martes, 29 de junio de 2010
El río sin orillas
Quisiera comentar brevemente algunas ideas que se me ocurrieron al leer las primeras tres editoriales de la excelente revista El río sin orillas.
En primer lugar creo que hay que rescatar el uso de citas de autores latinoamericanos per se, pues indica un movimiento afectivo de investidura libidinal sobre nuestro legado cultural por demás interesante. En concordancia con lo anterior hay que señalar también el modo singular de apropiación y uso de dichas citas, que no responde a ningún marco normativo o programático sobre cómo hacerlo (i.e. historia intelectual). Casi se diría que se trata de hallazgos fortuitos, producidos por supuesto en el trabajo de pensamiento y escritura sobre lo actual.
No obstante se percibe desde la primera editorial (2007) hasta la última (2009) cierto desplazamiento cada vez más (de)liberado en el uso de las citas, al punto que la última llega a ser interpretada de manera bastante caprichosa o, al menos, con cierta licencia de factura literaria más que filosófica o política. No me explayaré sobre esta última editorial.
Me parece interesante, sobre todo, el movimiento dialéctico y a la vez pulsional efectuado en torno a la primera cita de Murena, que funciona como epígrafe de la primera editorial: 1) afirmación y claridad (sobreinvestidura libidinal) en un primer momento; 2) negación y superficialidad (desinvestidura) en un segundo; y 3) síntesis/reconciliación a partir de la verdad donada en su caducidad (reinvestidura parcial) en un tercer momento.
Sin embargo, algo resulta sintomático en el uso de otra cita, la de Saer: “cada uno crea / de las astillas que recibe / la lengua a su manera / con las reglas de su pasión”. Hay que subrayar que las astillas son recibidas supongamos, en términos lacanianos, del Otro, pero la recreación que cada quien hace de la lengua sigue las reglas de su propia pasión y no del Otro (en todo caso de su falta). Entonces la cita de Saer, que resalta que las astillas son recibidas para crear la lengua de acuerdo a las reglas de SU pasión, parece que fuera en algún punto desmentida por nuestros amigos al referirse en exceso a las pasiones (goces) supuestas al Otro generacional: su impensable potencia creativa y su trágica derrota (“…se nos ha extraviado algo decisivo en el curso ambivalente del río [pero el río de la historia sigue su imprevisible curso, ¿no son ellos los ambivalentes y extraviados?]: las reglas de unas pasiones, esas que animaron a los actores modernos a producir arte, filosofía y política de una intensidad que hoy desconocemos, una intensidad cuya potencia formidable hacía ilegibles citas como las de Murena”. Y esta otra: “lo que nos constituye quizás más que ningún otro evento [son] los ecos de unas pasiones derrotadas que es preciso interrogar”). Es en ese punto donde interpreto lacanianamente, desde la izquierda, que se ha inmiscuido el fantasma del goce del Otro. El goce del Otro -su potencia/su derrota- que sólo es posible imaginar pues, en verdad, no existe. Podemos, sí, heredar astillas y huellas significantes del Otro para recrear nuestra (im)propia lengua política -es lo habitual- pero jamás sabremos de su goce (fantaseado).
Este es el punto clave donde se vislumbra, brevemente, la inconsistencia señalada en el uso de la cita: “Ninguna otra herencia que texto y pasiones para interrogar son para nosotros esas astillas recibidas”. Aquí se ha asimilado sin más “texto” y “pasiones” como partes unificadas de la herencia recibida (las astillas), pero en Saer las astillas recibidas eran diferenciadas justamente de las reglas de la pasión que las recibía. Este señalamiento va más allá de cualquier pretensión de crítica minuciosa centrada en el lenguaje, ya que lo que está en juego aquí es la posibilidad de encarnar una pasión propia. Luego sí hablan de “determinar también las reglas mínimas de nuestras propias pasiones” pero el equívoco mencionado es imborrable. Y nos indica algo. Creo que esta breve confusión entorpece el pasaje a la escritura en cabal nombre propio y así, lo que es lo mismo, en una circunscripción estrictamente singular del goce irreductible que se halla en juego en nuestra época, por lo tanto de cómo sustraernos a su llamado mortífero (i.e. Cromañon, tratado en otra editorial). Esta dificultad se visibiliza también en cierta ambigüedad política y labilidad afectiva (léase indefinición identificatoria) al momento de marcar una diferencia y tensión específicas al interior del campo político-intelectual actual; lo que se ve claramente en el espíritu conciliador respecto a todo el espectro de revistas precedentes, las cuales responden a ideologías muchas veces antagónicas. No hay debate, confrontación o crítica con esos legados y tradiciones intelectuales.
Otro punto a señalar es la cuestión conceptual. La clara intención de los compañeros del RSO de inscribirse en una tradición ensayística que apela casi exclusivamente a figuras y tropos para exponer su posición filosófico-política es, desde ya, muy interesante, pero no deja de tener algunas consecuencias restrictivas para el pensamiento de lo actual; por ejemplo en la dificultad para diferenciar, y por lo tanto acentuar mejor, la propia posición en lo referido al ámbito político, cultural o filosófico. Cierta falta de rigor conceptual ligada no tanto a decir lo que dicen o podrían decir otros conceptualistas (i.e. Foucault, Deleuze, Badiou) u otros historicistas (i.e. Palti, Villacañas, Dotti) sino a arriesgar formulaciones histórico-conceptuales propias que permitan distinguir y articular mejor nuestras problemáticas políticas, estéticas y científicas locales, en su singularidad irreductible pero además en su posibilidad de conexión (pasional) y mutua imbricación. Formular conceptos implica así, no una invención ex nihilo sino a veces modular, deconstruir, rearticular, etc., otros disponibles. Y la perspectiva materialista de esta tarea, desde mi punto de vista al menos, tiene que ver con disponer los conceptos no sólo según su lógica interna (histórica o estructural) sino también con la mirada y el oído puestos en lo actual, en lo que acontece, de modo tal de poder circunscribirlo. Pero la temporalidad de la práctica teórica es otra que la de las prácticas estéticas, políticas y demás, y esto también hay que tenerlo en cuenta a la hora de evaluar su pretendida incidencia.
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