domingo, 26 de junio de 2011

De las voces ausentes (mis padres)

Leo una breve nota de Estela de Carlotto; allí saluda a su nieto perdido, que hoy cumpliría la misma edad que Cristo.

Tengo 33 años; bien podría ser hijo de desaparecidos. Mis padres están vivos, pero muchos de sus compañeros de militancia durante los 70s no lo están.

Imagino, quizás algunos de ellos me hayan sostenido en sus brazos. No lo sé. Pues, según me cuentan, en aquélla época todos se ayudaban y cuidaban entre sí, y cuando mis padres cursaban, o trabajaban, o militaban, a veces, yo quedaba en manos de otros.

Quizás también me hayan sostenido sus palabras y afectos, en arrullos y sueños, con voces tenues e insensatas. Quizás por eso mismo me haya dolido tanto su desgarradura feroz, la de aquéllos sueños y tramas, durante largas décadas de represión y olvido, y ahora me cale hasta el alma (que aquí está expuesta) oír dulces y firmes voces que los invocan (a mis otros padres), e intentan reconstituir ese tejido de sueños deshilachados que algunos llaman "nuestra historia reciente".

Poder decir el dolor de la pérdida, durante tanto tiempo acallado, deshilvanado, en virtud de nuevos tejidos, de incipientes alegrías, de otros nombres, ¡vaya, eso sí que conmueve (hasta la médula)! Escribir, pensar, decir, para mí, para otros, implica recorrer esta herida expuesta del ser común, del ser-conjunto, para ligar sus bordes desagarrados (aunque más no sea en partes, que es todo lo que hay). Así de imposible es la tarea que me han asignado los ausentes, sus causas, con sus voces múltiples ya idas, ya reencontradas, cada tanto, en otras actuales. Decir a pura pérdida, hoy, como siempre.

miércoles, 15 de junio de 2011

Hebe, la verdadera política

Hay una forma de pensar y practicar la política que resulta fundamental y que se vuelve aún más notable, o más visible, en una época como la nuestra en la que, justamente, carecemos de fundamentos últimos para justificar nuestros actos. Es decir que nuestros posicionamientos éticos y políticos se juegan, hoy, en las contingencias de un cotidiano vivir, sin amparos en códigos morales o reglas preestablecidas.
Y deseo referirme aquí, puntualmente, al caso paradigmático que motiva estas improvisaciones. Hablo de la actitud de apertura incondicional y de vulnerabilidad extrema que ha mostrado recientemente Hebe de Bonafini al descubrirse estafada por los hermanos Schoklender. Ante la requisitoria de los periodistas ella insistía en que, a pesar de todo, seguía creyendo en la gente y que volvería a abrirle las puertas de la Organización de las Madres a quién así lo necesitara, tal había sido el caso de aquellos hermanos estigmatizados en su momento por la sociedad. Posicionamiento, el de Hebe, que me recuerda también el ejemplo del diputado Jorge Rivas, quien defendía y aún defiende una posición progresista de no represión frente a la problemática de la inseguridad, incluso luego de haber sido brutalmente golpeado y de haber quedado en silla de ruedas a consecuencia de dichos golpes, productos directos de la mentada inseguridad. La verdadera política, así, es aquella que se juega incondicionalmente por otros, sin prejuzgar quiénes son esos otros, ni qué pueden o no pueden esos otros; sin determinar sus rasgos y cualidades, sean éstas de índole económica, moral, religiosa o cultural. Por ello, se trata de una apuesta a puro riesgo, en tanto no pide garantías ni credenciales; como un acto de amor sin objeto particular, se dirige hacia una sola y única meta, siempre la misma: que cada vez más personas puedan vivir mejor, es decir, puedan tener condiciones de vida digna, justa e igualitaria. Así de simple. Claro que sostener con coherencia ("militancia", se suele decir) semejante tarea no es nada fácil, y no todos se animan a involucrarse en los rigores que ésta implica. De hecho, lo primero que se le escuchó decir a Sergio Schoklender, luego de su separación de la Organización, fue que las Madres tenían un estilo de vida demasiado austero y que él prefería en cambio darse más gustos. El trabajo político concreto excede ampliamente las cuestiones electorales, mediáticas o, incluso, aquello que debe resolver la Justicia. La verdadera política, tal como lo muestra el sostenido trabajo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, casos ejemplares de nuestra historia reciente, no sigue el cálculo ni la estrategia sino la coherencia, la apertura incondicional al otro y una extrema vulnerabilidad por las deudas pendientes, puesta en acto en cada obra. Y esto implica, por supuesto, una reducción de ese “goce” tan caro al espíritu pequeñoburgués (como se decía en otras épocas) al que hacía alusión Sergio S. Lo cual no quiere decir que la verdadera política carezca de afectividad; más bien todo lo contrario. La extrema sensibilidad que comunican Hebe o Estela, cada vez que toman la palabra, aun teniendo estilos y personalidades muy diferentes, resulta fundamental para entender cómo se trama la sutil pero consistente lógica política de la articulación incondicional. Claro que para ser receptivos a dichos rasgos sutiles necesitamos complejizar aún más nuestras categorías y conceptos políticos; necesitamos romper con la idea de que los sujetos políticos son movidos sólo por intereses, cálculos y estrategias (cual si fueran piezas de un tablero de ajedrez). Por supuesto que estas dimensiones claramente imaginarias, resaltadas hasta el hartazgo en cualquier análisis periodístico o charla de café, son ineludibles para nuestra existencia humana (sí, demasiado humana), pero además, debemos entender que los procesos de constitución política reconfiguran constantemente las identificaciones y los afectos puestos en juego (al jugar-se). Debemos estar abiertos, también, a las diversas formas de captar la singularidad de los procesos políticos de nuestro tiempo. Nada más y nada menos que para hacer justicia con todos los muertos y vencidos de nuestra larga historia de catástrofes humanas, y estar así a la altura de lo que nos toca vivir.

Roque Farrán

martes, 14 de junio de 2011

Teología política minimalista

A ver, mi proceso esquizoanalítico es muy simple: yo no destituyo a dios, o a sus remedos seculares, para instaurarme a mí mismo en dicho ce(n)tro vacuo. Antes que nada porque yo no soy Yo, ni mucho menos Uno. Y más que de centro hablo de nudo, hecho de varios hilos entrecruzados. Les cuento, soy al menos tres (o cuatro, esto permanece indecidible). Antecedentes inmediatos. Freud contaba: ello, yo, superyo (más la realidad). Lacan contaba: real, simbólico, imaginario (más el sinthome). En mi caso, cuento entre ellos lo mismo, pero a mi modo (...). Así de simple.