sábado, 29 de septiembre de 2012

Izquierda, derecha, izquierda



Solemos, con mis amigos, enredarnos bastante queriendo distinguir la derecha de la izquierda; desde la izquierda, por supuesto. No obstante, yo pienso que una posición de izquierda materialista no se pierde en semejantes abstracciones epistemológicas. Llegado el caso se encuentra, más bien, localizada como esos objetos topológicos concretos pero raros -para la boba intuición- que carecen de imagen especular, es decir, que son no-orientables (banda de Moebius, cross-cap, botella de Klein). Digamos que ser de izquierda, en dicho sentido, es encontrar puntos concretos de indiscernibilidad y trabajar en torno a ellos. Las distinciones a priori son para los esquemáticos de la derecha o bien para los izquierdistas especulativos. Nosotros, para ser consecuentes, debemos orientarnos en cambio a través de topologías conceptuales más complejas (no más complicadas, mis simples espíritus).

Por eso, no hay nada que me moleste más que el aplanamiento discursivo; tal como sucede, por ejemplo, cuando se dice que todo es igual, el kirchnerismo o el menemismo, la izquierda o la derecha, si no se encuentra un término clave que marque la diferencia inexorablemente. Para mí no lo hay; se apuesta y se juega en inmanencia; fijar criterios de discernibilidad a priori es como querer aprender a nadar antes de largarse al agua. El problema quizás resida en que, cuando se habla, es como si se estuviera en el aire, predomina el elemento semántico y su volatilidad, todo se confunde: las palabras y las cosas, los afectos, las miradas. De allí que sea necesario el acto que corta y entrelaza, sin mezcla pero además sin subordinaciones, acto de escritura, de pensamiento, de escansión y precipitación. En fin, el tiempo lógico.
Digamos que siempre tenemos que lidiar con nosotros mismos, con nuestros amigos, con las repeticiones y contradicciones, con distinguir e indistinguir, señalar y refutar, decir y desdecir, y bueno, todo esto es parte también de nuestra posición de izquierda, se entiende, pues la derecha no le da tantas vueltas al asunto, a la cosa política, sabe de antemano que hay que garantizar privilegios y operar exclusiones, y punto.


miércoles, 26 de septiembre de 2012

Del errar humano

Hay dos cuestiones fundamentales contra las cuales lucho todo el tiempo, en cada lugar donde las encuentre operando: 1) las jerarquías rígidas de poder-saber y todas sus subordinaciones, 2) los fines determinados de logros-objetivos y todas sus graduaciones. Ante ellas, pensar la autonomía igualitaria y la sobredeterminación de los medios que nos constituyen: una responsabilidad inaudita por lo que cada uno puede junto a otros.

La vida es aquello que es capaz de error, decía Foucault antes de morir. También se dice, en un sentido más bien autocomplaciente, errar es humano, sin percatarse que eso define propiamente a la humanidad: hemos nacido por error, la vida misma se propaga por error, y además, si aún vivimos, lo hacemos porque erramos (no esperemos hasta el final para decir cosas sabias). Si el humano, desde que es tal, ha dado cada tanto algunos saltitos evolutivos (obras, gestos, pensamientos), es porque ha podido aprehender el error, el errar sin medida que lo constituye. No es aprender del error para suprimirlo, es hacer del error la medida misma de todo aprendizaje; pues en ello nos va la vida. Por eso, cada vez que alguien se obsesiona hasta el hartazgo y repite como una máquina descompuesta: ¡error! ¡error!, ¡error!, es como si hablara la muerte o, lo que es lo mismo, la imbecilidad de lo que no evoluciona (llamarle 'animal' o 'máquina' quizás sea parte de la misma obstinación, lo importante es no llamarles y, sobre todo, no acudir a su llamado.

Así, un maestro no sólo es aquel que desarrolla un estilo propio, sea cual sea su materia o disciplina, sino que es aquel que debe habilitar a otros para que alcancen el suyo, en su errar; si no no es maestro, a los sumo será un patético funcionario o una simple pieza de esta gran maquinaria.

Pues, en principio, pareciera que hay quienes creen que las cosas se logran por el esfuerzo puro y quienes creen que se logran por la buena fortuna de dios (o lo que haga sus veces). Ya una frase atribuida a Einstein -pero podría pertenecer a cualquiera con dos dedos de frente- decía que la inspiración, para que dé sus frutos, te tiene que encontrar trabajando. Pero, aun antes, esa inspiración, trabajo, buena fortuna o esfuerzo deben ir acompañados de ciertas condiciones materiales básicas de subsistencia: alimento, hogar, herramientas, afectos. Bueno, ustedes se preguntarán por qué explico estas obviedades, pasa que a veces la vanagloria de los 'esforzados' o los 'afortunados' me agobia y necesito decirlo, pues no entender la complejidad elemental por la que cualquier ser humano se constituye, por error, no requiere el estudio de grandes tratados marxistas ni tampoco disponer de gran sensibilidad social, sólo, apenas, extender minimamente la amplitud de esa frente tan mezquina.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Cuestiones subjetivas

Discurso. De repente, el tiempo apremia y todo se arremolina: la institución, el deseo, la historia, los conceptos, las palabras, yo, el tornado, la flor, el jardín primitivo. Sostener un discurso que a su vez se sostenga de otros discursos, es más, que se sostengan todos entre sí, yo mismo, como sujeto del enunciado y de la enunciación, no siempre coincidentes, entre ellos circulando, diagonalizando, descentrando-me y los. Componer un discurso que sea como una melodía de múltiples acordes, incluso algunos disonantes, no todo afinado, sólo por momentos, acentuando una nota por aquí y haciendo sonar varias a la vez por allá, entre medio una pausa, un silencio, y así.

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Historia. Deseo historizar (e histerizar-me). Hay filósofos que piensan desde lo Uno y su infinita modulación proliferante, en tanto efectos de una causalidad ausente que convoca, una y otra vez, la apuesta por el concepto. Hay filósofos que piensan desde lo Múltiple y su infinita composición actual de dispositivos y reglas de producción hallando, una y otra vez, modalidades de imbricación e irreductibilidades entre ellos. Hay filósofos finalmente que, entre lo uno y lo múltiple, encontramos ese lugar anómalo, imposible de habitar, donde se produce incesantemente el nudo impropio de esto, aquéllo y lo otro; ni a priori, ni condición de posibilidad, ni regla, ni sentido último o primero; lugar medial y material de rigurosa articulación, por la alternancia de sus pases y cruces más que por cualquier efecto de exhaustividad, dominio o totalización.



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Neurona. Un neurólogo divisó el procesamiento de la proteína en la neurona que respondía al proceso mismo de observación de tal procesamiento, o sea, ¿a sí misma?. El neurólogo alcanzó un éxtasis místico-científico cuando se diluyó su identidad entre la síntesis protéica, el recorrido neuronal y la minuciosa observación de lo que observaba, o sea ¿que lo observaba? (y como él ya no era él, digamos, no lo paranoizaba). Ahora dicen que está buscando trazar el recorrido neuronal que interviene en la experiencia mística que experimentó antes pues, aparentemente, no sería el mismo -ni tampoco él mismo- ¿o sí?.

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Respuesta. En torno al sujeto, precipitóse este resto a-reflexivo: lo irreductible, lo irredimible, lo incurable o lo inasumible, lo real y su afecto concomitante, eso por lo cual hay que responder a como dé lugar, aunque sea groseramente, pero jamás consentir (ni con el silencio): deconstrucción, psicoanálisis, chiste o lo que sea, cualquier acto que restituya la igualdad y la pura posibilidad de ser (en) común pese a la maldad de las condiciones actuales (la perpetuación de los campos por otros medios).

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Sujeto. El sujeto no está sujetado. Por ende tampoco necesita librarse o ser librado de nada. Sólo tiene que desprenderse de aquellas ilusiones proyectivas, binarias, propias de la necesidad de significación y de los significantes ordenadores, correlativa al saber, que le impide captar la trama solidaria en que se constituye. No ha de liberarse de nada. No ha de subordinarse a nadie, ni tampoco ha de subordinar a nadie. No ha de ascender hacia la iluminación, ni descender hacia los abismos y profundidades. Ya no. El juego se juega aquí y ahora, en el medio mismo. Sólo debe llegar a esa tenue superficie donde su propia textura lo hace y deshace continuamente. La iluminación profana es montaje o tejido sutil que se produce entre múltiples materiales, incluidas las palabras, y no exige más conocimiento que su composición en acto.