lunes, 7 de enero de 2013

Notas para una crítica inmanente

Un elemento indispensable para ejercer la crítica actual de lo que somos -y de cómo el representante, y por ende reproductor por excelencia del estado actual de cosas lo sostiene en alguna medida, o sea: el gobierno- es la figura del consumidor. ¿En qué medida todo lo que somos, nuestros hábitos y prácticas, nuestros saberes y poderes se estructuran en función de aquella figura de reciente factura histórica? Desde los productos culturales más o menos sofisticados hasta la comida rápida, ¿acaso ha de pasar todo lazo social contemporáneo necesariamente por ahí? Creo que interrogarse acerca de semejante problemática, en implicación, abre muchas más posibilidades de pensamiento que la cuestión del remanido neoestractivismo y de los modelos de desarrollo económico, que son muy difíciles de seguir rigurosamente -y no como mero consignismo- en sus consecuencias y derivas ético-políticas.

Esto que postulo lo estoy pensando a la luz de un viejo texto de Ignacio Lewcowicz, "Del ciudadano al consumidor", donde hace notar cómo se introduce sin mediación alguna dicha figura, en la Convención Constituyente del 94, que vendría a sustituir a la del ciudadano. Pues me parece que bajo el presente proyecto político en curso, totalmente distinto en muchos aspectos al neoliberal, la figura del consumidor sigue siendo no obstante prioritaria (hay allí una continuidad incuestionada). Lo cual no es malo per se pues, en efecto, es lo que somos. Pero, en sintonía fina con una ontología crítica de nosotros mismos, de inspiración foucaulteana, me pregunto por los límites de esta figura y de cómo desplazarlos. Para ello es necesario acudir a otros saberes y a otros modos de ejercer el poder y el cuidado.

Sostengo que la política, para diferenciarse de la economía estricta, ha de ser sustractiva en vez de extractiva. ¿Pero sustractiva a qué? Pues a la lógica de la equivalencia generalizada y al lazo social concomitante que instaura el consumo. No quiere decir que lo suprima o lo evada, sin más, quiere decir que lo suplementa de manera indiscernible a priori. Que hay, así, algo más que el mero consumo en la constitución, movilización y organización de la gente, el pueblo o la multitud. Ese algo más que se piensa y nombra en acto, sin equivalentes generales, allí donde cada singularidad instaura una igualdad de hecho que el discurso intenta fallidamente repetir. En eso se juega -en dicho fracaso, repetido y mejorado- la cosa política.

domingo, 6 de enero de 2013

Decires filosóficos y existenciales

1. ¡Qué el decir no se olvide tras lo que se dice de lo que se escucha!

2. Si hay algún discurso que hoy, como siempre, puede disputar la hegemonía de la estupidez religiosa, ése es el discurso filosófico (cuyas condiciones son a la vez e impredeciblemente científicas, políticas artísticas y amorosas). Está visto que la ciencia sola no lo puede hacer, pues es fácilmente absorbida por los delirios religiosos; lo mismo cada una de las actividades humanas tomadas por separado. Sólo una filosofía rigurosa puede pensar la composibilidad de lo heterogéneo sin reducirlo todo a un sentido final, tranquilizador, y violento para quienes no se ajustan a semejante cosmovisión re-ligante. Pero eso lo ignoran hasta los técnicos filósofos, formados para la especialización pacificante y sin efectos.

3. No sé en qué momento perdí la angustia, la terrible, y quedó esta enorme tristeza: un mar de tristeza infinita. Aunque no siempre sus aguas me mojan, no siempre me sumerjo en ellas, no siempre nado allí a gusto, a veces, cuando despierto de un sueño profundo, me doy cuenta que habito en su litoral.

4. Es habitual que los filósofos se pregunten por el ser. Parece que tienen dudas al respecto, y a veces hasta llegan a sacar conclusiones existenciales a partir de ellas. Para otros en cambio, entre quienes me incluyo, la ex-sistencia resulta indudable, pues lo es en demasía, desborda, y por eso mismo nos preguntamos por algo que en apariencia puede parecer secundario, una cualidad, cuando en verdad es lo que nos diferencia en tanto seres capaces de preguntar, de hablar; y esto tiene consecuencias políticas que afectan al común. Yo, la igual que el maestro Rancière, me pregunto por la inteligencia. Apelo a la inteligencia del común, que no es la media (la patrocinada por los Medios) ni mucho menos la de los supremos (la ostentada por la Corte), o incluso la de los oportunistas e interesados de ocasión (que nunca faltan). La inteligencia colectiva afecta al cuerpo mismo, a su complexión compuesta, por ende no se especializa: no hay inteligencia verbal, matemática, social o emocional. Hay inteligencia o más bien nada. A ella apelo, entonces, a pesar de lo exiguo de los medios presentes, porque pienso que sólo vale la pena existir -incluso, y sobre todo, si se corre un riesgo absoluto- si hay inteligencia compartida. Por eso aún me pregunto si existe vida inteligente en este planeta, sí, en éste planeta y no en otro.

5. Mejor lo digo así. En este año que se precipita ya hacia su final, vuelvo retrospectivamente la mirada y anoto al pasar dos acontecimientos singulares, ambos tejidos en un arduo proceso de habilitación pero acaecidos de manera imprevista: el encuentro amoroso y la obtención del título de doctorado en filosofía. Ahora, en el nuevo año que comienza, mi propia formación me indica inventar la fidelidad para con semejantes acontecimientos, ni públicos ni privados, esencialmente subjetivos. De eso se trama -me in-forma- una vida.

6. El sentido es un efecto, fugaz; y lo sentido es un afecto, certero; la vida no es sino lo que acontece y trama entre ellos, es rarísima, tan rara como elusiva para con los intentos de definirla y significarla. ¿Y dignificarla? También ¿Cómo? Abriendo, en cada oportunidad, el espacio común de los afectos y efectos que no engañan, pero que tampoco garantizan nada.

7. Tengo mucho cuidado de decir cosas que se entiendan demasiado rápido, porque eso alimenta al sentido común dominante y hace que cada uno se afirme en su propia necedad, por separado, creyendo que participa de lo mismo. Lo mismo que tramo, en cambio, que convoca a otros indefinidos a priori, toma su tiempo; tiempo único y singular, no calculable pero anticipable en fragmentos de escritura que adelanto y escando antes de concluir.

8. En cuanto a la existencia: situar la muerte, el vacío central o la inconsistencia del ser. O, de-ser. De acuerdo a quien hable, o piense. En el sueño era la casa, sin puertas ni ventanas, entrando y saliendo, materializando el fantasma en su interior; ya sin defensas ni indefensión aprendida. Desaprehender el fantasma, que es lo que recubre el ser o lo real, que son en sí pura inconsistencia. !¿Pero el sentido?¡ El sentido se devela vector, topología de un espacio que se abre al interior, y ya no es tal. Atravesarlo es escribir, una y otra vez, esa imagen difusa que se borra en cada trazo repetido.

9. En verdad, uno sólo puede vivir si ha situado con justeza su muerte personal. Sólo esa operación singular abre a la impersonalidad de la vida.

10. Sospecho que a raíz del último fragmento de escritura quizás algunos amigos piensen que he dejado de ser badiouano, pero estoy hablando de las verdades primeras; la política filosófica que articula Badiou, sobre qué es vivir -incorporado a ciertos procedimientos de verdad-, y la regulación ontológica de la inconsistencia del ser o su aparecer, sólo pueden tener lugar de manera no defensiva, reductiva o academicista, si se ha atravesado el fantasma fundamental, si efectivamente -en verdad- se ha atravesado el discurso lacaniano sobre las fantasías totalitarias de sentido (con las que -siempre- comenzamos).