Fue ayer la presentación del mismo, y en su mismidad quedó. Quisiera poder escindir el tiempo de la frase, la temporalidad, lo suficiente como para poder decir "habrá sido", y así, abrir también la posibilidad de que algo pase; pero no, sólo fue.
Nuestros debates tan deseados (tan temidos), nuestras preguntas por los legados de las tradiciones emancipatorias, deberán encontrar otros lugares de inscripción, otros interlocutores, otros modos de invención; verdaderas aperturas del pensar en acto, del preguntar, del decir sin garantías.
Los fantasmas nos hacían temer grandes confrontaciones, frases intempestivas, lúcidas intervenciones, posicionamientos claros y generosos; pero nada de eso tuvo lugar y, por ello mismo, la pregunta retornó insistente: ¿quiénes somos los no nacidos de todos los tiempos para replantearnos la pregunta recurrentemente, y así, otra vez desoída? Hay tantos fantasmas y (tontas) certezas...
Para escuchar la voz que se pronuncia inaudible hace falta decir, manifestarse también, hace falta mover un poco los cadáveres (de pensamiento). Nada de eso tuvo lugar en el lugar y por eso insiste la escritura en hacer notar algo invisible, inaudible. Sería demasiado fácil y oportunista acudir al metalenguaje para dictarle al otro que debe entenderlo como un susurro (o un grito) pero verdaderamente "otra cosa" sería producirlo en efecto ¿no? Hasta aquí.
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