El goce o lo peor. Lo
quiero decir de manera lisa y llana: conozco mucha gente honesta y trabajadora
a la que, con el actual gobierno kirchnerista, le ha ido más que bien; no
gratuitamente, por supuesto. Sus ingentes esfuerzos, digamos, se han visto
recompensados con creces. Es gente simple, aunque no tonta o nula. Y sin
embargo se queja, reacciona, sin argumentar de manera convincente el porqué de
su malestar. No es sólo por deporte nacional que lo hace.
A lo
mejor teme perder lo que ha logrado, según cree, a fuerza de su mera
individualidad. A lo sumo también de su familia y amigos. Pero no entiende o no
recuerda -o no quiere entender o recordar- que antes sus esfuerzos requerían
además de un suplemento perverso que hacía de la ley y el Estado un mal chiste,
ese tan caro al espíritu neoliberal que hoy insiste con volver.
Es
cierto, por otra parte, que semejante estrechez de miras puede ser atribuida a
la mala educación y a la manipulada información que brindan los medios. Pero,
además, no hay que descontar el goce idiota, ese que retorna siempre al mismo
lugar y que socialmente conduce a lo peor. Quiero decir que la gente simple pero no tonta,
políticamente hablando puede ser idiota, y el peligro es que la idiotez, en
términos colectivos, conduce a lo peor: el fascismo.
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Entramados de poder.
Los argentinos históricamente nos hemos dividido en dos bandos. Así pues, la
teoría schmittiana que concibe lo político como el trazado de una frontera
entre amigos y enemigos parece hecha a nuestra medida.
Y sin embargo, hay muchas otras teorías actuales que ya no
piensan en términos dicotómicos y destructivos; sea porque plantean el agonismo
como lucha entre adversarios; sea porque plantean la posibilidad de existencia
de no-amigos; sea porque conciben la política en términos de sustracción,
inoperancia, etc. Cualquiera de estas teorías vale la pena de ser estudiada, en
vistas a lo que acontece y no como mera erudición de saber.
De todas formas tampoco creo que haya que temer a la
dicotomización del campo, a las tensiones inherentes y a las destrucciones
correlativas. Creo, al contrario, que hay que entenderlas para darles su justo lugar a otras lógicas políticas más
complejas. Que haya amigos y enemigos es quizá inevitable, pues es parte del
registro imaginario del otro, pero hay que estar dispuesto también a concebir
otras posiciones en el campo; eso hace a lo simbólico (significantes vacíos,
siempre para otros -significantes-) y lo real en juego (imposibilidad de unidad
sin fisuras o malestar irreductible).
Asimismo, la destrucción no tiene por qué apuntar a
individuos, bandos o cualquier otro ente, sino a los privilegios, jerarquías,
exclusiones y todo tipo de distribuciones rígidas del poder. Pensar en
entramados solidarios de poder es un proceso sin fin que configura distintas
lógicas, registros y posiciones subjetivas.
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Causa de deseo (potencia). Más acá de las taras que cada uno tiene, taras de índole ideológica,
psicológica, familiar, profesional, ética, etcétera, hay una dimensión de
interpelación directa que las anuda y sobredetermina, excediéndolas; dimensión
suplementaria a la cual no estoy tan seguro de denominar, como hacía en otra
época el gran Althusser, ideológica.
Y no estoy tan seguro porque la doble nominación de una instancia clave, ya lo
hemos visto, sutura y conduce a lo peor en la práctica teórica. Por eso el
sujeto simplemente se juega;
y resulta indiscernible a priori. En mi caso se juega puntualmente en esto:
cada vez que CFK toma la palabra, le creo, me entusiasma, no para militar en un
partido, volverme un soldado de la presidenta u ocupar un cargo determinado,
sino para tratar de ser mejor en lo que hago, más riguroso, más libre, más
honesto. Siento fuerza, siento potencia (de ser y de no ser), siento entusiasmo.
¿Raro, no? Como dice Badiou, el
sujeto es raro.
Puede que en otros momentos históricos haya habido gente
que le pasaba lo mismo con Menem (o con otros presidentes): ser más vivo, más
rápido, más gozador; todas esas modalidades de ser que yo no soportaba en los
90s, ni soporto. Quizás estoy siendo injusto y el riojano sí alentaba alguna
virtud y en cambio CFK alienta defectos que no veo. No lo sé, porque no tengo
una mirada neutral metahistórica sobre lo que pasa, es decir, estoy atravesado
por eso que me afecta y al mismo tiempo hace pensar, y eso me basta: asumo la
radical historicidad hasta las últimas consecuencias.
Esa dimensión inasible, pienso, no tiene que ver tanto con
la persona, ni con la simple racionalidad (de planes de gobierno, modelos o
proyectos); tiene que ver con ese "en ti más que tú" -objeto a, causa
de deseo- que suele tomar Zizek del psicoanálisis para decir lo suyo.
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El sentido o lo real.
Quiero advertir sobre algo: para confrontarnos a lo real del deseo, esa
potencia terrible y a la vez magnífica (de ser o no ser) que nos en-causa, hay
que dejar caer la realidad; esa que se afanan en construir cotidianamente los
medios hegemónicos y los contra-hegemónicos se esfuerzan en develar. Dejar caer
la realidad implica dejar de luchar por el sentido y circunscribir lo real del
síntoma que excluye cualquier sentido. Quizás se abra así una orientación
compleja, anudada, que hay que soportar entre todos, sin sentido hegemónico. Un
sentido vector.
Y si no lean Lógica del sentido, de Deleuze: el
sentido no es algo que se construye o negocia, es un acontecimiento que afecta
y moviliza los cuerpos. Por eso no se logra con campañas de concientización o
por la persuasión de buenos comunicadores; cuando acontece, el sentido, produce
un entramado solidario, alternado, entre los cuerpos. ¿Pero puede haber
acontecimiento a nivel de lo que se dice un estado-nación? No lo sé, lo estamos
indagando.