martes, 4 de febrero de 2014

Pensamiento material

Llamo filósofo a cualquiera que se haya vuelto, no por gusto si no porque no le quedaba otra, sobre eso en que creía sostenerse: él mismo, el mundo y los otros. Llámese como se llame, semejante creencia, sólo puede haberse develado como tal al ya no sostenerse más, pues antes había sido lo más natural del mundo, lo incuestionable per se que sostenía todo-eso-junto y más. Llamo filósofo a aquel que pese a todo no ha sucumbido junto a la creencia, es decir, a aquel que no se ha vuelto loco.

En filosofía también hay técnicos o eruditos; hay pedagogos o profesores; hay ideólogos o políticos; y, por supuesto, hay incluso filósofos o problematizadores. Doy por descontado que todos son imprescindibles, que ninguno vale más que otro, y que lo que asigna la función específica, en cada caso, es el deseo antes que la división racional del trabajo.

Pensar es sustraerse al menos cuatro veces en una situación cualquiera: i) de la norma que prescribe el sentido común; ii) de la ley que determina posiciones claramente diferenciadas; iii) de lo que en el funcionamiento de ambas califica la existencia; iv) y, finalmente, de la propia potencia de sustracción cuya tentación es anularlo todo, incluidas las sustracciones anteriores. Dichas sustracciones circunscriben lo real del pensamiento.

Hay quienes no obstante confunden lo real con el ser, entonces afirman que el lenguaje es la casa del ser (Heidegger); por lo que se infiere de allí un real en extremo hospitalario, cómodo, hasta habitable, siempre y cuando mantenga depurado el lugar y libre de intrusos. No es así de ningún modo; cualquiera que habite el lenguaje lo sabe: lo real es la grieta irreductible en el muro de la casa. Tampoco hay que exagerar, no es que habitemos entre escombros, sólo que hay que habituarse (hexis) a las infiltraciones, las goteras, las alimañas, a todo eso que implica un real imprevisto, no bienvenido pero, aun así, inevitable pues eso también somos.

Por otro lado, tanto Althusser como Lacan insistían en que Marx -según el primero- y Freud -según el segundo- habían dado con lo real de su tiempo, pero que lo habían circunscrito con los materiales que contaban, no del todo oportunos para el caso: Marx recurría a la dialéctica hegeliana (aunque la invirtiera); Freud a los modelos energéticos del cientificismo decimonónico (aunque los sustituyera luego por su metapsicología). Había que hacer jardín a la francesa y desmalezar el terreno. Son estrategias de lectura, por supuesto. Yo pienso en cambio que el real del tiempo hay que circunscribirlo cada vez, con los materiales inoportunos con que se cuenta, y forzarlos, y calzarlos, y componerlos: el sutil arte del remendador y fabricante de conceptos. Por eso no acuerdo con los epígonos de los maestros que quieren rectificarlos, o bien privilegiar un aspecto de su teoría, o bien limitarse a repetirlos como locos, sin captar que lo que habrá valido en cualquier caso es el gesto de invención que implica, entre otras cosas, ensuciarse las manos con los materiales siempre inadecuados del presente.

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