lunes, 24 de mayo de 2010
¿Qué hacer?
Uno podría decir -como buen uno (y verdadero) que es- lo que hay que hacer; esto es, ordenar, prescribir, mandar -como se quiera. Bien. Estamos como bien dicen los analistas en el discurso del Amo. Otra cosa sería no decir nada, apostar a la apertura y la indeterminación, dejar que el otro (o los otros) decidan. Perfecto. El problema es que hoy (y quizá siempre) dejar que las cosas y mandatos sigan su curso "natural" es perpetuar el orden preexistente, es decir, permitir que manden otros a los que estas consideraciones los tienen sin cuidado (de los otros). Por eso pienso que hay que asumir el discurso del Amo abiertamente y decir, si bien no lo que hay que hacer, al menos lo que no hay que hacer. Ahí vamos. No hay que dejar que nadie ordene a los demás lo que deben hacer. Interrumpir dominancias. Es el modo que hemos elegido de cuidar de los otros múltiples que somos en cada caso. Las aperturas e indeterminaciones tienen que ser garantizadas de manera activa y constante. Impedir entonces que haya discursos de segundo orden que intenten comandar el curso de las cosas y regular los deseos diciendo qué vale y qué no vale, según una norma de valor trascendental a la que generalmente un par de imbéciles -que nunca faltan- se encarga de sostener y perpetuar para su propio beneficio (me refiero con "norma trascendental" a eso que se suele llamar también "capital": económico, simbólico, cultural o el que fuere). Creo que como buen Amo uno bien tendría que encargarse de destituir, por lo tanto, las pretensiones legitimadoras de epistemólogos (en el campo de la ciencia), críticos de diversa índole (en el campo de la cultura) y/o punteros/economistas (en el campo de la política). Es decir de todos aquéllos especuladores, calculadores, mediocres y oportunistas que acumulando algún chingue capital (de saber) intentan dirigir, calificar o descalificar las producciones deseantes per se (a puro riesgo). Lo uno y lo múltiple, entonces, tendrán que encontrar su modo de anudamiento singular, cada vez, para que las fijaciones de sentido (y de valor) no obturen las producciones subjetivas. Asumir este mandato de una buena vez por todas: la política o la filosofía o la filosofía política consiste en despejar el terreno para que lo nuevo tenga lugar (arte, gestos, políticas, amores, chistes, inventos, fórmulas) sin el condicionamiento de los capataces de turno (sin esas malezas).
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