemos desde siempre con la contraparte histórica que la excede por todos lados: ontologías de lo múltiple, de las sobredeterminaciones, de los nudos solidarios; pues escribimos y pensamos hace tiempo en el registro musical de lo múltiple.

Y, finalmente, hay también una dimensión política en estas discusiones: con mis amigos le llamamos "Ontologías políticas" (AA. VV, Buenos Aires, Imago Mundi, 2011); y yo, a veces, uso el término "transpolítica".

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